Por
Hilda Cabrera
La
pintura es una de sus fuentes de inspiración. Por eso el actor
y director español Paco de La Zaranda (o Francisco Sánchez)
dice que su caballete es el escenario y el lienzo que pinta, la caja negra
del teatro. Nacido en Jerez de la Frontera, donde en 1978 fundó
el Teatro Inestable de Andalucía La Baja, retorna a la Argentina
para presentar con esta compañía La puerta estrecha, obra
estrenada hace dos años en Jerez y llevada en gira por otras ciudades
europeas, Nueva York, Miami y países centroamericanos. Este grupo,
que en 1987 trajo su Mariameneo, Mariameneo, y más tarde Perdonen
la tristeza, Vinagre de Jerez, Obra póstuma y Cuando la vida eterna
se acabe, se caracteriza por una estética austera, ligada a situaciones
de desamparo (a veces dentro de un clima de rara comicidad) y otras conectadas
con la memoria, el amor y la muerte.
En entrevista con Página/12, tanto el director como el autor Eusebio
Calonge dicen estar empeñados en un teatro que parte de las propias
emociones: No sabemos adónde nos va a conducir ni qué
vamos a encontrar, pero igual ponemos la vida en esa búsqueda,
sostienen. La puerta... que se verá en el Teatro Liceo (Rivadavia
1425), a partir de hoy y hasta el 9 de setiembre es un paso
más hacia aquello que deseamos pero nos parece imposible alcanzar,
apunta el director, decidido una vez más a depurar
el lenguaje escénico del grupo, que completan Gaspar Campuzano,
Enrique Bustos, Fernando Hernández y Carmen Sampalo.
¿Puede relacionarse la puerta a la que alude el título
con la problemática de la inmigración en España?
P.Z.: Nuestros trabajos han estado siempre abiertos a muchas lecturas.
Una de ellas puede ser social y otra metafísica. Todo ser humano
quiere concretar sus sueños, y un emigrante es un ser lleno de
sueños. En realidad, todos estamos queriendo cambiar de lugar y
de vida, y en ese sentido somos emigrantes de nosotros mismos. Soy bastante
reacio a explicar las obras. Prefiero decir que nuestra intención
es perseguir la emoción del espectador y convertirla
en reflexión.
En la mayoría de las obras que se vieron en Buenos Aires
estaban muy presentes los temas del viaje y de la memoria, y las imágenes
de fracaso y naufragio. ¿Sucede algo semejante en La puerta...?
P.Z.: Desde la fundación del grupo trabajamos sobre la memoria.
Nuestro deseo es edificar un teatro que exprese lo que creemos ser. La
memoria de La Zaranda está intacta, pero se ha ampliado con los
viajes. Nuestra forma de contar las pasiones humanas es más sintética,
pero cada vez necesitamos capturar más cómplices entre los
espectadores.
¿La gente y el paisaje de Jerez de La Frontera han sido decisivos
en esa forma de contar?
P.Z.: Uno lleva consigo la herencia cultural pero también es cierto
que anda por otras latitudes, se enamora de gente muy distinta, recorre
muchas calles y no puede olvidar alguna esquina. Esto enriquece, y entonces
uno empieza a observar que las raíces se desarrollan sin que nadie
se atreva a cortarlas, y uno no se imagina ya sin ellas. Después
de 15 años de llevar nuestros trabajos por América Latina
(y hasta 5 y 6 veces al año), comprobamos que somos parte de ésta.
Es un fenómeno parecido al de los cantes de ida y vuelta de Cádiz:
el canto salía de la ciudad y regresaba transformado. Nuestro teatro,
a fuerza de traerlo a estas tierras, tiene otros elementos que no son
los de Jerez. Esta es la sexta vez que venimos a Buenos Aires, y además
de muchos amigos, ganamos muchos cómplices de nuestro trabajo.
¿Sucede lo mismo en Europa?
P.Z.: Hemos viajado por Francia, Italia y Alemania y vivido otras experiencias.
No es el mismo idioma, pero nos entienden, porque en La Zaranda la palabra
es una batuta, un elemento importante, pero uno más dentro del
abanico que desplegamos en la escena.
¿Qué opina del teatro que se hace hoy en España?
