Aunque debió alejarse
del gobierno por sus diferencias con el ortodoxo círculo áulico
del presidente Fernando de la Rúa, el ex jefe de Gabinete Rodolfo
Terragno fue el primer miembro de la Alianza en decir en voz alta aquello
que la mayoría reserva para las reuniones privadas: que la Argentina
está de hecho en cesación de pagos. En diálogo desde
Londres con Página/12, y contrariando la perspectiva optimista
de voceros de los organismos financieros internacionales y del gobierno
estadounidense, sostuvo que la única alternativa para evitar una
crisis de proporciones con alcance regional y global consiste en una renegociación
de pagos con los acreedores. También que las actuales medidas que
impulsa el gobierno no servirán para superar la crisis.
¿Argentina debe dejar de pagar su deuda?
Las deudas hay que pagarlas. El que no paga o paga mal termina perjudicado,
porque se queda sin crédito. Pero puede pasar que el deudor quiera
pagar y no tenga cómo. En ese caso puede hacer dos cosas: reconocer
que ha entrado en cesación de pagos y buscar un arreglo con sus
acreedores, lo que normalmente se traduce en quitas y esperas, o disimular.
Esto es lo que está haciendo la Argentina. Pero el disimulo es
una solución sólo si, mientras los acreedores se entretienen
con lo que uno les muestra por ejemplo, recortes de gastos,
uno genera los recursos para pagarles.
¿Entonces ya estamos en cesación de pagos?
Argentina no puede pagar todo lo que debe y no tiene más
crédito. Eso es, técnicamente, la cesación de pagos.
Frente a esto el gobierno dijo: Lo único que no podemos dejar
de pagar son los intereses de la deuda. Entonces decidió
que era mejor no pagarle a los jubilados, a los empleados públicos,
a los proveedores más allá de lo que permite la recaudación.
Hubo gente que dijo: No, esto es una barbaridad, ¡y
es una barbaridad! Pero lo notable es que los que elaboraron propuestas
alternativas también aceptan que lo único que no se puede
dejar de pagar son los intereses de la deuda. Inventan entonces otras
cosas, que también afectan la seguridad jurídica y el crédito
del país, como poner impuestos imprevistos. Prefieren castigar
a las empresas que invierten en el país, y dan empleo en el país,
para producir bienes o proveer servicios, y proteger indirectamente a
los especuladores, a los tenedores de bonos, porque los bonos son el colchón
de los ricos.
¿Cree que la meta del déficit cero bastará
para generar los recursos necesarios para hacer frente a los compromisos
con los acreedores?
Esto no tiene nada que ver con el déficit cero. Esto es un
pagadiós. Usted tiene déficit cero cuando sus ingresos igualan
sus gastos devengados. Lo que ha anunciado el gobierno es que, por encima
de los ingresos, no va a pagar las obligaciones devengadas. Por ejemplo,
le va a decir a los proveedores del Estado: Que Dios se lo pague. O va
a pagarles en bonos. Es como si alguien dijera que tiene equilibradas
las cuentas familiares porque, como el sueldo no le alcanza, sólo
paga 85 por ciento de las expensas, 85 por ciento de la luz y 85 por ciento
del teléfono. Además, todo esto es deprimir aún más
la demanda, demorando la reactivación y afectando la recaudación
impositiva. Y va a traer más problemas sociales. Mire cómo
será que en Inglaterra el Economist, que es un semanario conservador,
thatcherista, calificó a las medidas de Cavallo de draconianas.
Y estas medidas draconianas no sirven para crecer.
¿Cómo se supera entonces el problema de la deuda?
Cuando es imposible cumplir todas las obligaciones, es necesario
establecer prioridades. Cavallo ha conseguido poner a mucha gente a discutir
si hay que embromar a los jubilados o a las empresas de servicios públicos.
La primera prioridad del Estado es no embromar a nadie que viva de un
ingreso fijo y a nadie que genere riqueza y pague impuestos. Para eso
tiene que hacer crecer la economía, con lo cual se benefician losempleados,
los jubilados, las empresas de servicios, las industrias, el Estado y
hasta los acreedores.
