La
ministra japonesa de Medio Ambiente, Yoriko Kawaguchi, pasó de
ser la mala de la película a la heroína de la novela: cuando
las discusiones por salvar el Protocolo de Kyoto en la Sexta Cumbre del
Clima parecían estancadas, Kawaguchi dejó a un lado las
condiciones impuestas por su país al inicio de la cumbre –el
primer ministro japonés había señalado que no ratificaría
el Protocolo si Estados Unidos no lo hacía– y aprobó
el borrador de compromiso presentado por el presidente de la conferencia,
el holandés Jan Pronck. Tras superar el escollo inicial planteado
por Japón, los representantes de los 180 países asistentes
a la cumbre aprobaron el documento, y demostraron, tal como definió
la comisaria de Medio Ambiente de la Unión Europea, Margot Wallstroem,
“dónde está ahora radicado el liderazgo a nivel global”
en materia de políticas ambientales, haciendo caso omiso de la
presión ejercida por el gran país del norte.
“Es un buen día para el medio ambiente”, señaló,
exultante, el ministro de Medio Ambiente de Dinamarca, Svend Aukem. Aunque
fue calificado por los representantes las organizaciones ambientalistas
como “liviano”, porque da un amplio margen de acción
a los países integrantes del llamado “grupo paraguas”
–integrado por los principales emisores de gases que provocan el
calentamiento global– y no fija sanciones para el incumplimiento
de compromisos, el acuerdo firmado ayer en la ciudad alemana de Bonn pone
fin a cuatro años de arduas negociaciones por revertir los terribles
efectos del cambio climático a nivel mundial, en especial en los
países en vías de desarrollo, los más afectados por
el fenómeno.
“Para llegar al acuerdo, todas las partes tuvieron que ceder en sus
posturas. Está en la naturaleza de todo compromiso”, indicó
Wallstroem. El “grupo paraguas” (Japón, Rusia, Australia,
Canadá, Nueva Zelanda, Noruega, Ucrania e Islandia) exigió
que sus bosques sean considerados “sumideros” que absorben de
modo natural dióxido de carbono, el principal causante del efecto
invernadero, y que se contabilice la cantidad de CO2 absorbido y descontar
ese valor de los recortes estipulados. Los miembros restantes de la cumbre
accedieron al pedido, al tiempo que aclararon que se creará un
sistema de alerta temprana, que permitirá detectar a los países
que no cumplan con la cuota de reducción prometida, y tomar medidas.
Además, veinte países desarrollados se comprometieron a
asistir, con 410 millones de dólares, a las naciones en vías
de desarrollo, que son las más afectadas por el cambio climático.
A pesar de estar excluidas del acuerdo firmado en 1997 en Kyoto, estas
naciones han participado activamente en la lucha por la ratificación
del Protocolo, y como reconocimiento a esa lucha obtendrán una
participación mayoritaria en los órganos de control de cumplimiento
del acuerdo, que entrará en vigencia 90 días después
de ser ratificado por 55 países cuyas emisiones de gases sumaran,
en 1990, el 55 por ciento a nivel mundial.
La única que no la pasó bien en el último día
de la 6ª Conferencia del Clima fue la representante del gobierno
estadounidense, Paula Dobriansky, que fue abucheada por el resto de los
concurrentes cuando tuvo la no tan feliz idea de declarar que su país
“toma muy en serio el cambio climático, y no abdicará
en los esfuerzos por combatirlo, a su manera”. Cabe recordar que
la primera parte de la conferencia, realizada en La Haya, fracasó
cuando el presidente George W. Bush se negó a ratificar el Protocolo
de Kyoto, bajo el argumento de que el acuerdo perjudicaría económicamente
a su país.
Los representantes del grupo de países de América Latina
y el Caribe (GRULAC) también pasaron un mal momento, cuando Venezuela
rompió el consenso que había logrado el conjunto, en defensa
de sus intereses como nación petrolera. “A la OPEP (Organización
de Países Exportadores de Petróleo, de la que es miembro
Venezuela) no le interesan las políticas de reducción de
emisiones contaminantes”, señaló el argentino Raúl
Estrada, vicepresidente de la conferencia, quien consideró que
el acuerdo al que se llegó ayer favorecerá a Latinoamérica,
porque “creará las condiciones parala adaptación al
cambio climático y nos hará más eficientes en el
uso de la energía”.
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