P.Z.: España se ha apuntado al carro del oro, a ganar dinero, también
con el teatro. Tenemos muy poca gente apostando a un teatro interesado
en la estética y la ética. Mi opinión es que si no
hay ética no hay arte. El arte nos permite soñar con lo
absoluto, con lo imposible, con Dios. Con el deseo de que aquello que
hacemos sirva para algo y no sea simple mercancía. Es cierto también
que no estoy muy al día con lo que se hace en España, porque,
para mi suerte o desgracia, siempre estoy viajando. Ahora mismo hemos
venido de los festivales de Puerto Rico y Nueva York, donde nos reencontramos
con la historia del grupo, porque los que hacemos teatro en el mundo sabemos
quiénes y cómo somos. Un día nos encontramos en Argentina,
otro en Canadá... La ventaja de ser nómade es que siempre
estás llegando a tu casa.
¿Cómo ve la emigración de argentinos a España?
P.Z.: He pensado sobre esto, pero de rebote. Hay una necesidad económica,
pero no es la única. Como en La puerta..., relaciono la emigración
con el deseo de no postergar los sueños.
¿De qué manera incide el entorno en su trabajo?
P.Z.: El que no se alimenta de lo que le rodea, dice muy poca cosa arriba
del escenario. Sin embargo, debo admitir que cada vez me impresiono menos,
quizá porque en esta tarea nos ejercitamos mucho para no sufrir
los fracasos y afrontar lo imprevisible. Cuando el teatro es útil,
como pude comprobarlo en algunos países de extrema pobreza, uno
se siente vivo.
¿Han trabajado en espacios no convencionales?
P.Z.: Muchísimas veces, y más en los comienzos: en plazas,
calles, ferias y cabarets. Había que sobrevivir. Pero no soy de
aquellos que buscan romper el espacio porque sí, o
por querer ser vanguardia, que muchas veces es falsa. La arquitectura
es importante porque arropa. No es lo mismo una misa en una catedral gótica
que en una iglesia humilde o en una covacha. Pero lo verdaderamente importante
es el contenido, lo que sucede, el instante que se abre al siguiente,
y éste a otro y es siempre irrepetible. El teatro es mi manera
de expresar la angustia y la alegría, mi manera de pasar por la
vida llevando aquello que tomé de la gente de mi pueblo, que es
mezcla de muchas culturas y sabe reírse de sus propias tragedias.
EUSEBIO
CALONGE, AUTOR E ILUMINADOR DE LA OBRA
De
pobres, caídos y malditos
Por
H.C.
El
autor e iluminador Eusebio Calonge, también oriundo de Jerez de
la Frontera, es quien ha ideado el texto de esta obra que luego el grupo
edificó sobre el escenario. El disparador de este trabajo
tiene un componente social: La avalancha de gente que llega a un
dudoso Primer Mundo escapando de la pobreza material, como puntualiza
Calonge, en diálogo con Página/12. Este artista se refiere
al mundo dramático de las pateras en las que escapan los
magrebíes, los naufragios, el papelerío y la ley de extranjería
que nos recuerdan haber sido alguna vez extraños en nuestro propio
suelo, seres en busca de la tierra prometida. La puerta estrecha
sería, en ese contexto, una abertura esperanzadora.
¿Cómo se vive esa avalancha en España?
E.C.: Estas diásporas nos obligan a recordar las épocas
en que hubo que irse. Los que las viven como invasión son muy torpes.
En esta época de vacas gordas para España nosotros seguimos
con nuestro trabajo, que ha sido siempre el de darle voz a los que no
la tienen. Nuestros personajes son los caídos, los pobres y los
malditos. La puerta... va más allá de aquellas referencias
sociales. Es una obra de carácter simbólico donde lo esencial
es la condición de extranjeros que tenemos todos.
¿La Zaranda está abierta a actores de otras zonas?
E.C.: Un compañero es de Avila; los demás, todos de
Jerez, pero el grupo no está cerrado. Tenemos sí un ritmo
de trabajo al que hay que adaptarse. Cuando preparamos una nueva obra
nos encerramos durante siete meses como si fuéramos monjes de clausura.
Durante ese tiempo vivimos en comunidad, creando y ensayando en un galpón
durante 16 horas diarias. Nuestro grupo creció en la demora y la
escasez, y eso nos da una fortaleza poco común.
¿Cuánto influye la escasez de medios en el teatro?
E.C.: La crisis material va y viene. Quiero decir que alguna vez
se sale y nunca es tan preocupante como la crisis a nivel creativo. La
caída que se está viviendo en Europa es impresionante. La
cultura como ocio es un concepto que produce espanto. La cultura y el
arte no son pasatiempos sino una necesidad. Creo que habrá que
volver a sopesar esa frase tan trajinada por estos días de que
el siglo XXI será espiritual o no será.
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