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LA ODISEA DE UN RESCATE QUE DEMORO UNA SEMANA
Salvataje a último momento

Las siete personas varadas por la nieve y el viento blanco en Mina Angela fueron encontradas finalmente ayer. Pero los tres ocupantes del rancho donde se cobijó el grupo se quedaron.

El rescate llegó cuando la desesperanza había ganado a los cuatro hombres que quedaron varados.

Por Cristian Alarcón

Ya habían perdido las esperanzas de ver en el horizonte la mancha oscura que venía a salvarlos, de escuchar el zumbido del helicóptero aterrizando sobre el hielo. Habían pasado siete días aislados en el paraje Los Manantiales, comiendo carne de caballo algunos, mate cocido con pan otros, durmiendo alrededor de la estufa a leña para poder dormir sin miedo a congelarse bajo los 20 grados bajo cero de este invierno calamitoso. Eran cuatro viajeros perdidos y tres lugareños hospitalarios. Se consideraban desahuciados, cuando aparecieron el avión con provisiones y el helicóptero de rescate en el cielo encapotado de Mina Angela, en la frontera entre Río Negro y Chubut. El aislamiento, el hambre y el frío fueron una dura prueba para todos, pero ayer el que todavía conservaba la estupefacción era Adam Barvy, el extranjero del grupo, un ingeniero inglés que marchaba a inspeccionar las minas cerradas. “Yo no sé cómo vive esta gente en ese lugar. Están tapados de nieve, con temperaturas de 25 grados bajo cero y prácticamente incomunicados”, dijo, ya a salvo, con varios kilos menos, y sintiéndose más que nunca en ese fin del mundo que desde el norte miran los europeos.
La aventura que se hizo exasperante comenzó como un viaje más, en una cuatro por cuatro, la mañana del miércoles último. Casi llegaban a la mina de uranio abandonada a la que el inglés debía supervisar por un problema de miedo ambiente, cuando ya no pudieron avanzar. Lo acompañaban un ex minero, Juan José Carli; el maestro rural Rafael Salas y el periodista de Radio Nacional Jacobacci, Jorge Marillán. Cuando se quedaron atascados, caminaron hasta el puesto más cercano, la casa de Domingo Meli, un hombre de campo que tenía contadas las provisiones para mantenerse junto a su hija adolescente y su esposa. Allí se quedaron esperando noticias. Como tenían una radio, que podían hacer funcionar con una batería que se cargaba con un molino de viento, se comunicaron con el radiooperador del aeropuerto de Ingeniero Jacobacci. Fue así que acordaron que un equipo de rescate se acercaría hasta un punto del camino para buscarlos. Ellos debían caminar hasta el sitio la noche del jueves.
Lo hicieron. Pero al salir del rancho, el “viento blanco” los mareó. “Es la nieve hecha viento, no se puede ver nada”, describió en una conversación con este cronista Teresa Gutiérrez, la novia del periodista de Radio Nacional, a quien custodiaba ayer en su casa de Jacobacci de mayores esfuerzos después de la odisea. Era la una de la mañana y una extraña intuición hizo que el puestero Meli saliera a buscarlos. Sospechaba que con la tormenta el camión de rescate no llegaría nunca al punto acordado. Caminando con la cabeza gacha, como intentando quebrar el aire duro de la tempestad, a los gritos, Domingo fue orientando a los hombres perdidos hacia donde él estaba. Como un rebaño a salvo de la nevada, los llevó otra vez a su casa. “El les salvó la vida a todos”, dijo ayer Teresa. Pero ni él, ni ninguno de los puesteros de la Patagonia ha podido salvar a sus verdaderos rebaños de la muerte por congelamiento.
A partir de entonces calcularon que no podían pasar más de dos días hasta que los rescataran. Pero el maestro rural, Salas, sabía para sí que eso sería mucho más difícil. Estaban seguros, en un rancho calefaccionado mínimamente con una estufa de campo, un poco apretados, pero con cierto aire porque había un potro para carnear si el salvataje se dilataba. Eso ocurrió, finalmente, al tercer día. Habían intentado para entonces llegar a ellos con un camión. “Yo sabía que el rescate no iba a ser fácil. Realmente había muchísima nieve y cuando no pudieron llegar en Unimog hasta donde estábamos, me di cuenta de que sólo nos sacarían por aire”, cuenta Salas.
Teresa pudo hablar con Jorge al tercer día. El estaba deprimido. “Pensaron que en realidad no estaban buscándolos, que les mentíamos para que se calmaran”, contó. Por radio, enterrados en el escepticismo, amenazaban con que saldrían caminando del lugar como fuera. El inglés Barvy era el menos auspicioso. No sólo que pasaba más hambre que el restoporque nunca quiso probar la carne de caballo, sino que además imaginaba que nunca irían por ellos. Con su esposa en Madrid, y sin noticias de la empresa que lo contrata, Knith Presols, Barvy lo vio todo mucho más oscuro.
El domingo, un equipo subido a un Unimog más dos camionetas cuatro por cuatro intentaron otra vez. Otra vez fallaron. Se chocaron con montículos de nieve de hasta ocho metros en el camino. El lunes, volvieron con un helicóptero del Ejército, pero se quedaron sin combustible, perdidos por la capa “como una sábana blanca” que encapotaba la zona de Los Manantiales.
Ayer el helicóptero dio con el ranchito y su humeante chimenea, a un costado de un lago, y los cerros blancos a lo lejos. Desde abajo, los brazos de los hombres se agitaban, cubiertos de ponchos y abrigos del dueño de casa. Hacía 15 minutos que un avión de Gendarmería que había salido desde Esquel con provisiones se las había lanzado desde el aire. El avión, todo un caso en medio de este temporal, está preparado para hacer ese raro recorrido entre ranchos sin aterrizar nunca. Cuando avista uno, baja a esa endemoniada velocidad de los aviones, y “pancea” a veinte metros sobre la nieve, lanzando, como bombas, cajas con comida para pasar este cruel invierno. Es la única recompensa para la familia de Meli, que prefirió quedarse en su rancho.

