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LA SUPUESTA TOMA DE REHENES QUE GENERO UN CAOS EN LA CIUDAD
Una tarde de perros, aunque trucha

Durante tres horas hubo psicosis, calles cortadas y 300 policías en torno de Maipú al 800. Pero todo fue un malentendido.

Poco después de
las cuatro, llegó a la
zona el Grupo Especial
de Operaciones Federal.

Por Horacio Cecchi

Hasta las 7 de la tarde, el episodio fue uno más de los que recorren la cotidianidad porteña: una toma de rehenes. Esta vez, el eje de la acción pasó en un edificio de Maipú, entre Córdoba y Paraguay. Pleno centro. Alrededor de 300 policías, el grupo GEOF, un helicóptero sobrevolando la zona, móviles, camiones y camionetas acudieron y se desplegaron convenientemente. Cinco cuadras a la redonda, incluida la avenida Córdoba hasta Alem, quedaron cortadas al tránsito, y Florida cerrada a los peatones. Un jardín de infantes fue evacuado y los comercios de la zona, cerrados. El hecho se inició alrededor de las 16, un horario complejo para el corazón de la city. Y viernes, cuando la cantidad de vehículos se duplica. Durante tres horas, versiones distintas hablaron de entre 8 y 25 rehenes tomados por tres o cuatro asaltantes. Nada de eso fue cierto: de la mano de la psicosis galopante de los porteños, esta vez un malentendido fue el responsable del caos.
En realidad, el hecho se había iniciado antes, pero con otra cara. En el cuarto piso de Maipú 853, un grupo de 13 mujeres y 9 hombres asistía a cursos de psicodrama, teatralización y concentración mental dictados por el Centro de Desarrollo Espiritual Mediterráneo. Relax, mirada interior, puesta en escena de situaciones dramáticas. Alrededor de las cuatro, el curso tomó un cariz peculiar, a juzgar por algunos gritos que se escucharon más allá de las paredes. “¡Ahora vas a morir! ¡Ahora te toca morir a vos!”, gritó alguien en el curso, sin saber que su imperativo daría vueltas alrededor del edificio y terminaría, denuncia mediante, desatando un espectacular operativo policial y tres horas de psicosis en el microcentro.
Los primeros uniformados no demoraron en llegar. Pegaron la oreja a la puerta y escucharon los mismos gritos: “¡Ahora vas a morir!”, insistían desde dentro. E inmediatamente se desató el operativo, con sus previsibles consecuencias. El centro quedó partido en dos: Córdoba fue cortada desde Leandro Alem. Maipú, desde Marcelo T. de Alvear hasta Viamonte. Florida, en la cuadra que daba la espalda al edificio, fue prohibida a los peatones y los comercios, por las dudas, bajaron las persianas.
El grupo especial GEOF, a bordo de dos camionetas y un colectivo escolar, desembarcó pocos minutos después de las 16.15. Se desplegó en techos, comercios aledaños, esquinas. El vallado de contención fue desplazando al periodismo, mientras que en la puerta del Hotel Sheraton Libertador (Maipú y Córdoba) un policía de civil golpeaba a los periodistas que intentaban mantenerse en el lugar. Mientras, una versión se afirmaba con un dato: “Son cuatro asaltantes. Quisieron robar, pero los sorprendieron”.
Entre tanto, en el interior del 4º piso, el grupo de concentración mental seguía compenetrado en sus ejercicios. Hasta que alguno de ellos observó que por Maipú no pasaban taxis ni colectivos sino hombres tapados, –y armados– hasta los dientes. Y que miraban hacia su ventana. Fue entonces que el ejercicio de concentración pasó a ser espanto concentrado. Estaban asaltando el edificio, seguramente habría rehenes, fue la deducción. Rápidamente, los 22 del curso aseguraron puertas.
Habían pasado sólo cinco minutos desde la llegada del GEOF y la instalación del grupo de negociación. El “Pablo” (negociador) de turno siguió los manuales: intentó entrar en contacto con los asaltantes. Llamó por teléfono, sin suerte. Después, golpeó la puerta del cuarto. Nadie contestó, pero escuchaba ruidos. A través de la puerta, se presentó como Pablo, el negociador policial. No le creyeron. Pasó su credencial bajo la puerta. “Nunca vimos una credencial de policía”, escuchó que le decían. Para Pablo el caso no cerraba. De todos modos, la policía no estaba dispuesta a avanzar sin conocer con qué se encontraría dentro.
La pregunta policial tuvo su solución alrededor de las 18.30, cuando los del curso empezaron a animarse, hasta que a uno se le ocurrió lanzar unbollito de papel por la ventana, donde explicaban la situación. A partir de allí, todo resultó más fácil. Menos, explicar lo sucedido.

