Por Marcelo Justo
Desde
Londres
A sólo semanas de su
aplastante victoria electoral, el primer ministro laborista Tony Blair
tiene una sola oposición que temer: el sindicalismo. El enfrentamiento
pone en peligro el vínculo histórico entre el Partido Laborista
y los sindicatos. En el futuro de los servicios públicos está
el eje del conflicto. El gobierno propone una mayor participación
del sector privado en la salud, la educación y el transporte. Los
sindicatos interpretan esto como un primer paso para su privatización,
siguiendo un modelo neothatcherista de achicamiento del Estado. En respuesta,
los sindicalistas han lanzado una campaña contra la propuesta oficial
y amenazan con dejar de financiar al laborismo.
Uno de los puntos más polémicos de la campaña electoral
fue la decisión de Tony Blair de utilizar cada vez más al
sector privado para la reforma y modernización del sector
público. El primer ministro insistió en que no habría
barreras ideológicas para cumplir con la promesa electoral
de mejorar el funcionamiento de los servicios públicos y que el
único principio rector sería usar lo que funcione.
Este pragmatismo recuerda la famosa definición del líder
comunista chino Deng Xiao Ping sobre la propiedad pública o privada
de los medios de producción: No importa el color del gato
sino que cace ratones. La propuesta gira en torno a dos planes de
cooperación entre el sector estatal y el privado, la Private Public
Partnership (PPP) y la Private Financed Initiative (PFI). En ambos casos,
el capital privado financia y ejecuta determinados proyectos como la construcción
de un hospital que el Estado paga durante un período determinado
de tiempo. Esto no significa la privatización de los servicios
públicos, aseguró Blair, quien para persuadir a los
sindicatos estatales los invitó a cenar a su residencia oficial
de 10 Downing Street a fines de junio.
Los sindicalistas disfrutaron, seguramente, la cena veraniega londinense.
Pero no salieron convencidos de las propuestas gubernamentales. Una semana
más tarde, en el congreso anual del poderoso Sindicato de Transporte
y Trabajadores Afines, que nuclea a casi un millón de trabajadores,
su líder, Bill Morris, advirtió que defendería al
sector público con todas sus fuerzas y que para ello construiría
una amplia coalición. Esta coalición abarcaría
a sectores descontentos del laborismo y al tercer partido británico,
los liberal demócratas. Lo peor es que desviaría a una campaña
por la defensa de los servicios públicos una parte del medio millón
de libras anuales que el gremio destina a las arcas del Partido Laborista.
Otros sindicatos van todavía más lejos. Por primera vez
en su historia, Unison, que nuclea a más de un millón de
trabajadores estatales, y los Bomberos, que cuenta con 55 mil miembros,
están debatiendo una ruptura completa de los lazos financieros
y políticos con el Laborismo.
Los sindicatos alegan que el gobierno se rige por criterio muy dogmático:
que lo privado es eficiente y creativo y lo público
incompetente y burocrático. Como ejemplo de la falacia
de este principio, los gremios señalan la desastrosa
privatización de los ferrocarriles que realizaron los conservadores
en 1994 con el supuesto objetivo de mejorar su funcionamiento. Siete años
más tarde el saldo de la privatización es un servicio peor
y deficitario, que ha acumulado cinco accidentes fatales con más
de 40 muertes y un rojo de casi 9 mil millones de dólares, a pesar
de los considerables subsidios estatales que recibió este año
Railtrack, la compañía que a cargo de la infraestructura
ferroviaria. La supuesta eficiencia, prolijidad y transparencia del sector
privado fue puesta igualmente en tela de juicio cuando el director de
Railtrack recibió más de un millón de libras de indemnización
por su renuncia tras el último accidente de trenes que causó
la muerte de 4 personas. Según los sindicatos, debido a su fascinación
dogmática con lo privado, el gobierno apenas criticó este
hecho que indignó a los británicos, especialmente a los
familiares de las víctimas.
Ambas partes son conscientes de los problemas del sector público.
En el Servicio Nacional de Salud, que cubre a todos los británicos,
la lista de espera para operaciones supera el millón de personas,
hay menos camas hospitalarias y médicos por paciente que en la
mayoría de los países europeos y el porcentaje de muertes
por cáncer y enfermedades cardiovasculares se encuentra entre los
más altos de las naciones desarrolladas. En educación, el
gobierno no consiguió corregir el elitismo del sistema educativo,
las falencias de la escuela estatal y la fuga de la clase media hacia
el sector privado. El panorama no es más alentador en el área
del transporte público. Esta semana se reveló que el subterráneo
londinense, el más antiguo del mundo, se descompuso casi 500 veces
el año pasado, verdadero record en su larga historia.
El centro del debate es cuál es el remedio a estos problemas. Los
sindicatos impulsan una mayor inversión pública vía
un aumento de los impuestos generales y un claro compromiso con la ética
del servicio público, concepto que aún merece respeto en
Gran Bretaña. El gobierno, en cambio, se comprometió a no
subir los impuestos y propone como alternativa esta sociedad entre lo
público y lo privado, criticada a derecha e izquierda, por su vaguedad.
En algunos casos la diferencia se dirimirá judicialmente. El gobierno
impuso hace 10 días una privatización parcial del subterráneo
londinense resistida por el intendente de la capital Ken Livingstone,
quien apeló la decisión gubernamental ante los tribunales,
que deberán pronunciarse en estos días. En otros casos,
como el Servicio Nacional de Salud y la educación, los sindicatos
amenazan con montar un invierno del descontento que recuerda
las huelgas contra el gobierno del laborista James Callaghan que condujeron
a su derrota electoral en mayo de 1979 y a su terrible consecuencia: 19
años de thatcherismo. El gobierno respondió que sí,
que dialogará. Pero que no modificará el rumbo esencial
de sus propuestas.
La lucha continúa
en toda Italia
Miles de manifestantes marcharon a través de una docena
de ciudades italianas anoche para avivar la llama de la resistencia
encendida en Génova. Cantando asesinos y vergüenza
a la policía, dijeron que la última, turbulenta, cumbre
G-8 del fin de semana había desembocado para ellos en una
larga guerra de desgaste contra el Estado. Una batalla propagandística
está librándose entre el gobierno y el movimiento
antiglobalización para establecer quién tiene la culpa
por la violencia en Génova, donde un hombre resultó
muerto y cientos heridos.
Las manifestaciones pacíficas de anoche fueron un intento
de mantener el impulso y tranquilizar al público, que está
confundido y asombrado por los disturbios. La respuesta a
lo que sucedió en Génova debe ser inmediata: debemos
regresar a las plazas para manifestar contra la conducta de la policía,
dijo Punto Vagno, un líder de la revuelta. Los manifestantes
se reunieron en Génova, Roma, Milán, Bologna, Bari,
Florencia, Turín, Siena, Venecia y ciudades más pequeñas.
Las banderas expresaban el derecho a disentir. Una pancarta decía:
No a toda violencia, no a la represión policial, si
al gobierno del pueblo. Se esperan escenas emocionales en
Génova hoy cuando los manifestantes se reúnan para
el funeral de Giuliani. Su padre, Giuliano, dijo que la ceremonia
sería austera, sin flores ni servicio religioso.
|
|