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Todas las grabaciones de un dúo
de jazz tan atípico como ejemplar

Ella Fitzgerald y Louis Armstrong grabaron, entre 1956 y 1957, tres
discos para el sello Verve (incluyendo la recreación de �Porgy & Bess�. Un álbum de 3 CD los agrupa por primera vez.

La voz cristalina de Ella Fitzgerald
y la maravillosa rugosidad de Louis Armstrong en un gran dúo.

Por Diego Fischerman

Si Ella Fitzgerald sólo hubiera grabado “Moonlight in Vermont” en toda su carrera y si Louis Armstrong sólo hubiera vivido para entrar con su trompeta después de la segunda estrofa de esa canción y para intercalar su voz con la de la cantante a partir de la tercera, alcanzaría. Es decir, ninguno de los dos necesitaría ninguna otra razón para estar entre los inevitables del jazz. Pero, por suerte, hicieron muchas más cosas, juntos y por separado. Entre las primeras están las respuestas de la trompeta a las frases de Fitzgerald en “They Can’t Take Away From Me”, la introducción de Armstrong y las voces de ambos en una de las mejores versiones grabadas jamás de “Tenderly”, la recreación de Porgy & Bess, “April in Paris” (memorable), el maravilloso dúo de “Stars Fell on Alabama”, “These Foolish Things”, “A Fine Romance”, “Undecided” y, claro, el acompañamiento de Oscar Peterson en piano, Herb Ellis en guitarra, Ray Brown en contrabajo y Buddy Rich o Lououie Bellson en batería.
Ella Fitzgerald y Louis Armstrong grabaron tres discos: Ella and Louis, Ella and Louis Again y Porgy & Bess. Un álbum editado por el sello Verve reúne por primera vez todo ese material, con remasterizaciones realizadas directamente desde los masters (de 1956 y 1957), más algún bonus track inédito hasta el momento. Todo ese material podría tratarse de la clásica operación de marketing (en los 50 también las había) consistente en juntar dos famosos. Sin embargo, los dos artistas (y el productor de las grabaciones, Norman Granz) se las arreglaron para que no fuera así. Si bien para ese entonces Armstrong ya no podía considerarse exactamente un artista de jazz, más ligado al show y al entretenimiento à la Broadway que a las improvisaciones en pequeños clubes, su nombre seguía funcionando como el símbolo más claro del jazz negro, sobre todo para el público blanco. Fitzgerald, por su parte, estaba en la cumbre de sus posibilidades vocales y comenzaba su serie de grandes discos para Verve, con arregladores como Nelson Riddle o junto a orquestas como las de Count Basie o Duke Ellington.
La mayoría de los cantantes de jazz osciló siempre entre la figura del músico de género y la de showman (o woman). Billie Holliday y Sarah Vaughan tuvieron las mismas idas y vueltas, con discos claramente jazzísticos (los de la primera con Teddy Wilson y con Lester Young, el de la segunda con Clifford Brown) y otros con repertorio más pop. En el caso de Fitzgerald y Armstrong la decisión fue clara: todos los temas que grabarían serían temas de jazz y el acompañamiento sería jazzístico. Incluso, en la versión de Porgy & Bess, la ópera de George Gershwin sobre libreto de su hermano Ira y de DuBose Heyward, se optó por realizar una interpretación no operística. Más allá de la atmósfera clásica que Granz insistió que tuviera el registro (los cantantes se situaron en la misma línea que la orquesta y además se agregó reverberancia) no se respetó la división de personajes, se usó una nueva orquestación encargada a Ruseel García, director de la orquesta y se incluyeron improvisaciones. Más que como una ópera se la tomó como una colección de canciones de jazz. La altura interpretativa de Louis Armstrong en la trompeta, en la presentación del tema de “Summetime”, la famosísima canción de cuna del comienzo, y la manera en que la cantan Ella Fitzgerald primero, Armstrong después y finalmente a dúo (al principio literalmente y luego variándola con improvisaciones), es, en sí, una justificación para esta nueva versión. Suele decirse que el Armstrong artista termina con los Hot Seven. Y, también, que casi ningún cantante (tampoco Ella Fitzgerald) fundó ningún estilo. Es cierto que en los años en que estos discos se grabaron se gestaban varias de las revoluciones estilísticas del género (revoluciones de las que Armstrong, Fitzgerald y Oscar Peterson no se enteraron jamás). Pero también es cierto que, a veces, la intensidad interpretativa, la belleza del timbre (ese contraste maravilloso entre lo cristalino de Ella y la rugosidad de Sachtmo) y el swing no necesitan de revolución alguna.

 

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