El cierre de la cumbre del G-8
fue otro día de batallas campales en Génova. No hubo ningún
nuevo muerto, pero quedaron muchos destrozos y la friolera de 160 heridos
(50 de ellos policías) y 12 detenidos. En el segundo y último
día de la cumbre, nada menos que 200.000 personas se congregaron
para marchar hacia el megacordón que rodea al Palacio al Palacio
Ducal, donde se reúnen los líderes de los siete países
más desarrollados del mundo más Rusia. Pero a la altura
de la Plaza Kennedy, grupos del bloque negro anarquista, los
Black Block, se escindieron de la columna principal y comenzaron a romper
los comercios que tenían a su paso. La policía italiana
reprimió con la misma virulencia con la que lo había hecho
anteayer, cuando las batallas entregaron, por primera vez desde el inicio
de las protestas antiglobalización, un muerto, aunque el gobierno
informó que el carabinero que le disparó será inculpado
por asesinato deliberado. Los trenes ya comenzaron a salir, atestados,
de la estación de Brignole hacia distintos puntos de Europa, lo
que anuncia el fin de la pesadilla. Pero las manifestaciones en esos países,
las reacciones internacionales y hasta las declaraciones del propio G-8
indican que se ha pasado un umbral en la dinámica de la tan mentada
globalización.
Manifestaciones en Madrid, Berlín, Francfort, Colonia, Río
de Janeiro; todos contra el G-8, contra lo que significa la muerte de
Carlo Giuliani. En un comunicado, el propio G-8 tuvo que referirse, por
primera vez, a lo que ocurre extramuros, lamentando la muerte del manifestante.
Pero además, los más poderosos del mundo ya son conscientes
de que hace falta maquillar estas cumbres con un poco menos de fasto y
un poco más de amplitud de convocatoria. El presidente francés,
Jacques Chirac, y el premier italiano Silvio Berlusconi coincidieron en
que las futuras cumbres del G-8 que seguramente se realizarán
en sitios turísticos, alejados y más fáciles de controlar
deberían incluir a representantes de las ONGs. Para esta de Génova,
ya invitaron a algunos líderes de países subdesarrollados
para que expusieran sus penurias. Y en lo que representa el único
acuerdo al que llegó el G-8 (además de un ambiguo apoyo
al envío de observadores internacionales a Medio Oriente), el vocero
del premier italiano Silvio Berlusconi, Paolo Bonaiuti, anunció
que la próxima cumbre será ya no en una ciudad, sino en
una localidad montañosa en la provincia de Alberta, Canadá,
reduciendo sensiblemente el tamaño de las delegaciones y volviendo
al formato de reuniones informales de funcionarios de rango intermedio,
como ocurría a fines de los 70, tal como propuso el futuro
anfitrión, el premier canadiense Jean Chrétien.
El clima en las calles de Génova fue igual al de anteayer, y muchos
agradecieron que no haya habido otro muerto. En realidad, al momento de
iniciar las marchas, algunos se preguntaron si había que hacerla,
exponiéndose a la represión, o multiplicar la presencia
en las calles en repudio a la muerte de Carlo Giuliani. Esto último
es lo que ocurrió. La manifestación transcurrió tranquilamente
hasta que los black block se escindieron de la columna principal
en la plaza Kennedy y ya nada fue lo mismo. Los black block
comenzaron a destrozar comercios en la avenida Corso dItalia y la
escena de anteayer se repitió: persecuciones con carros policiales,
detenidos apaleados aunque ya no podían ofrecer resistencia, gases
lacrimógenos por doquier, humo y sangre.
Más tarde, en una conferencia de prensa, Vittorio Agnoletto, vocero
del Foro Social de Génova, denunció que todo lo que
pasó fue una provocación. La policía dejó
actuar a los black block para luego reprimir indiscriminadamente.
