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PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán

PIQUETES

Los piquetes son una forma de resistencia directa al régimen de exclusión masiva, que les dio origen. Ninguna organización previa, tampoco los partidos de izquierda, hubiera podido parir esta práctica social sin el patrocinio determinante del despotismo económico. El vertiginoso empobrecimiento de numerosos contingentes de trabajadores y profesionales, muchos de ellos expulsados de las empresas privatizadas, mezcló la pobreza estructural de antigua data con recién llegados que no han renunciado a la esperanza de reintegrarse al sistema que los desplazó. Formados en experiencias de sociabilidad que los vinculan a las clases medias, con oficios y niveles educativos adquiridos en su origen social y determinados a conseguir para sí mismos, para sus familias y sobre todo para sus hijos un porvenir igual o mejor que el de sus antecesores, de pronto fueron arrancados de cuajo de ese tipo de vida y despojados de casi todos los derechos civiles, económicos y sociales que les pertenecían por esfuerzo propio y, según creían, para siempre. Sin empleo, perdieron la protección de los sindicatos tradicionales, de las obras sociales, de las mutuales, del crédito comercial o hipotecario, y de cualquier otro recurso legítimo de trabajo y prosperidad. La prolongada recesión económica y el modelo de distribución de la riqueza, concebido para satisfacer sólo a una porción de la sociedad, les quitaron además las chances de rehabilitación. Estaban condenados a la soledad de los invisibles, igual que los pobres de siempre. Decidieron rebelarse contra ese destino, así tuvieran que incomodar a los gobernantes y a la sociedad entera para que les pusieran atención.
El mismo régimen que los condenó, pudo (y aún puede) concederles la apelación. Desde Cutral-Có a La Matanza, quedó en claro que los bloqueadores de rutas deponen la fuerza a cambio de misérrimos subsidios temporarios, conocidos como “Plan Trabajar”, algunas obras públicas con mano de obra extensiva y adecuada distribución de alimentos. Lejos de ser una plataforma para la revolución, son módicas demandas de subsistencia. Incluso dos de las tres reivindicaciones centrales que justifican el plan de lucha que comenzará el martes próximo dependen de la simple voluntad política de los gobernantes, para no entrar en debate sobre la tercera, que es la anulación del último decreto de ajuste, cuestionado por la opinión mayoritaria. Una amnistía general para los detenidos, procesados y condenados en manifestaciones sociales no es pedir demasiado a quienes aceptaron el indulto a los genocidas de la dictadura militar y han sido incapaces de reprimir la evasión, el contrabando y la corrupción a gran escala. Lo mismo sucede con la ampliación que piden del número y el plazo de los planes “Trabajar”, cuando hasta conservadores reconocidos aceptan mucho más que eso porque coinciden en que es urgente y necesario un subsidio generalizado al desempleo. Alcanzaría con esta decisión de elemental humanidad y prevención social para recortar los fundamentos de la protesta progresiva dispuesta por la “Asamblea nacional de organizaciones sociales territoriales y de desocupados”.
En lugar de atender esos reclamos o, cuando menos, elaborar una contraoferta, el gobierno nacional los ignora, los demoniza o pide patriótica paciencia. “No se puede pedir paciencia a los que menos tienen porque la paciencia puede llegar a ser hasta inmoral”, puntualizó el obispo de Santiago del Estero, Juan Carlos Maccarone, y agregó: “La paciencia no es buena cuando te conviertes en un esclavo pudiendo ser un hombre libre”. Por su parte, el ministro de Desarrollo Social, Juan Pablo Cafiero, anunció anteayer a sus colegas de 24 provincias “que nos han recortado los fondos de este trimestre [aunque] lo social es la inversión que tiene que hacer un país con carencias, donde el mapa de la pobreza se ha extendido en forma alarmante”. El mismo jueves, los serviciosprivatizados de trenes anunciaron un aumento de las tarifas para las tres primeras secciones de hasta un 28,5 por ciento. “Es que la política del déficit cero no es neutra”, aclaro Cafiero, el ministro. “En la vida real implica priorizar a quien se le va a pagar primero. Si una sociedad admite que hay que cumplir con los acreedores externos y postergar a jubilados y empleados, revela a una sociedad ganada por el pánico y no se puede aceptar este grado de extorsión que en situaciones normales jamás consentiríamos.” ¿Será que el obispo y el ministro son miembros clandestinos de una misma logia antipatriótica dedicada a “piquetear” la gobernabilidad?
