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Electrodos en el cerebro para paliar los efectos del Parkinson

Un especialista español explica
la nueva técnica: instalan electrodos en el cerebro para evitar las
descargas neuronales.

Cables: Los microelectrodos, mediante delgados cables que salen del cráneo y corren bajo la piel, se conectan con un marcapasos, también subcutáneo, en la base del cuello.

El doctor José Obeso, profesor
en la Universidad de Navarra.
Explica los resultados de un estudio
sobre más de 150 pacientes.

Por Pedro Lipcovich

Es un pinchacito nomás. Pero la aguja, de dos milésimas de milímetro de espesor, tiene que acertar en una región del cerebro de unos pocos milímetros. Se trata de una cirugía de avanzada para paliar los efectos del mal de Parkinson. Uno de los principales investigadores que la desarrollan, el español José Obeso, visitó Buenos Aires, y anticipó a Página/12 los resultados del primer estudio extenso, sobre más de 150 pacientes, de la nueva técnica, que instala electrodos permanentes en el cerebro, controlados por un marcapasos, para evitar las descargas neuronales que caracterizan la enfermedad. Un inconveniente del método es el elevado precio de los aparatos que se implantan, fabricados por una sola empresa en todo el mundo. Una opción más accesible es, también por cirugía, anular los núcleos cerebrales donde se originan los síntomas del Parkinson. Esta enfermedad afecta típicamente a los mayores de 60 pero, según datos recientes, hasta uno de cada diez pacientes tendría menos de 40 años.
La operación “se basa en un concepto reciente: que la enfermedad del Parkinson no se debe, como se creía antes, a que las neuronas dejen de enviar señales, sino a que generan señales anormales. Los síntomas del Parkinson, aunque en última instancia se deban a la falta de dopamina (ver recuadro), son un fenómeno activo”, explicó el doctor Obeso, profesor en la Universidad de Navarra, quien visitó la Argentina invitado por FLENI (Fundación de Lucha contra las Enfermedades Neurológicas de la Infancia).
La estrategia para contrarrestar ese desorden consiste en poner algo así como un interventor en alguno de los núcleos cerebrales donde se originan los síntomas de la enfermedad. Se instalan microelectrodos que a su vez, mediante delgados cables que salen del cráneo y corren bajo la piel, se conectan con un marcapasos, también subcutáneo, en la base del cuello. El marcapasos genera impulsos eléctricos que tienden a normalizar las descargas neuronales en la región afectada.
El problema es que las regiones cerebrales donde se origina el Parkinson –llamadas “globo pálido interno” y “núcleo subtalámico”– son muy chiquitas, como del tamaño de un carozo de aceituna, indiferenciable del resto de la masa cerebral. El cirujano procura detectar el lugar preciso mediante una aguja de microrregistro, cuya punta, de vidrio, es invisible a simple vista, como que tiene dos o tres micrones de diámetro: esta aguja logra pinchar cada neurona y, al registrar su patrón de descarga eléctrica, detecta a qué estructura del cerebro pertenece.
La operación requiere un paciente muy comprometido y en cierto modo heroico: deberá permanecer despierto durante quizá 14 horas, indicándole al cirujano si ve luces, si tiene hormigueos, abriendo o cerrando su mano cuando le sea solicitado. No sentirá dolor, porque el cerebro no duele, y sólo se lo adormecerá durante unos minutos al principio y al final, para abrirle y cerrarle el cráneo.
El doctor Obeso (imposible dejar de observar que es un hombre delgado) coordinó un estudio multicéntrico que abarcó 12 instituciones en Europa, Estados Unidos y Australia, sobre un total de 150 pacientes con enfermedad de Parkinson, seguidos durante cuatro años. Los resultados fueron aceptados para su publicación en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine. El 70 por ciento de los pacientes tuvo más de un 30 por ciento de mejoría, y en un 30 por ciento de los casos la mejoría llegó al 80 por ciento. El riesgo quirúrgico de hemorragia cerebral es del dos por ciento.
La operación no es curativa, ya que no existe cura para el mal de Parkinson, pero sirve para paliar sus síntomas, especialmente en casos avanzados, y para reducir la cantidad y, por lo tanto, los efectos secundarios de los medicamentos que el paciente con Parkinson debe tomar. Un problema de esta intervención es su costo: sólo el aparataje cuesta unos 25.000 dólares, que se suman a los costos de cirugía e internación. Según dijo a este diario un destacado especialista, “el precio esexagerado porque una sola compañía fabrica los aparatos y se aprovecha de su situación monopólica”. Obeso manifestó su “esperanza de que los precios se ajusten a la realidad, para que el método sea accesible a la población”.
La otra opción quirúrgica es el “método de lesión”: llegar a aquellos mismos núcleos cerebrales pero para destruirlos. Esta técnica tiene como principal ventaja la reducción de costos. “Puede ser preferible en personas de más edad”, observó Obeso. En cuanto al hecho de que el paciente se vea privado de esas partes del cerebro, “no es muy importante a esa edad, como sí lo sería en la infancia: esos núcleos, que automatizan los movimientos, probablemente sirvan para el aprendizaje de hacer varias cosas a la vez sin pensar en cada una de ellas”, señaló el especialista. El inconveniente de lesionar los núcleos cerebrales es “que hay más riesgo de que, durante la cirugía, la lesión se extienda fuera de los límites de la estructura que se quiere eliminar”, precisó Obeso.

 

Enfermedad sin cura
Por P.L.

No hay hasta ahora manera de prevenir ni de curar el mal de Parkinson, que afecta aproximadamente al 2 por ciento de la población adulta, a partir de los 40 años. Si bien ataca especialmente a los mayores de 50, y la edad promedio de comienzo son los 60 años, en los últimos años se han observado más casos de Parkinson “precoz” y, según estimaciones transcriptas por el National Institute of Neurological Disorders and Stroke, de Estados Unidos (www.ninds.nih.gov), entre un 5 y un 10 por ciento de los pacientes tienen menos de 40 años de edad.
La enfermedad es progresiva y puede pasar desapercibida por largo tiempo, hasta que aparecen los síntomas más evidentes. Entre éstos se incluyen los temblores en las manos, los brazos, las piernas y la cara; la rigidez en los miembros, el tronco o el rostro (“cara de poker”); y, con el tiempo, dificultades para caminar o hablar.
A principios de la década del ‘60 se descubrió que esos síntomas responden a la falta de producción de una sustancia cerebral llamada dopamina. En los pacientes con Parkinson se registra la pérdida del 80 por ciento o más de las células que producen dopamina. Se ignora por qué estas células mueren o se inactivan.
El principal medicamento es la L–dopa, que las células nerviosas pueden utilizar para fabricar dopamina. Logra reducir los síntomas en por lo menos tres cuartas partes de los casos, aunque no detiene la progresión de la enfermedad.

 

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