Agnoletto dijo además que hubo infiltrados en la marcha para
provocar violencia. Entre los oradores principales del acto principal,
que a pesar de todo pudo hacerse, estuvo Agnoletto, el vocero de los Tute
Bianche, Luca Casarini, el líder sindicalista francés José
Bové, y Hebe de Bonafini, titular de las Madres de Plaza de Mayo,
que habló de Carlo Giuliani. Carlo no estás muerto,
porque los que mueren porel pueblo nunca mueren, dijo Hebe y manifestó
su intención de reunirse con la madre de la primera víctima
mortal de la lucha antiglobalización.
HABLA
EL SOCIOLOGO TORCUATO DI TELLA
Los extremistas son un mal necesario
Los activistas más
extremos son un mal necesario. Un movimiento socialdemócrata tiene
que enfrentarse contra los extremistas y al mismo tiempo dejarlos actuar
un poco, dice Torcuato Di Tella, en entrevista con Página/12.
¿Qué opina de la protesta antiglobalización?
La reacción contra la globalización es positiva, empezando
por Seattle, que expresó a una cantidad de gente muy diversa, de
los cuales hay sectores más extremistas y violentos, sectores un
poco románticos y menos realistas y gente que realmente representa
un sector de opinión reaccionario. Ahora, la presencia de grupos
muy violentos o que quieren interrumpir las reuniones, me parece prepotente;
por supuesto que la globalización financiera es más prepotente,
pero igual no es la forma de reaccionar. El movimiento es positivo si
se expresa y tiene un impacto en la opinión pública mundial.
Esta es una forma de expresarse, pero la principal es a través
de los partidos políticos, los sindicatos y de planes de gobierno,
para que se proponga una alternativa. Evidentemente los gobiernos, inclusive
en los países más fuertes del mundo, tienen muy poco poder
con respecto al capital internacional; incluso Estados Unidos no es independiente,
y está más endeudado que la Argentina.
¿Creció la globalifobia en nuestro país?
Sí. Yo creo que los únicos que están a favor
de la globalización es toda la parte financiera; a los sectores
agropecuarios no les importa el tema se puede decir que están
a favor. Ahora, un sector industrial y el llamado grupo productivo,
ambos por motivos propios, quieren poner un poco de límites, o
sea, que haya un Estado más intervencionista. En Argentina el intervencionismo
se hizo mal, en Japón se hizo bien y dio un éxito fantástico.
¿Es posible un movimiento antiglobalización?
Sí, yo creo que se va a ir dando en varios niveles de gobiernos,
inclusive en cambios en sectores intelectuales, por ejemplo, los economistas,
que son mayoritariamente talibanes, fundamentalistas de mercado, aunque
bueno, algunos se están empezando a avivar. Estoy convencido de
que los activistas más extremos son un mal necesario. En general
un movimiento socialdemócrata tiene que enfrentarse contra los
extremistas y al mismo tiempo dejarlos actuar un poco; la que yo tengo
es una posición cínica. La globalización apreta de
modo distinto en cada país, son reacciones distintas y sus intereses
difieren también. Los grupos económicos son egoístas,
y la política tiene que basarse en el egoísmo de la gente,
un poquito mejorado. Pero si se lo mejora demasiado se cae en el ghetto
de cierta izquierda teórica argentina. Yo creo que hay una convergencia
en el sentido de que se necesita poner límites a esta pseudolibertad
de mercados, porque no incluye la libertad del factor mano de obra.
¿Qué se necesita, entonces, como alternativa a la
globalización?
Un mayor rol del Estado interventor, que sea más organizado.
En este momento el Estado argentino desgraciadamente no está en
condiciones de implementar una alternativa de izquierda. La izquierda
hoy día está dividida.
¿Argentina podría implementar políticas antineoliberales
como hizo Malasia en el 98?
Sí, podría si lo hace con el Mercosur. Ahora, Malasia
no es un país democrático, sino semidictatorial; la derecha
reprime cualquier espíritu democrático, por eso no es un
gran modelo a imitar. Salvo porque sirve para pinchar el modelo neoliberal.