Esa es una expresión de deseos. Los servicios de la deuda
hay que pagarlos ahora...
Keynes decía: Si usted le debe 100 dólares a
un banco, usted tiene un problema; pero si le debe un millón, el
que tiene un problema es el banco. Y éste es el caso. El
que tiene un problema con la deuda argentina es el sistema financiero
internacional. Nuestra deuda externa es casi tan grande como lo era la
de Rusia en 1998, y el colapso ruso causó una crisis mundial. Además,
diga lo que diga Paul ONeill (secretario estadounidense del Tesoro),
una crisis argentina se extendería, cuanto menos, a la región.
Argentina, Brasil y México deben en conjunto más de 500
mil millones de dólares. Como dicen unos expertos en Londres, la
Argentina podría desatar una crisis latinoamericana y comprometer
así las inversiones en todo el mundo, forzando incluso a los bancos
centrales de las potencias a intervenir.
¿Por qué el gobierno no encara ya la renegociación
con los acreedores?
Tengo una lucecita de esperanza de que el gobierno lo esté
haciendo, porque naturalmente una renegociación para reducir la
deuda no se puede llevar a cabo con movileros en la puerta: necesita mucha
reserva. Pero no tengo ningún indicio; sólo mi necesidad
de creer. Lo que habría que hacer es sentarse con los organismos
multilaterales de crédito, el Tesoro norteamericano, representantes
de los acreedores, y mostrarles que, si no vamos a una moratoria consensuada
ya mismo, caeremos en una moratoria forzosa, pero con la economía
argentina más deteriorada, por lo cual van a terminar cobrando
mucho menos que lo que cobrarían ahora con una quita razonable
de, digamos, un tercio del total. Habría que mostrarles también
que la dilación del problema puede traer tantos males económicos
y sociales a la Argentina que podrían derivar, no sólo en
la moratoria forzosa, sino en una indeseable devaluación, que contagiaría
a otras economías y tendría un costo enorme.
CALIFICACION
DE ECOLATINA
Una ilusión tardía
La consultora Ecolatina, que
dirige el economista Roberto Lavagna, no parece tener mucha confianza
en el plan de déficit cero, al que consideró
una ilusión. El último informe económico
de la entidad traza un diagnóstico muy pesimista para el corto
plazo e insiste en la ineficacia del paquete de medidas del Gobierno.
Es probable que la regla del déficit cero llegue tarde, debido
a que se incrementó la desconfianza internacional sobre la estabilidad
del sistema cambiario argentino.
El final del informe es elocuente: No hay nada que discutir: la
regla del déficit cero es absolutamente ineficaz. Para llegar
a esa conclusión, la consultora analiza varios aspectos de la realidad:
primero, reconoce que la necesidad de ajustar las cuentas públicas
no es objetable dado el contexto internacional de ausencia
de crédito. Pero luego llama la atención sobre el
problema de la demanda insuficiente, que no permite corregir las
condiciones de insolvencia del sector público.
El déficit cero es como la ilusión óptica de
correr tras el horizonte -continúa el informe. El ajuste
es perpetuo en la medida que castiga la actividad económica, retrae
la recaudación y, secuencialmente, reinicia sucesivas fases de
recortes de gasto que deberán ajustarse a los ingresos públicos
declinantes.
OPINION
Por
Jorge Gaggero *
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Cuando muere el dinero
Por este camino podemos entrar en hiperrecesión
y acelerar el proceso de destrucción de empleos y moneda,
alcanzando más rápidamente el default abierto y sin
red.
La política fiscal de déficit cero ya
intenta reemplazar a la hasta ahora vigente (déficit
cero en el 2005), con este argumento: como ya no le prestan
al Estado, el déficit cero nos permitiría
vivir con lo nuestro en lo inmediato (hasta tanto se
pueda volver a los mercados, conseguir mejores tasas y crecer, una
vez que el mundo vea que lo logramos). El problema es
que esta propuesta de los banqueros ultras en principio aceptada
por el gobierno nacional resulta inconsistente e inviable.
