OPINION
Por Rosendo Fraga *
|
Esta es la contracultura
del Primer Mundo
Con notable visión, hacia fines de los ochenta, el cientista
político norteamericano Samuel P. Huntington en su trabajo
Choque de civilizaciones señalaba que el conflicto
del futuro no iba a generarse a partir de las ideologías,
sino de las civilizaciones y en función de elementos como
la religión y la cultura.
Preveía que fenómenos como el fundamentalismo islámico,
iban a sustituir al marxismo-capitalismo como nuevo eje del conflicto
mundial.
Lo que Huntington no pudo prever es que este nuevo conflicto no
se iba a dar tanto entre la civilización occidental y las
otras islámica, budista, etc. como él
pensaba, sino dentro de la misma cultura occidental, entre los que
aceptan y los que rechazan las reglas de la globalización.
Es así como los terroristas han dejado de ser hombres de
tez morena, para ser blancos caucásicos y nórdicos.
Hubiera sido muy difícil imaginar hasta hace poco tiempo
a los jefes de estado de los países más importantes
de Occidente atemorizados ante cientos de miles de coléricos
activistas europeos y norteamericanos, animados por lemas de contra
cultura y utilizando formas de protesta de una violencia inusitada.
El rechazo a la globalización aparece junto con la lucha
por la protección del medio ambiente, como las nuevas formas
de cuestionamiento de la contracultura occidental, frente
a un mundo que más allá de sus progresos económicos
y científicos, no logra dar respuesta a las necesidades espirituales
del ser humano.
Pero el cuestionamiento a la globalización y la defensa del
medio ambiente aparecen como los reclamos y los cuestionamientos
de las sociedades desarrolladas, donde las poblaciones han logrado
un mínimo de bienestar económico.
Pero en las sociedades que no han logrado resolver el mínimo
de bienestar económico y social, como sucede fuera de Europa,
los Estados Unidos y Japón, las urgencias son mucho más
inmediatas: desempleo, pobreza, inseguridad pública y desigualdad.
Por esta razón, no resulta fácil trasladar a países
como la Argentina, las razones de las protestas del mundo desarrollado.
Es así como el conflicto argentino mantiene muchos de los
parámetros ideológicos, políticos y sociales
del pasado, lo que resulta inevitable, cuando el país, que
mucho ha cambiado en los últimos años, tiene gran
parte de su población con necesidades básicas insatisfechas
y sufre desde el año 1994 el desempleo alto más prolongado
de su historia.
Es que no resulta fácil asumir los conflictos de la posmodernidad,
a quienes todavía no han accedido a la modernidad.
* Director del Centro de Estudios Nueva Mayoría.
|
OPINION
Por Philippe Legrain *
|
Es una idea equivocada
Muchos en la izquierda odian obsesivamente a la Organización
Mundial de Comercio (OMC), de la misma manera que los eurófobos
conservadores odian a la Unión Europea. Así como los
eurófobos reparten mentiras sobre la U.E., también
Naomi Klein, Noreena Hertz y otros difaman a la OMC. Porque, créase
o no, la OMC no está en contra de la democracia social.
Las peores acusaciones contra la OMC son estas cuatro. Primero,
que se ocupa de hacerle el negocio a las grandes empresas globales.
Segundo, que socava los derechos y la protección ambiental
de los trabajadores al alentar una pelea a muerte entre gobiernos
compitiendo por trabajos e inversiones extranjeras. Tercero, que
daña a los pobres. Y finalmente, que está destruyendo
la democracia al imponer secretamente, y sin ningún contrabalance,
sus leyes sobre el mundo.
Innegablemente, algunas empresas tienen una influencia excesiva
sobre los gobiernos. Debe hacerse más para separar el dinero
y la política. Pero las empresas están limitadas en
su poder por la competencia y las regulaciones, y ambas cosas son
apoyadas por la OMC. Al liberar el comercio se frena a los gigantes
domésticos exponiéndolos a la competencia extranjera.
Tomemos el gigante británico BT de las telecomunicaciones.
