Por Fernando DAddario
Egberto Gismonti ensaya, en
su enésima visita a la Argentina, un desdoblamiento que le resulta
familiar, habituado como está a todo tipo de mixturas y tráficos
de influencias culturales. Anoche se presentó en Resistencia, Chaco,
junto a la Orquesta de Cámara Mayo y el Quinteto Villa Lobos. Hoy
a las 14 dará en la misma ciudad una master class, en el marco
de un proyecto denominado Tocar la vida. La clínica
será transmitida por Internet, a través de www.tocarlavida.com.ar,
y constituirá uno de los puntos de apoyo para lo que será
la Universidad Virtual de Música Popular.
El próximo sábado actuará en el Salón Libertador
del Sheraton Hotel, acompañado por su hijo Alexandre y el histórico
Zeca Assumpcao. Dice que no presentará en Buenos Aires material
inédito, aunque, en honor al carácter inabarcable de su
obra, será difícil descubrir el detalle.
Gismonti, que lleva sobre sus espaldas tantos discos como años
(54) y que parece esconder todos sus misterios en la música, señala
en la entrevista con Página/12 que esta experiencia en el Chaco
es muy singular, porque es la primera vez que toco en Argentina
con orquesta.
Lamenta no poder hacerlo en Buenos Aires y, a continuación, arriesga
un concepto que define con lucidez la idiosincrasia argentina y que servirá,
en adelante, como velado eje de la entrevista. Toco con todo tipo
de formaciones. La orquesta es una de ellas. Puedo hacerlo en Brasil,
en cualquiera de sus regiones, y no llama la atención. Si lo hago
en Argentina, pero no en Buenos Aires, sí llama la atención.
Es como decimos en Brasil: dentro de Argentina hay un país extranjero
y se llama Buenos Aires. El resto es más parecido a nosotros y
a Latinoamérica en general.
Usted no representa a la postal de Brasil, pero pocos
músicos mostraron tanto interés en abordar sus raíces.
Brasil es un país único desde su singularidad cultural.
Conviven indios, blancos descendientes de europeos, africanos. Tenemos
la lengua como elemento unificador, pero también como reflejo de
las diferencias, porque en cada región existe un modo diferente
de hablar, de tocar y de ser.
Da la impresión de que, en esa diversidad, Brasil se dio
a conocer mejor a través del lenguaje musical que del lenguaje
escrito u oral.
No estoy de acuerdo. El mayor vehículo cultural de Brasil
en el mundo no es ni la música ni la literatura, sino el fútbol
(es hincha fanático del Fluminense). Pero al margen del fútbol,
no creo que haya sido la música el mejor producto de exportación
cultural. El estereotipo se hizo popular, no la música. Lo que
se conoce es el Carnaval, las mujeres en bikini.
Pero la bossa nova...
Sí, sí, fue una gran influencia para toda la música
que vino después, pero a nivel masivo prevalecieron sus figuras
individuales. Tom Jobim, como personalidad, supera a su música.
Es como Piazzolla: lo que representa Astor es más importante que
lo que escribió. Gardel cada día canta mejor, ¿me
entendés? De Brasil han sobresalido las singularidades, en cambio
la literatura brasileña llegó y llega al mundo de otro modo.
¿De qué modo?
Además de las singularidades, como Jorge Amado que fue traducido
a 45 idiomas, y Paulo Coelho, que es una explosión de popularidad,
habría que destacar que la literatura brasileña está
influyendo en la gramática de todos los países de habla
portuguesa, incluyendo a Portugal. Se está produciendo un fenómeno
interesante, que es la colonización al revés. Los cambios
que provoca son más grandes que los que ha conseguido la música.
Usted llegó a Río en plena euforia tropicalista. ¿Cómo
se relacionó con ese movimiento?
Para mí todo era nuevo. Llegaba del interior, pero escribía
música para orquesta. Era mi formación. Y no tenía
conciencia de que los grandes músicos del Brasil no sabían
escribir la música que hacían. Inclusive cuando empecé
a mostrar lo que componía, me preguntaban: ¿Quién
te va a escribir los arreglos?. Con timidez, les respondía:
Yo.... Al conocer a Baden Powell, por ejemplo, comprendí
que saber escribir música no califica en nada. Y no saber, tampoco.
Cuando se lo juzga integralmente como artista, ¿siente que
ha sido tergiversado? Por ejemplo, en muchas partes del mundo se lo jazzificó...
Hace muchos años grabé un disco con Nana Vasconcelos,
que se llamó Danca das cabecas. En Inglaterra ganó un premio
como mejor disco folklórico. En Alemania ganó otro premio
como mejor disco de música culta. En Estados Unidos lo distinguieron
en el rubro jazz. Y en Brasil nos premiaron por las dudas. Cada cultura
califica y etiqueta en función de su realidad, y está bien
que sea así. Todos tienen derecho a hacerlo. En Europa necesitan
poner un rótulo porque se han quedado sin un lenguaje musical.
Tienen todo lo demás: el dinero para contratar los mejores músicos,
el piano, el micrófono, pero les falta la esencia y es lo que vienen
a buscar. Yo no debería ser, en teoría, un músico
atractivo para ellos. Hago una música maluca, difícil de
tocar, no doy con el estereotipo brasileño y, sin embargo,
lo soy. Y esa misma música me permite vivir. Inclusive, podría
dejar de tocar profesionalmente. Seguiría haciéndolo sólo
por placer. ¿Por qué habría de hacer otro tipo de
música?
Usted admira a Villa Lobos. ¿El proceso de transmisión
de su música fue distinto? Su arte también es muy brasileño,
pero fue europeizado...
