Por Isabel Piquer
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Desde
Nueva York
Hace 13 años, el padre
Joseph Towle recibió la confesión de un adolescente del
Bronx: Jesus Fornes, angustiado por la culpa, le dijo entonces que había
matado al miembro de una pandilla rival durante una pelea nocturna, un
asesinato por el que dos hombres inocentes estaban a punto de ser juzgados.
Fornes no llegó nunca a admitir su crimen ante los tribunales.
Unos días después, los dos detenidos, José Morales
y Rubén Montalvo, fueron condenados a 15 años de cárcel.
Tras mantener el silencio durante todo este tiempo, Towle decidió
por fin romper el secreto de confesión. El martes, Morales, encarcelado
por nada desde 1988, vivió su primer día de hombre libre.
Tenía 17 años cuando lo detuvieron. Cuando por fin vio las
cámaras de televisión que le esperaban a la salida de la
sala de juzgados de Manhattan estaba asombrosamente sereno. Me encuentro
bastante bien, dijo de camino a su casa del Sur del Bronx. Ahora
ya volvemos a ser una familia, alcanzó a decir su madre,
Es inocente, siempre lo supimos, pero ahora todo el mundo lo sabe.
Morales se encontró con un Nueva York muy distinto al de 1988.
Hay nuevos edificios, el Bronx ha cambiado mucho. Ya no hay casas
abandonadas ni grafitis en las paredes.
Su compañero de penas, Rubén Montalvo, espera salir de la
cárcel dentro de unos días. Caso excepcional, el juez federal
Denny Chin, dictaminó que a la vista de las nuevas pruebas, esencialmente
el testimonio de Towle, los dos hombres debían ser inmediatamente
liberados, algo que no ocurre con frecuencia en el sistema legal norteamericano.
Towle, de 65 años, más conocido como el padre Joe, consultó
el arzobispado de Nueva York antes de hacer pública la confesión
de Fornes. El elemento decisivo fue que Fornes ya no podía decir
nada. Murió asesinado en una calle de Harlem en 1997.
Hice simplemente lo que él quería, después
de todo este tiempo, dijo el cura católico que lleva años
ocupándose de barrios marginales, Estoy muy contento por
los dos hombres y por sus familias. Towles, que tardó lo
suyo en recurrir a los tribunales, también aseguró que la
charla con Fornes no fue propiamente dicho una confesión en regla.
Los hechos ocurrieron en la noche del 28 de septiembre de 1987. José
Antonio Rivera fue perseguido por la pandilla del Bronx a la que pertenecía
Fornes, acuchillado y asesinado con un bate de béisbol en uno de
los parques del barrio. Su novia que había estado bebiendo con
él uno minutos antes y presenció toda la escena acusó
a Morales y Montalvo. No había pruebas materiales pero su testimonio
valió para meterles en la cárcel.
La familia de la víctima ha seguido reivindicando hasta ahora la
culpabilidad de los dos hombres. ¿Ahora son las víctimas?,
dijo su hija Wanda Rivera ante el tribunal, Nosotros fuimos las
víctimas cuando mi padre fue brutalmente asesinado.
En enero de 1989, poco antes de la sentencia final, Jesús Fornes,
un adolescente de 16 años, llamó inesperadamente a su casa
al padre Joe. Allí le confesó que había matado a
Rivera y que los dos acusados, que conocía, no habían tenido
nada que ver. El cura le pidió que acudiera a los tribunales. Fornes
se sentía muy culpable de que dos personas fueran a ser condenadas
por un crimen que había cometido, dijo el martes en su sentencia
final el juez Chin, Es precisamente este motivo el que da credibilidad
a su testimonio, después de tanto tiempo.
El joven llegó a hablar con uno de los abogados de la defensa pero
en el último momento, aconsejado por su propio letrado, se retractó.
La única prueba que quedaba era la confesión a Towle y este
no podía hablar. Morales y Montalvo querían hasta tal punto
demostrar su inocencia que se negaron a aceptar un trato con la fiscalía
para reducir los cargos a homicidio en segundo grado, un delito por el
que no hubieran cumplido más de dos o tres años de cárcel.
El caso quedó enterrado en el silencio. Después de la muerte
de Fornes, su abogado de entonces, el mismo que le aconsejó que
se callara, Stanley Cohen, y el padre Towle decidieron que ya no estaban
ligados por sus respectivos secretos profesionales. El fiscal se opuso
a que se tuvieran en cuenta sus palabras, porque había violado
el secreto de confesión, pero el juez no estuvo de acuerdo.
* El País de Madrid, especial para Página/12.
Que se sepa
la verdad
Aún está en la cárcel, pero sabe que le falta
poco. La liberación de Rubén Montalvo se demoró
un poco más que la de Morales, simplemente porque presentó
una apelación más tarde. Pero no hay duda de que se
siente feliz. Es un gran alivio le dijo al New York
Post. Me sentía como si tuviera el Empire State Building
en mi espalda. Estuve con ese peso todos estos años. Ahora
finalmente me puedo parar derecho.
Montalvo no le reprocha al cura no haber hablado antes. Sólo
quiero agradecerle dijo. No tengo ninguna animosidad
para con él. El no me mandó a prisión.
Ahora quiere volver a su casa y estar con su hija, de 12 años,
que nació cuando él ya estaba en prisión. Me
han quitado mi juventud, me han negado una carrera. Perdí
a mi mujer y mi hija ha vivido toda su vida sin mí se
lamentó. Nada de eso puede ser reemplazado. No puedo
ir a casa, chasquear mis dedos y tener todo de vuelta. Ahora sólo
quiero que se sepa la verdad.
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QUE
IMPLICA GUARDAR EL SECRETO DE CONFESION
Es una obligación del sacerdote
Difícilmente pueda pensarse
en un sacerdote como un profesional sujeto a una deontología impuesta
por su actividad. Pero es así, según explica Evelio Ferrara,
miembro de la orden de los dominicos. Cuando una persona acude a
un sacerdote para confesar un pecado y obtener la absolución a
través del sacramento de la confesión, el sacerdote tiene
la obligación de conservar esa charla bajo secreto: se lo exige
la ética de su profesión, basada en la Doctrina de la Iglesia,
explicó a Página/12 Ferrara. Si el cura incurriera
en una falta y violara ese secreto, aun bajo el argumento de buscar el
bien de otra persona, la Iglesia lo sancionaría, por estar violando
un atributo del ministerio eclesiástico que le otorga la comunidad.
¿Qué sucede cuando la confesión no se produce
en el ámbito formal del sacramento de la confesión? preguntó
este diario.
La persona puede recurrir a un sacerdote buscando orientación,
por la confianza que siente hacia él. Si la confesión se
dio en ese ámbito y yo lo revelo mientras esa persona está
viva, no violo las disposiciones de la Iglesia, pero sí violo la
ética de mi profesión, y provoco un desprestigio para mí
y mis colegas explicó Ferrara. Pero si la persona está
muerta, en cambio, el tema se convierte en un dilema íntimo: ¿qué
vale más, esa confiabilidad que la persona depositó en mí,
o salvar a un tercero?
Ferrara recuerda que, en su España natal, se han dado casos de
curas que se negaron a declarar amparándose en el derecho de conciencia.
Para él es prácticamente imposible que la Iglesia
ampare a un cura que viole el secreto de confesión: es uno
de los pilares del derecho eclesiástico; violarlo significaría
violar la dignidad humana y los atributos del ministerio que ejerce el
sacerdote.
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