Para llamadas internacionales, donde hay competencia, es sólo
un proveedor entre muchos. Para las llamadas locales, donde no hay
competencia, puede mantener a los clientes y al gobierno en condición
de rehenes, como lo hizo recientemente al demorar la instalación
de la Internet de banda ancha. La única razón por
la que empresas como Shell prestan atención a las protestas
es que se enfrentan a la competencia: si Shell tuviera el monopolio,
podría haber ignorado la campaña Brent Spar de Greenpeace.
La competencia no es un curalotodo. A menudo, los gobiernos también
necesitan regular. Y lo pueden hacer. Es una ironía terrible
que la izquierda haya perdido fe en el gobierno. Los gobiernos no
son impotentes. La OMC misma consiste en gobiernos que actúan
juntos para regular los mercados globales. Bruselas acaba de impedirle
a General Electric, la empresa más grande del mundo, que
adquiriera Honeywell. El Partido Laborista británico, en
el gobierno, impuso el impuesto a ganancias para las compañías
privatizadas, introdujo el salario mínimo y subió
el impuesto al petróleo. Ahí se queda la famosa pelea
a muerte. El límite mayor para el gobierno viene dado
por la opinión pública, no por la globalización
o el poder de las corporaciones.
Si la globalización está obligando a los gobiernos
a reducirse, ¿como es que el impuesto promedio en los países
ricos de la OCDE aumentó del 35 por ciento al 38 por ciento
del PBI desde 1985? Los impuestos pagados por las corporaciones
son una parte mucho más grande de las ganancias del gobierno
que hace 20 años. Las encuestas muestran que la presencia
de obreros calificados, una buena infraestructura y clientes cercanos
deciden donde invierten las empresas mucho más que los bajos
impuestos y la regulación. Las reglas de juego laborales
y ambientales generalmente están subiendo, no bajando. Los
países en desarrollo están atrayendo inversiones,
no al bajar las reglas de conducta para las empresas, sino porque
están aprovechando al máximo sus ventajas comparativas.
Esto no significa el fin para los trabajadores de cada país.
Siempre que la gente esté equipada con experiencia para encontrar
otro trabajo y esté protegida por un sistema de bienestar
social decente, todos podemos ganar con la globalización.
No tiene sentido proteger los empleos de ayer a expensas de los
de mañana.
Ni tampoco es justo. ¿De que otra forma los pobres podrán
enriquecerse? Es una extraña clase de socialismo que se detiene
en las fronteras nacionales. Por cierto, la solidaridad internacional
significa comprar remeras de Bangladesh asi como manifestarse por
el alivio de la deuda. El hecho que las costureras en Bangladesh
cobren menos que en Gran Bretaña no significa necesariamente
que sean explotadas. Ganan más de lo que harían si
fueran campesinas. Y no importan lo horribles que puedan ser lascondiciones
en una fábrica Nike, generalmente son peores en una fábrica
local de trabajo esclavo.
La pobreza es terrible. Pero la globalización puede ayudar.
Mientras que el PBI per cápita cayó en 1 por ciento
por año en la década de 1990 en países en desarrollo
no globalizados, aumentó en un 5 por ciento en los globalizados.
La OMC es una amiga de los pobres. Sus reglas protegen a los débiles
en un mundo de poder desigual. A diferencia de la ONU, las reglas
de la OMC se aplican a todos, incluso a los Estados Unidos. Costa
Rica desafió las restricciones de Estados Unidos por sus
exportaciones de ropa interior ante la OMC y ganó. Por supuesto
la OMC no es perfecta. Pero es mejor que la ley de la selva, donde
el poder iguala al derecho.
Ya es más democrática de lo que se piensa. Todos los
acuerdos se logran por consenso. Cada país tiene poder de
veto -a diferencia de la ONU, donde sólo lo tienen las grandes
potencias- y los acuerdos de OMC están sometidos a aprobación
parlamentaria. La organización debe rendir cuentas básicamente
a través del gobierno, pero también a través
de contactos con miembros del parlamento, sindicatos, empresas y
ONGs, a través de los medios y su sitio en la web, donde
aparecen rápidamente los documentos sobre los que trabaja.