 

Una porteña perdida

Victoria Giabertoni, una chica porteña de 19 años, supo ayer lo que era la noche cerrada en la montaña. De vacaciones en Bariloche, donde su familia suele esquiar, el lunes por la tarde dejó a su grupo de amigos para lanzarse sola a practicar snowboards en una de las pistas del Cerro Catedral. Se hicieron las siete de la tarde y la chica no volvió a reunirse con sus amigas. La niebla la había perdido y en lugar de tomar por el sector este para regresar al centro de sky, tomó hacia la ladera oeste. Su grupo avisó al Club Andino Bariloche y hacia las nueve una patrulla de setenta personas salió a recorrer las pistas para dar con ella. Encontraron una huella y la siguieron. A las tres de la mañana la chica vio luces. Creyó que alucinaba y gritó. “Recién comenzaba a pasar frío”, dijo ayer. Hacía 15 grados bajo cero a esa hora.

 

Record de aislamiento

Por C. A.
Luis Cárdenas, un desocupado de 34 años y su amigo David Contreras, de 22, batieron ayer el record de aislamiento por el fuerte temporal patagónico de nieve. Habitantes de Maquinchao, un pueblo de la línea sur de Río Negro, y sin trabajo el 11 de julio decidieron emprender viaje hacia Vaca Leufú, un paraje a unos 50 kilómetros, para aprovechar al temporada de la liebre. A cuatro pesos con cincuenta cada uno, ese es uno de los pocos recursos con los que cuenta la zona en esta época del año.
Salieron en una Ford `67, “bastante bien de motor” junto a un tercer amigo. Pero cuando quisieron regresar la nieve ya era demasiada y la camioneta se atascó. Como les pasó a los aislados de Mina Angela, a ellos también los refugió un puestero. El fue quien acompañó y en un caballo le hizo de guía al tercero, para que pudiera salir del lugar en busca de ayuda, ya que siempre estuvieron sin comunicación radial con el pueblo. Se hicieron cuatro intentos de llegar a ellos con un Unimog, pero fue imposible. Recién ayer el helicóptero los ubicó en uno de los claros que ofreció el cielo y los regresó a casa, aunque el producto de la caza debieron consumirlo durante su retiro forzado.

 

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