Inconsistente, porque la Argentina no tiene un resultado fiscal
estructural negativo (o, a lo sumo, tiene un déficit estructural
muy pequeño); el resultado estructural es el que todos los
países serios toman en cuenta para fijar políticas.
En el caso argentino debe calcularse corrigiendo el resultado fiscal
corriente (el que todos conocemos) de modo de sumar a los recursos
que efectivamente se recaudan los ingresos perdidos como consecuencia
del ciclo económico (la depresión) y también-
los cedidos por la reforma previsional de 1994 (más de $
4.000 M/año). Lo que ya no se logra en Argentina es financiamiento
voluntario para cubrir una brecha fiscal producida por más
de 3 años de recesión. No resultará posible
cerrarla por completo (ni por la vía del gasto ni por la
de la recaudación). Se dice a pesar de ello que
se busca este imposible superávit operativo para pagar todos
los intereses de la deuda, unos u$s 12.000/año, cuando los
acreedores ya no nos financian voluntariamente los vencimientos
de capital. El propio ajuste realimentaría la depresión
y erosionaría aún más los ingresos fiscales
(en un momento en que comienza a despuntar la rebeldía de
los contribuyentes), lo que terminaría frustrando el cumplimiento
del objetivo proclamado.
Inviable, porque este camino no puede intentarse seriamente sin
daño sustancial para el sistema democrático y la cohesión
social.
La pérdida de instrumentos que supone la vigencia del actual
régimen de política económica, en condiciones
de sobreendeudamiento y corte del influjo de capitales, termina
siendo patéticamente expresada por esta política de
déficit cero ya que se intenta imponer como único
camino. Creo que este sendero luminoso de banqueros
al borde de un ataque de nervios y sin ideas no tiene destino. Salvo
que se trate de un capítulo más de la historia negra
que nos provee periódicamente el segmento más cerril
del establishment (1975-76, 1982-83, 1989-91):
es bueno recordar que el último ciclo largo de
crecimiento lento de la economía argentina (1975-2001) fue
iniciado y estuvo jalonado por sucesivas crisis que han supuesto
pisos cada vez más bajos de potencial productivo,
cohesión social, equidad, creatividad económico-social
y orgullo nacional.
Hay alternativas, por supuesto, aunque nada fáciles. Coincido
con la apreciación del economista americano Jeffrey Sachs
(Página/12, 21 de julio) de que la debilidad central
de la economía argentina no será resuelta en los mercados
de cambio y deuda, si no se genera un nuevo marco de
competitividad apoyado en investigación y desarrollo
y en inversiones en educación (tampoco podrá sostenerse
la democracia si esto no se hace). Debemos valorar también
el valiente gesto de su colega Paul Krugman (Clarín, 19 de
julio), cuando pide que se suspenda el castigo gratuito
que se está propinando a la Argentina desde Wall Street y
el FMI, al presionarse a favor de un drástico recorte
del gasto que agravará aún más la caída
(depresión económica). Krugman nos sugiere a
los argentinos no escuchar a estos hombres de traje (banqueros
y tecnócratas) y hacer lo que hacemos nosotros (los EE.UU.),
no lo que decimos. Esto último es lo que intentaba
Argentina hasta 1974. Cuando se vio obligada adesviarse del rumbo
casi no creció, destruyó su mercado interno (junto
con su trama social y su competitividad) y acumuló una enorme
deuda externa.
¿Es posible retomar un camino virtuoso? Para intentarlo parece
necesario un importante cambio político interno, que permita
impulsar las grandes transformaciones requeridas (institucionales
y de políticas) y buscar a la vez un nuevo trato global
(que incluya un proceso de reprogramación de la deuda, lo
menos disruptivo posible) con la ayuda de un buen escudo regional
(solos, sería mucho más difícil). La alternativa
a este nuevo trato (un New Deal propio, aggiornado y
con respaldo externo) no resulta deseable ni para nosotros ni para
nuestros acreedores: sería, muy probablemente, el default
disruptivo y una crisis político-económica descontrolada.
* Economista
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