No doy más, me quiero ir del país
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Por Julián Gorodischer Andrés y Sebastián padecen los premios que ganaron. Vilma posterga cada semana la puesta de su obra de teatro. Carolina, de 32, estudia lo mismo desde los 14, y trabaja de otra cosa. La crisis siempre sobrevuela. Unos dirán que los tiene acostumbrados y que determina sus vidas desde que nacieron. Otros, como Lisandro, fantasean con una huida esta vez definitiva al campo, ese paraíso sin problemas. Hay, en tanto, una pregunta que parece prohibida: ¿Qué hubiera pasado con mi carrera en...? Los lugares podrían ser intercambiables, y la que se añade al paisaje es la fantasía de una prosperidad ajena. Dirán: tendría el subsidio, me darían el premio, editaría mi obra, viviría de lo que me gusta. Y el contraste con la realidad será siempre desfavorable. Las que siguen son diez historias que hablan de una decisión (producir) y una decepción que no necesita aclararse. Diez artistas jóvenes dicen No doy más, cuando todo es demasiado difícil. O cuando, conscientes del contexto (noticias del hambre, la desocupación, el abismo), ya no se permiten ni el derecho de queja. Lisandro Alonso. En el cine hace falta dinero. A diferencia de otras artes, se hace en equipo y hay que darle de comer a muchos: es un arte caro. A mi película, La libertad, le fue muy mal. Yo pensé que iba a tener cinco mil espectadores, e hicimos la mitad: la situación del cine argentino es terrible. De hecho, hay películas nacionales que hicieron cien espectadores. Puede que vuelva al campo: en la ciudad tenés que andar siempre con unas monedas en el bolsillo. Ahí podés estar sin plata encima. La vocación, latente. Yo no le puedo pedir más plata a mi viejo, que financió mi primer largometraje. Con suerte voy a recuperar lo que invertí. Me gustaría recibir un aporte del Estado, pero entiendo que darle de comer a gente es más importante que yo haga una película. El problema es que la plata nunca llega a donde tendría que llegar. Jose Maria Muscari. Casi todo lo que hice fue autogestivo. Tengo muchos proyectos que no lo serían, y no los puedo concretar: pensé en la adaptación de Alicia en el país de las maravillas, con diez actores, y fue imposible: quedó postergado. Me decían que era demasiado riesgoso, que no es el momento del país, que prefieren arriesgar a proyectos menos ambiciosos. La autogestión trae un desgaste: es cierto que decido sobre la totalidad de las partes, pero hay muchas contras. A mí no me va bien económicamente. Sebastian Antico. Filmé el corto El nexo en una villa, y me lo banqué con poca plata. Gané el premio del Instituto de Cine para desarrollarlo en forma de largo. Y me encontré con que debería devolver esos veinte mil pesos que te dan para hacer la película. Yo no tengo ninguna garantía de que esto funcione en el país, en este momento. Se supone que el apoyo serviría para desarrollar algo que está verde. Pero en realidad es un crédito. Por ahora, sigo haciendo los trámites para que me den el dinero, pero no decidí si lo voy a usar. Sería una frustración no hacerlo, pero tener que devolverlo no tiene ninguna lógica. Vilma Rodriguez El año pasado, la obra que dirijo, Genealogía del niño a mis espaldas, ganó un premio en un certamen metropolitano, que consistía en obtener dinero para hacer unas funciones. Todavía no tuve noticias de esa plata. Me prometieron que llegaría en el transcurso de este año, pero cuando reclamo no me dan definiciones. Lo mismo que el año pasado me puso muy contenta se convirtió ahora en un peso. Hacer teatro en el país es muy difícil. Y la estética termina condicionada por la crisis. No podemos imaginar más que elencos de pocos actores, salas pequeñas, obras de corta duración. En el exterior es visto como una búsqueda estética. Pero nosotros sabemos que, en realidad, responde a una única posibilidad de realización. Fabian Casas. Estamos viviendo una época muy oscura. La Edad Media parece Disneyworld. Hay cosas muy concretas