Lo mismo sucede con Corea y Taiwan, que hicieron sus modelos bajo regímenes
de derecha, pero de manera inteligente y sólida, con capacidad
de incorporar la clase media y ciertos sectores populares. Son modelos
difíciles, porque son exitosos pero de derecha y represivos.
ATILIO
BORON, SECRETARIO EJECUTIVO DE CLACSO
Luchan, como aquí, contra el saqueo
El G-8 no puede reunirse
con tranquilidad y otra vez se plantea que el capitalismo adquiere un
rostro despótico y represivo, dice Atilio Borón a
Página/12.
¿Cómo se lee la protesta antiglobalización
en la cumbre G-8 en Génova en el marco de nuestra crisis económica?
Lo que está pasando en Génova de alguna manera es
una ratificación extraordinaria a escala mundial de la resistencia
creciente que el movimiento antimundialización se está oponiendo
a los proyectos diversos de ajuste o de reestructuración de las
economías siguiendo los mandatos del capital financiero. Los programas
de ajuste neoliberal no solamente son ilegítimos en un país
como el nuestro, sino también en el mundo superdesarrollado, porque
nadie puede decir que a Génova fueron a manifestarse los
condenados de la tierra, si es el corazón de la Europa opulenta;
sin embargo, el G-8 no puede reunirse con tranquilidad y otra vez se plantea
que el capitalismo adquiere un rostro despótico y represivo. Hay
que tener en cuenta que para que esto fuera posible la Unión Europea
tuvo que tirar por la borda su propia legislación y el principio
de circulación de las personas, para asegurar el predominio y la
tranquilidad del capital, lo cual habla que el derecho de libre circulación
está condicionado por la libérrima circulación de
los capitales que exigen esto.
¿Qué nos une y qué nos separa de los globalifóbicos
en Génova?
Ellos, como nosotros, están luchando contra el verdadero
saqueo: el capitalismo internacional, sobre todo bajo la hegemonía
del capital financiero, que es el sector que realmente comanda todo este
proceso que se lleva a cabo contra los pueblos de Asia, Africa, América
latina. Y también los pueblos de los países del Primer Mundo
están viendo amenazadas sus conquistas sociales históricas,
sus derechos de ciudadanía por el predominio del gran capital.
Otro elementos común, en segundo lugar, es estar en contra de las
políticas de degradación del trabajo, de exclusión
social; en tercer lugar, la preocupación por el medio ambiente
y la sustentabilidad a largo plazo del planeta, en cuarto lugar, estar
de acuerdo con una política de distensión para poner fin
a un orden mundial cada vez más unipolar y despótico, donde
Estados Unidos asume el papel de gendarme internacional. Hay muchos puntos
de contacto que potencian la resistencia que hay en la Argentina.
¿Creció esta resistencia en Argentina?
Claro, el problema fundamental son las respuestas que se han dado
a los desafíos de la globalización. Acá hay que subrayar
que no se trata más de una cuestión doctrinaria no
estamos discutiendo las virtudes de la reestructuración neoliberal
contra otros modelos económicos sino que se discuten resultados
concretos, negativos en todo el mundo.
¿Podría haber acá un movimiento antiglobalización
en vista de la ruina del modelo económico?
Todavía no, pero estamos lentamente avanzando en ese sentido.
Hubo una participación en la Argentina muy grande en lo que fue
el Foro Social Mundial de Porto Alegre de este año; hay toda una
multiplicidad de grupos que están coordinando la participación
de los argentinos en el plano internacional, por ejemplo Attac,
la CTA, Jubileo 2000, mismo Clacso. La consigna, bien interesante, es
que el mundo no es una mercancía.
En el 1998, Malasia cerró su economía e impuso políticas
antiliberales, Argentina ¿podría hacer lo mismo?
