Por
Martín Granovsky
O
los Estados Unidos disimulan mucho, o habrá que desprenderse de
toda ilusión de ayuda Made in USA. El secretario del Tesoro norteamericano,
Paul ONeill, dijo que ve escasas posibilidades de que la crisis
argentina contagie al mundo. Y además manifestó un profundo
desprecio por lo que sucede aquí y por sus protagonistas nativos.
Hablando de los argentinos dijo el virtual ministro de Economía
de los Estados Unidos: Ni siquiera pueden hablar de una industria
de bienes de exportación. Les gusta ser así. Nadie los forzó
a ser como son.
Las declaraciones están contenidas en una amplia cobertura del
último número del semanario inglés The Economist.
Al comentar la crisis, dijo también ONeill al periodista:
¿Usted cree que dentro de cinco años alguien se acordará
de esto?. Y describió la historia de la Argentina como una
sucesión de conflictos: Han estado entrando y saliendo de
los problemas durante 70 años o más.
Sin embargo, boys, a no preocuparse. Los extranjeros, al menos, deben
estar tranquilos, porque para ONeill no se está produciendo
un horrible movimiento parecido a un fuego salvaje y sin control
en medio del desierto. Antes era distinto: Tipos enormes a
caballo con látigos esperaban que la estampida siguiera porque
sacaban jugosas ganancias con esa estampida. Ahora, en cambio, no
todas las ovejas se están lanzado al abismo. Lo cual es bueno
para las ovejas, naturalmente, pero es muy bueno para el propio ONeill,
sometido a la doble presión de comenzar su gestión con George
W. Bush en medio de una crisis mundial de resultados impredecibles justo
cuando la economía de su país lentifica el ritmo de crecimiento.
La semana pasada Alan Greenspan, el poderoso jefe de la Reserva Federal
(el banco central de los Estados Unidos), dijo que el riesgo de contagio
de una caída argentina era bajo.
La cobertura de The Economist se pregunta si las bacterias pueden extenderse.
Las bacterias son, hoy, las debilidades de la Argentina y de Turquía.
El diario inglés de negocios The Financial Times analiza lo mismo.
Inversor global: todos los ojos en la Argentina, es el título
de un artículo de Andrew Balls publicado ayer en Londres.
En ambos casos, los análisis de un posible contagio colocan como
una cuestión central la relación entre cada moneda y el
dólar.
The Economist se alegra de que, ante una eventual cesación de pagos
de la Argentina, el mundo sufrirá menos que con la crisis asiática
de 1997 y la rusa de 1998. Una razón es que los fondos de pensión
representan hoy un 10 por ciento del los mercados emergentes (eufemismo
por débiles), contra un 35 o 40 por ciento en crisis anteriores.
La otra razón, más importante, es que hay muchas menos
economías emergentes con tasa de cambio fija, o sea con paridad
rígida entre el dólar y la moneda local.
The Financial Times asegura que si la Argentina entra en default Brasil
padecerá el contagio, y no solo por su vecindad: Las experiencias
pasadas indican que las naciones emergentes con problemas de déficit
y necesidades de financiamiento externo sufrirán. Y puede
haber un afectado lejano: La caja de conversión de Hong Kong
sin duda sufrirá grandes presiones si la Argentina devalúa,
dice Balls.
La línea de razonamiento queda así:
u La caja de conversión es una forma de paridad atada al dólar.
u En los últimos cuatro años, devaluaron todos los países
emergentes salvo dos: Hong Kong y la Argentina.
u Si se dice que una caída argentina pondrá en peligro a
Hong Kong, se está explicando también que las expectativas
actuales sobre la Argentina son devaluacionistas.
u El mismo mensaje aparece cuando The Economist elogia las tasas variables
y no fijas de relación con el dólar: la flexibilidad es
una herramienta frente a la asfixia. El Financial Times incluye, como
al pasar, una interesante reflexión sobre el default que atribuye
al experto Geoffrey Dennis, estratega para América latina de Salomon
Smith Barney de Nueva York. Para él, un colapso argentino no
tomaría de sorpresa a muchos inversores. Eso sucedería
porque, al revés del anuncio abrupto de Rusia, es probable
que la Argentina mantenga conversaciones con el Fondo Monetario Internacional
y los grupos acreedores para lograr una reestructuración
más ordenada de su deuda.
Si esto es cierto, quiere decir que un sector en el establishment financiero
internacional ya analiza la posibilidad de un default administrado entre
la Argentina, los tenedores de bonos, concentrados en su mayoría
en los bancos con sede en Buenos Aires, y los organismos multilaterales
de crédito.
El orden podría estar dado por el plan de achicamiento fiscal de
Domingo Cavallo y Fernando de la Rúa, que según las consultoras
internacionales podría demostrar si funciona o no alrededor de
octubre. No se trataría de un orden definitivo, porque aunque ahora
cierren las cuentas, chance que ven las dos publicaciones, el problema
argentino es que la deuda ha crecido a niveles tan insustentables
porque la economía dejó de crecer.
Michael Gavin, economista de UBS Warburg, observa dos escenarios de default.
En la variante ordenada, los políticos retienen el control de la
situación y conservan la confianza de los mercados. En la variante
caótica, los políticos pierden el control, la hiperinflación
se asoma otra vez y los mercados emergentes bajan la cortina.
El pánico al contagio descansa en la segunda variante. Pero, ¿cómo
se produciría? The Economist y The Financial Times coinciden en
que podría darse de dos formas. La primera sería económica.
Que un default perjudique los flujos comerciales y las inversiones en
todo el mundo. La segunda, el contagio puro. Que el dinero huya de los
mercados emergentes de todos ellos hacia refugios más
seguros como los Estados Unidos.
Ambas publicaciones están de acuerdo en descartar el primer tipo
de contagio, incluso para un vecino tan cercano como Brasil, cuyas exportaciones
a la Argentina, dicen, representan solo el 1 por ciento del Producto Bruto
Interno.
El contagio más probable si hay hecatombe es el segundo, el financiero.
Los inversores podrían despertarse y ver qué mal están
las cosas en los mercados emergentes, o rebalancear los portfolios fastidiando
sin querer a un tercer país, o directamente entrar en pánico
y perder cualquier gusto por asumir riesgos.
The Economist construyó una síntesis elaborada tras hablar
con expertos en finanzas, una suerte de método de detección
de terremotos. Hay que mirar la deuda externa (no solo el nivel: también
el ritmo de crecimiento), el déficit fiscal (que en los países
emergentes puede llevar a un crack), los préstamos de corto plazo
(si hay muchos, puede haber crisis de liquidez), el déficit de
cuenta corriente (por aumento de la necesidad de fondos) y las tasas de
cambio (que cuando son fijas perjudican la competitividad).
Son vulnerables a por lo menos uno de estos criterios de peligrosidad
China, Hong Kong, Malasia, Brasil, Polonia, Hungría, Indonesia,
México, República Checa.
Aun cuando el sacudón sea menor que el de 1997 y 1998, los economistas
ortodoxos temen que en América latina se produzca una rebelión
política contra las políticas liberales y que en Asia
reaparezca la vulnerabilidad financiera.
Tantos males se sumarían a que, dice The Economist, una crisis
de los mercados emergentes se daría hoy, a diferencia de 1997-1998,
frente a una economía norteamericana que ralentiza su crecimiento.
La crisis de la deuda y la crisis en los Estados Unidos y Europa no se
produce al mismo tiempo desde 1982, el peor año de la economía
mundial desde los años 30.
|