que me afectan, como la pérdida de trabajo. Era jefe de edición de una revista, y me querían obligar a echar gente. Si uno tiene cierta conducta ética, hay que dar un paso al costado. Creo que combinar la carrera con otros trabajos genera una situación de crisis con la escritura: mi lucha era cómo emitir algo verdadero a través del periodismo. Y, en mis textos, combatía la idea de facilidad. La literatura implica un trabajo con otros tiempos, sin urgencias. Pero la época condiciona: lo intentás, y terminás pensando en la gente que no tiene nada. Albertina Carri. Lo que pasó con el cortometraje Barbie también puede estar triste (una historia porno protagonizada por muñecas Barbie) suele suceder con todos los cortos, y lo provoca la política audiovisual de este país. Ninguna sala de cine los pasa antes de los largos, como debería ser. No hay un circuito propio. Lo pude mostrar solamente en el Festival de Cine de Buenos Aires porque los marcos son muy acotados. En cambio, hay países que tienen más cultura de corto, como Francia, donde hay salas que pasan exclusivamente cortometrajes. O España, donde acaba de abrir una. Como sé que es imposible que se exhiba, quiero armar un libro que se venda junto a la película: es una salida posible. Carolina Balbi . Tengo 32 años, y desde los 14 estudio teatro, pero trabajo ocho horas de otra cosa, soy encuestadora. Antes vendí anillos, hice artesanías, vendí cuadros, fui camarera. Para hacer una obra debería ensayar todos los días entre cuatro y cinco horas. Y para escribirla necesitaría dedicación full time. Pero para pagar el alquiler me recargo de cosas y quedo agotada: eso me limita la capacidad y las posibilidades. Compartimos la casa entre tres para abaratar costos, y vivimos con treinta pesos por mes para la comida, en una economía de guerra. Hace poco, en el San Martín, hice una cola de dos cuadras durante tres días para dejar el currículum. Y no pasó nada. Eligen siempre a los mismos, condicionados a un solo gusto o tendencia. Veronica Diaz. Me resulta muy difícil costearme la carrera. Tuve que trabajar en un consultorio médico y como administrativa. Para entrar al Instituto del Colón hay que ser un cantante formado, con preparación: sería necesario contar con una maestra de técnica, y otros de repertorio de cámara y de ópera. Por mi parte, tuve que resignar un profesor. Al trabajar, hay que perder horas de estudio, ensayar a la noche, después de todo un día de trabajo. En este país está muy arraigado el amateurismo. Se ejerce con mucho amor, pero hace muy difícil la profesionalización. Andres De Negri. Fui elegido para asistir a un curso de formación en cine y video, en Colombia, que organiza una fundación a través de un convenio con un canal de TV de cada país participante. El canal debería aportar el pasaje aéreo a Bogotá, la ciudad en la que se dictará el seminario. Pero surgió un problema: Canal 7 no me puede pagar los 700 pesos, por su situación económica crítica. No pueden cumplir con el convenio. Estoy esperando el no oficial, que no llega, para recién después empezar a golpear puertas en la Cancillería y otros organismos oficiales. Yo no tengo con qué pagarlo de mi bolsillo: también sufro el patetismo de la situación económica. Cecilia Pavon. Tengo una galería de arte, Belleza y Felicidad, que se financia con la venta de materiales para artistas y publicaciones de poesía. Con Fernanda Laguna, mi socia, teníamos expectativas de que el mercado del arte crecería. Y no sucedió: la venta de materiales bajó en un 90 por ciento y es difícil seguir. El interés comercial está en segundo plano y trabajamos de otras cosas para mantenerla. Como artistas, estamos enfrentadas a una situación global compleja; soy muy apocalíptica. En otras partes del mundo, Belleza... hubiera sido un éxito comercial. Acá el mercado del arte no existe, y no puede crecer. Con la crisis, la obra de arte es un objeto de lujo, y es lo primero que se deja de comprar. |
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