Por Francis Harrison*
Desde
Colombo, Sri Lanka
El aeropuerto internacional
de Colombo es uno de los lugares mejor defendidos de la tierra. En su
entrada se agolpan las ametralladoras y las casetas del ejército.
Pero a las 3 y media de la mañana de ayer, 13 guerrilleros del
grupo separatista de los Tigres tamiles lograron quebrar la seguridad
con el truco más fácil: entraron por atrás. Algunos
llevaban bombas suicidas atadas alrededor de sus torsos. Camuflados con
el uniforme de fajina del ejército, cortaron el perímetro
de la base aérea adyacente y se abrieron camino en silencio hacia
la pista del aeropuerto, precisamente cuando un avión recién
aterrizado desde las islas Maldivas desembarcaba a sus somnolientos pasajeros,
en su mayoría turistas. Minutos después el aeropuerto estaba
envuelto en llamas y humo negro.
La guerrilla separatista tamil había lanzado uno de sus ataques
más audaces en la guerra civil que desde hace 18 años libra
en la isla de Sri Lanka (ex Ceilán). Y los turistas que esperaban
su equipaje debieron huir para salvar sus vidas. Mientras las fuerzas
de seguridad empezaron una batalla de cuatro horas con fuego de artillería
contra los rebeldes, la gente corría por el aeropuerto como
gallinas degolladas, en palabras del turista británico Jim
Bellieni. Entre tanto, cuando Bellieni y otros turistas buscaban refugio
en las sombras, los rebeldes de los Tigres de la Liberación de
Tamil Ealam (LTTE, que luchan por un Estado independiente para los tamiles
étnicos en el interior de Sri Lanka) destruyeron las aeronaves
que estaban en la pista cerca de ellos. Con ametralladoras, misiles antitanques
y granadas, hicieron explotar tres aviones Airbus propiedad de las Sri
Lankan Airlines y dañaron severamente a otros dos.
Los objetivos principales de la guerrilla, sin embargo, eran los aviones
militares que habían sido usados en recientes raids aéreos
contra posiciones tamiles en la norteña península de Jaffna.
Si los ataques aéreos continuaban, los Tigres habían advertido
el mes pasado que comenzaría una nueva escalada de la violencia.
Ayer demostraron que la advertencia iba en serio. La guerrilla destruyó
ocho aviones militares, incluyendo un helicóptero artillado y un
caza Kfir de fabricación israelí que era el odiado emblema
del poderío de las fuerzas del gobierno de Sri Lanka. Mientras
la lucha arreciaba, al cerrar el aeropuerto internacional de Bandaranaike,
el país se encontró aislado del resto del mundo.
El ejército confirmó que los 13 guerrilleros que habían
participado en el asalto fueron muertos. Algunos de los cuerpos encontrados
en la terminal principal estaban carbonizados. Así informaron las
autoridades, que sugirieron que se habían autoinmolados. Cinco
soldados murieron en el encuentro y otros 12 resultaron heridos.
El daño causado a Sri Lanka como paraíso turístico
es enorme. El país estaba gozando su mejor verano desde 1983, cuando
los Tigres lanzaron su campaña separatista. Hasta ayer, Sri Lanka
había tratado de trazar una distinción nítida entre
el norte y el este, donde la guerra arrecia, y las playas de arena blanca
y las bucólicas plantaciones de té en el sur. La represalia
del gobierno a la guerrilla fue inmediata. Dos ataques aéreos bombardearon
blancos tamiles en Kilinochi (norte) y Trincomalee (este).
La presidente de Sri Lanka, Chandrika Kumaratunga, mantuvo una reunión
de emergencia con su gabinete de seguridad para discutir la humillación
sufrida. En un comunicado de ayer por la noche, el gobierno dijo que el
explícito fin del ataque era dañar la economía, pero
que no cederá al terror de los separatistas. El alto el fuego logrado
entre el gobierno, de mayoría singalesa, y los tamiles, se había
quebrado en abril.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12
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