Por Verónica
Abdala
El baúl permanecía
cerrado, horas después de la muerte de la señora Consuelo
Suncin de Sandoval. Uno de los familiares decidió dar el paso de
abrirlo, en 1979. Lo que halló, además de centenares de
fotografías, y de cartas, fue un cuaderno de tapas negras de alrededor
de 400 páginas en que la señora había narrado, con
lujo de detalles, las miserias de su vida conyugal. Los pormenores domésticos
de la señora no le hubieran importado a nadie, si no fuera porque
se trataba de la viuda del escritor francés y piloto Antoine de
Saint-Exupéry, autor de El Principito, el libro más vendido
de la historia después de La Biblia y El capital. El relato destruía
sistemáticamente la reputación del escritor. La historia
tiene mucho que ver con la Argentina, si se tiene en cuenta que aquí
se conocieron, vivieron y casaron.
Consuelo dejaba en claro en el texto que sus familiares encontraron que
su intención era que las memorias se publicaran veinte años
después de su muerte. Imaginaba el revuelo que originarían
en Francia, consciente de que la familia de su ex esposo, que nunca la
aceptó, pondría el grito en el cielo. Sin embargo, la viuda
escribió que moría con la secreta satisfacción de
saber que los malos tratos y descuidos a los que, sentía, la había
sometido su marido, circularían por los medios del mundo. Era su
venganza.
Las Memorias de la Rosa escritas en 1946, el mismo año en
que en Francia se publicaba la primera edición de El Principito
se publicaron en París a fines del 2000, veintidós años
después de la muerte de la mujer que inspiró al personaje
de la rosa del libro, en el centenario del nacimiento del escritor. Ese
libro acaba de aparecer en la Argentina, por Ediciones B. En Francia,
los medios recogieron las escenas más tormentosas: en algunos casos
para mofarse de la ingenuidad de la mujer, que soportó durante
décadas indiferencias e infidelidades, en otros para hacerse eco
de sus padecimientos.
La revista Paris Match centró una extensa nota titulada Consuelo
de Saint-Exupéry, la rosa ardiente de El Principito en las
recurrentes infidelidades del escritor, pero saludó la aparición
de un testimonio clave sobre su personalidad. Nadie duda de que
asistimos al fabuloso redescubrimiento del sentido de la vida y la obra
de Saint-Exupéry. République des Lettres, en el otro
extremo, describió a la viuda como una gran seductora de
hombres célebres, que no respondió en absoluto al modelo
de esposa ideal. A las repercusiones de la publicación del
libro se sumarían, además, una serie de grafólogos
empeñados en avalar o desmentir que Consuelo fuera la verdadera
autora del libro.
En las páginas de Memorias..., Consuelo de Saint-Exupéry
una salvadoreña de rasgos refinados enmarcados en una ondulada
y blonda cabellera cuenta que lo conoció en Buenos Aires,
en 1930, semanas después de haber enviudado de su primer marido,
el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. Esa misma noche,
a bordo del avión del escritor-piloto, se iniciaría el romance
que duró hasta la desaparición de éste, a bordo de
su aeronave, en 1944. Abráceme o nos estrellaremos,
la amenazó Saint-Exupéry sobrevolando territorio argentino.
Ella, entre maldiciones y sollozos, accedió al pedido. Inmediatamente
después, él le propuso casamiento. Luego de esos primeros
tiempos de pasión, hubo una seguidilla de rupturas y reconciliaciones.
Al tiempo que el escritor perdía interés por su esposa que
estuvo internada varias veces en clínicas neuropsiquiátricas
a causa de las depresiones, la fama le proveía admiradoras
a granel. La venganza de su esposa demoró, pero llegó. Y
por escrito, como correspondía.
Una niña
de cuarenta kilos
Estos son algunos de los fragmentos del libro de la polémica:
En mitad de la
noche me abrazó con mucha ternura, como se abraza a un animalito
doméstico, y me dijo en tono de excusa: Todavía
no sé si ser tu marido. Te pido perdón. Me sorprende
tener a mi lado a una niña pequeña como tú,
de cuarenta kilos. Mi enanita querida...
El perfume de los
papeles que había en su maleta bastaron para explicarme su
actitud de indiferencia. Abrí la primera carta. Era su letra.
Leí: Querida, querida... pero esa carta no era para mí.
¡Quién era esa afortunada querida! No pude leer más.
Las lágrimas me lo impedían.
No tengo nada que
reprocharte, le dije rato después. Ya no me quieres, estás
en tu derecho. Fue un acuerdo entre los dos... Yo misma te lo propuse:
cuando uno de los dos deje de amar al otro, nos lo diremos. Bueno,
yo soy la que ha perdido. Pero si tú eres feliz con ella,
no le deseo ningún mal a ninguno de los dos. Vete con ella
a un país nuevo y no vuelvas a verme. El viaje nos hará
olvidar. Si tu pasión y tu amor por ella son auténticos,
no debes abandonarla.
Yo era una tonta.
Creía que también tenía derecho a la admiración
por su obra, que era de los dos. ¡Qué error! Para un
artista, no hay nada más personal que su creación:
aunque le entregues tu juventud, tu dinero, tu amor, tu valor, nada
de ella te pertenecerá nunca.
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