Su música no fue europeizada. Villa Lobos expresó
como nadie la esencia de lo brasileño. El modo en que pueda ser
interpretada esa esencia es otra cosa. Los europeos tocan Villa Lobos
como lo que son. ¿Vos escuchaste cómo tocan a Piazzolla
los japoneses? Bueno...
La globalización tiende a una uniformidad del discurso, pero
a su vez genera reacciones, como la proliferación de las llamadas
músicas étnicas, preferentemente acústicas. Usted
no parece suscribir a esa lógica.
Mire, yo entiendo esa idea como planteo periodístico, pero
no la acepto en lo artístico. Hago música desde hace muchos
años. Hice música para ballets, para películas, música
acústica, electrónica, trabajé con indígenas,
la experiencia más fuerte que me pasó en la vida, y sólo
me movió el deseo de hacerlo. Sé que existen esos procesos
sociales o culturales, pero no puedo circunscribir mi música a
las etapas del proceso capitalista. Ni mi anterior disco ni el próximo
tuvo ni tendrá nada que ver con la globalización. Estoy
dentro de otro contexto, que es mi condición de artista. Mi música
no está ni a favor ni en contra de la globalización, porque
sólo se mueve por el placer de tocar.
Las preguntas de Tom
Jobim
Gismonti habla de sus comienzos: Llegué a Río
de Janeiro en el 68 y tuve la suerte de conocer a Jobim. El
consiguió que me inscribieran a último momento en
el Festival Internacional de la Canción cuando yo estaba
totalmente desconectado con la gran ciudad. Había ganado
un concurso de piano en el conservatorio de mi pueblo, interpretando
a Ravel y a Grieg. El premio era una beca en Viena. Fui a Río
para solucionar el tema de la documentación y Jobim me llevó
para su casa. Estuvimos cinco días, tocando y tomando, hasta
que me hizo una pregunta que sería definitiva para mi futura
carrera: ¿Vas a ir a Viena porque querés conocer
Viena o porque te interesa el curso de especialización que
vas a hacer?. Yo le dije que quería conocer Viena,
nada más. Entonces me exhortó: Tenés
que desistir de ir a Viena. Hacé tu música en Brasil.
Si te quedás acá, vas a poder ir a Viena cuantas veces
quieras. Le hice caso y así pasó. Con los años,
fui tantas veces a Viena que ya no quiero ir más.
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Chico perezoso
Uno de los últimos trabajos de Gismonti fue la banda de
sonido de Estorvo, la película de Ruy Guerra sobre textos
de Chico Buarque. Egberto dice que, en realidad, tendría
que haberla hecho el mismo Chico, que es, para mí, el mejor
compositor que tiene Brasil. Pero él me dijo: No sé
hacer música para cine. Y dijo que yo era el indicado.
Yo creo que no es verdad, lo que pasa es que él es medio
perezoso. Y como Ruy Guerra dice que no puede filmar si yo no le
hago la música, fui y la hice. El cine tiene un lenguaje
con el que me siento muy identificado.
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MURIO OSCAR
CARDOZO
Adiós a un maestro
El músico, compositor
y arreglador Oscar Cardozo Ocampo murió ayer en la ciudad
chaqueña de Resistencia. El jueves pasado, había sufrido
un accidente automovilístico que le provocó heridas
y traumatismos de los que no pudo recuperarse. Durante su larga
trayectoria artística, se desempeñó como arreglador
y director musical de figuras de diversos géneros musicales,
compuso obras para teatro y cine, y hasta participó junto
con Lolita Torres de una de las pocas giras por la Unión
Soviética realizada por músicos argentinos.
En toda su carrera, Cardozo Ocampo se dedicó especialmente
a colaborar con otros músicos, con los que grabó y
trabajó en distintos espectáculos. La lista de sus
colaboraciones incluye a artistas tan disímiles como Enrique
Mono Villegas, Valeria Lynch, Eduardo Falú, Estela
Raval, Mercedes Sosa, Ariel Ramírez, Teresa Parodi, Cuchi
Leguizamón, César Isella, Eduardo Lagos, Sandra Mihanovich,
Marilina Ross y Celeste Carballo.
Su actividad también pasó por el cine y el teatro.
Escribió las melodías de las películas La Nona,
Yo maté a Facundo, Pasajeros de una pesadilla, La Patagonia
rebelde y No habrá más penas ni olvido. Creó
la música de las series televisivas Hombres en pugna,
Compromiso y La señora Ordóñez.
Y realizó las bandas sonoras de las obras de teatro Juancito
de la Ribera, Pan y Circo, Gasalla 81/82 y Show para ejecutivos.
Era un instrumentista que tocaba el piano desde su infancia. Creció
en una familia argentino-paraguaya que siempre tuvo relación
con la música: su padre fue el autor del clásico La
galopera. Su exquisita sensibilidad, combinada con su conocimiento
técnico del instrumento, le permitió ganar el Gran
Premio Arreglista en el Festival OTI de la Canción en
Caracas, 1979 y el Gran Premio Sadaic, en 1986.
Aunque se lo recuerda como un músico de otros,
Cardozo Ocampo también compuso sus propias canciones, entre
ellas varias renombradas piezas como Ciclo dórico
(suite de ritmos regionales de América latina), Bibiana
con `b larga, A conciencia, Salga
el aire, Ceniza al viento, Luz de las rosas
de marzo y Señorito de los bombos.
En 1986 creó el grupo de folclore fusión Sin
Límites, luego de muchos años de formar parte
de proyectos ajenos. Junto a esa banda tocó sus viejos clásicos
y en junio de 1988 hasta se dio el lujo de presentarse en el renombrado
Carnegie Hall de Nueva York para interpretar la Misa por la
Paz y la Justicia de Ariel Ramírez.
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