Si usted odia el capitalismo, probablemente nunca apoye a la OMC
(aunque Fidel Castro lo hace). Pero si, como la mayoría de
las personas, usted cree que los mercados deben estar controlados
por los gobiernos, debe volver a pensar sobre la OMC.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
|
OPINION
Por Claudio Lozano *
|
Es la ruptura del
discurso pos-Muro
El crecimiento del movimiento antiglobalización supone la
ruptura del discurso con que el capitalismo legitimó su expansión
a partir de la caída del Muro de Berlín. En aquel
momento se presentó a la economía de mercado como
compañera inseparable del Estado de Derecho y del credo democrático.
Los años transcurridos han indicado que la tan mentada economía
de mercado ha acelerado un proceso de concentración y centralización
de capitales que ha repercutido en la profundización de un
cuadro de desigualdad cuyas aristas se palpan al señalar
que mientras en 1960 las diferencias entre el 20% más rico
y el 20% más pobre de la población mundial eran de
34 a 1, en 1990 saltaron a 60 a 1 y en 1997 se ubicaron en 74 a
1. En este marco lo que se comprueba es justamente lo contrario
de lo que el discurso decía. Lejos de consolidarse los procesos
democráticos, se asiste con asiduidad a su vaciamiento y
al creciente cercenamiento de las reglas básicas del Estado
de Derecho. Es en la resistencia a estas condiciones donde se va
consolidando la conciencia antiglobalización. Conciencia
que se despliega de manera marcada a partir de la convocatoria zapatista
realizada en simultáneo con el ingreso de México al
acuerdo Nafta, y que adquiere un punto de inflexión en el
marco de la reciente convocatoria que se desarrollara en el Foro
Social Mundial de Porto Alegre. Punto de inflexión ligado
al hecho de que en dicho encuentro no sólo se manifestaron
las resistencias al orden global sino que se dio cuenta de la vigencia
de estrategias novedosas en capacidad de disputar con el capitalismo
el sentido mismo de la idea de democracia. El aporte que en esta
dirección supone la vigencia del Presupuesto Participativo
a nivel de Porto Alegre e incluso de Río Grande do Sul son
muestra contundente de este cambio de etapa.
Ciertamente, el clima social y político que vive nuestro
país se encuentra en línea con lo que ocurre en otras
partes del mundo. Varios elementos así lo indican:
a) Atravesamos una fuerte Crisis de Gobernabilidad cuyo eje radica
en la más absoluta incapacidad del régimen neoliberal
de concitar mínimos consensos en la sociedad. La resistencia
social logró en nuestro país romper el consenso neoliberal
vigente e impuesto por la hiperinflación a comienzos de la
década pasada.
b) No casualmente una de las delegaciones más numerosas en
el Foro Social Mundial fue la propia delegación argentina,
estabilizándose incluso luego el funcionamiento del Comité
Argentino encargado de coordinar la presencia nacional en el encuentro
futuro.
c) La importante movilización local que se realizó
en ocasión de la reciente reunión preparatoria del
Encuentro de Quebec, en repudio al intento de acelerar la constitución
del ALCA en América latina.
Por último, parece razonable suponer que dado el colapso
que el modelo neoliberal exhibe en nuestro país, sería
razonable que cobraran importancia la afirmación de estrategias
que comenzaran a otorgarle un mayor papel a la redistribución
progresiva del ingreso y a la regulación pública necesaria
para garantizarla. En este sentido, el modelo neoliberal no sólo
ha incrementado el endeudamiento externo al extremo de colocarnos
en un cuadro de cesación de pagos, sino que además
luego de las estrategias de apertura, desregulación y privatizaciones
nuestro país al crecer multiplica geométricamente
su necesidad de endeudamiento. Por lo tanto, si la deuda tocó
límite, el mantenimiento del modelo sólo es compatible
con un cuadro de estancamiento perpetuo. Es fácil saber que
en la situación social que está el país esto
puede habilitar modificaciones institucionales que (esperemos) le
abran la puerta a una experiencia política que revise los
rasgos más nefastos del modelo vigente.
* Economista de CTA.
|
|