Argentina está padeciendo una serie de problemas económicos
que se resuelven fácilmente si se abandona este rumbo suicida al
que nos internamos a comienzos de la década de los 90. Argentina
puede cambiar el rumbo, y no significaría un aislamiento del mundo,
por ejemplo, podría colocar el nivel de impuestos a las ganancias
en el nivel medio que tienen los países del tercer mundo. El Gobierno
así se haría de 9000 millones de pesos genuinos, con lo
que desaparece este discurso de los 6500 millones de déficit fiscal
y encima nos quedaría excedente para políticas sociales
y activas antirrecesión en la Argentina.
CARLOS
ESCUDE, EX ASESOR DE LA CANCILLERIA
No podemos patear el tablero
Argentina es dependiente
del crédito externo; al ir contrayendo año tras año
más deuda, nos metimos en la parte más profunda de la globalización,
sea por irresponsabilidad o corrupción, dice Carlos Escudé
a Página/12, en el marco de los hechos de Génova.
¿Qué significado tiene la manifestación antiglobalización
de este fin de semana en Génova para la Argentina?
Partamos del significado intrínseco de la globalización.
Hay dos dimensiones: una está vinculada a los acuerdos internacionales
de orden político y económico que facilitan
el comercio y el movimiento de capitales y que da una impronta imprevisible
a la coyuntura cambiante que se vive en distintos países y que
se sufre de modo asimétrico, según se trate de un país
del centro o la periferia. La otra dimensión es la tecnológica,
y tiene que ver con el desarrollo de las telecomunicaciones, de la informática
e Internet. Hay una paradoja: lo que compete a la primera dimensión
es reversible pero la globalización tecnológica es irreversible.
Esto significa que todo colapso de las instituciones políticas
y económicas que regulan la globalización genera enormes
peligros porque ya la otra globalización, la tecnológica,
es de destrucción masiva. Motivo más que justificado para
los antiglobalización. Los Estados son ajenos a la globalización
tecnológica, lo único que pueden hacer es intentar regularla
y para eso se globaliza la economía y la política, vaya
paradoja. Por eso ningún país patea el tablero de la globalización.
¿Cómo ve los movimientos antiglobalización
en este contexto paradojal?
Lo bueno es que no tienen el patrocinio de los Estados. Son los
sectores perjudicados los que tienden a organizarse; a veces luchan constructivamente
y otras veces rechazan como totalidad a un proceso que no tiene vuelta
atrás. Podemos tratar de mejorar la distribución de los
costos pero es utópico y destructivo pensar que se puede detener
la globalización. Es legítimo que los sectores perjudicados
reivindiquen un proceso más equitativo, en organizaciones no gubernamentales
(ONG) que están globalizadas a través de Internet,
por ejemplo.
¿Qué pasa con Argentina?
Argentina no puede patear el tablero por ser un país periférico
y vivir el proceso globalización con altos costos. Yo creo que
son muy pocos los sectores que han reflexionado sobre el tema. Por ejemplo,
no se ve la relación entre la globalización y el ajuste
de Cavallo. La Argentina es dependiente del crédito externo, al
ir contrayendo año tras año más deuda, nos metimos
en la parte más profunda de la globalización; sea por irresponsabilidad
o corrupción, siempre se gastó más de lo que se tenía.
¿Qué punto en común encuentra entre los antiglobalización
locales y los de Génova?
Lo común es la objeción al modelo económico.
En 1998, Malasia cerró su economía y promovió
políticas antiliberales. ¿Argentina podría hacer
lo mismo?
Sería un costo mayor para nuestro país, dado que es
un mercado mucho más chico con una estructura más compleja;
terminaría aislándose del mundo, sin el petróleo
de Chávez y sin la mística de Cuba. Además, Malasia
ocupa un lugar geoestratégico mejor, nosotros no somos importantes
ni por lo que le podamos dar a las potencias, ni para hacerles daño.
Argentina correría con todos los costos, porque para el resto del
mundo, significa poco.
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