“Nadie puede alzar su voz contra las instituciones de la República”, editorializó el jueves sobre “La crisis social y los piqueteros” el matutino La Nación, que un día después, ayer, dedicó el título principal de la primera plana a notificar lo siguiente: “Exigen los bancos que el Senado apruebe el ajuste”, de lo contrario “las entidades condicionan su aporte al fondo patriótico” y “tampoco participarán en el canje de Letes”. Era sabido que el patriotismo de los banqueros se presta al 9 por ciento de interés anual, pese a que se trata de un mero anticipo de impuestos, pero ahora los lectores del diario fundado por Mitre saben que también gozan –aunque la Asociación de Bancos lo negó– del derecho a levantar la voz, aun a extorsionar, a las instituciones republicanas, no así los piqueteros, sin que la democracia tenga que sentirse agraviada por ellos. Inspirado en la misma fuente, el vocero Juan Pablo Baylac, entre otros editorialistas en estado de pánico, acusó a los piqueteros por sedición, o sea por “alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión”, en los términos del diccionario, aunque no necesariamente del funcionario. ¿Cuánto falta para que alguien se anime a pedir la orden de “aniquilación”, igual a la que se impartió contra los “subversivos” de los años 70?
Hay pasos en esa dirección. Ante todo, debe recordarse que durante este gobierno ya hubo siete asesinados a balazos en movilizaciones populares. Luego, en los últimos días recrudeció una pertinaz campaña dedicada a identificar a los piqueteros, cuya pluralidad es fácil de reconocer hasta en las fotos, con distintos partidos y grupos de izquierda marxista, ninguno ilegal o clandestino, como si este hecho agravara sus presuntos delitos. Los que se horrorizan por el dato, ¿pretenden acaso que esos militantes actúen en la Fundación Fiel o en la Mediterránea? Están ahí, en tanto el movimiento los acepte, con el mismo derecho que cualquier religioso que hizo opción por los pobres, que cualquier peronista comprometido de verdad con la justicia social, que cualquier radical que aspire a democratizar la vida nacional, que cualquier persona sin afiliación partidaria decidida a protestar por sus reivindicaciones. Si los ciudadanos que integran los piquetes están facultadas para elegir Presidente de la Nación, ¿por qué dudar de su capacidad de discernir sobre los discursos demagógicos, sean de izquierda o de derecha? En lugar de rasgarse las vestiduras con alarmas macartistas, deberían preguntarse sobre las razones que conmueven a esos hombres y mujeres y la manera más rápida y eficaz de resolver sus problemas de máxima urgencia.
En lugar de aplicarle al conflicto social la lógica autoritaria de amigo–enemigo, los gobernantes deberían aprovechar su presencia como un factor compensador de las presiones descomedidas de los conservadores. Personas de buena fe, incluso, se espantan afectadas por la propaganda que trata de criminalizar a la protesta, acusándola de violar, por ejemplo, los derechos al libre tránsito de los demás. Deberían informarse, primero, de que ni siquiera existe opinión unánime al respecto entre los juristas acerca de los valores comparados entre derechos diferentes. Después, pocos ignoran que las autoridades sólo hacen caso al escándalo y que no ofrecenotros espacios mejores para la petición firme. Por fin, deberían molestarse tanto o más que por el obligado desvío de sus rutas habituales con los que arriesgan sus ahorros, trabajos, salarios, educación, salud, justicia y hasta la independencia nacional a fin de satisfacer los intereses particulares de quienes, por su capacidad de influencia, se llevan la parte del león. Cuando hay tantos motivos para la bronca, es más sano seleccionar a los destinatarios que repartirla a diestra y siniestra. Desacreditar al movimiento social es un juego tan peligroso como hacerlo con la política, cuando la intención última no es mejorarlos sino destruirlos.


 

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