 


 

ESCENAS DE UNA PELICULA DE TERROR EQUIVOCADA
“No sabés si terminás muerta”

Por Cristian Alarcón

Tres chicas de la UCA taconean subiendo por Córdoba y discuten sobre la conveniencia de chusmear la esquina de Maipú que se ve rodeada de policías en los televisores de los kioscos al paso.
–Dale, boluda, vamos que salimos en la tele, por ahí nos descubren -dice una de tapadito acampanado.
–¡Ni loca nena! En esas tomas de rehenes empiezan a los tiros y no sabés si terminás muerta –se niega la rubia del grupo.
–Bueno, vamos a la camioneta de la antenita esa... –intenta la amiga y así siguen hasta que se detienen junto a los varios porteños que miran los sucesos por los pequeños televisores del móvil de América.
Mientras la policía empuja a la prensa unos metros atrás para correr el vallado, los vecinos que no pueden volver a sus casas, los empleados que miraron la “tensa calma” durante la tarde, los porteros, los perros de las señoras otean entre los cascos policiales ese drama que ya han visto en alguna otra película y que ahora tienen al lado.
Alboroto, esa vieja palabra, quizás sea la que se corresponde con lo que ayer generó la falsa toma de rehenes en el edificio de Maipú 853. Sí, es cuestión de escuchar a Paula Acevedo, esa señora que hace veinte años vive en el 871 de la misma calle y que con su perro aferrado a la correa sale de su casa cuando todo quedó aclarado, ensoberbecida contra la policía. “Vinieron a transformar esto en un caos diciéndonos que habían intentado robar el banco Galicia y que nos encerremos porque podían escapar por las azoteas”, cuenta, parada en la puerta de su edificio. Por eso, ilustrando con manotazos y ampulosos gestos la desmesura de la precaución de la que se considera “una víctima”, dice que le pidieron al portero que clausurara la salida a la terraza. Y enseguida ese ruido capaz de modificar el clima urbano del microcentro: el helicóptero detenido en un punto, sin cesar.
Acevedo tuvo su tarde de perros, con su mascota privada de todo paseo, y el corazón en la boca. Pues en la otra cuadra, sobre la valla de policías que relegaba a la prensa y unas diez cámaras de TV, otra señora de su edad aprovechó el momento para hacer una innovadora publicidad a su negocio. Viendo que el frío hacía dar pasitos en el mismo lugar a los policías, la mujer no dudó en preparar una bandeja de vasos de café a la que le agregó un cartel en el que claramente se leía “Marketing emprendimientos”, como una versión comedida del hombre sandwich. Pero resultaba demasiado ridículo para la tragedia que se sucedía, entonces los uniformados le pidieron que se quedara en el hall de un edificio, desde donde siguió asistiendo a la infantería.
Justo en esa esquina, la de Maipú y Viamonte, esperaban sentados sobre sus mochilas dos jóvenes turistas chilenos, Alejandra y Fernando Giménez. Estuvieron perdidos en la zona tomada por la policía, rogándole que los dejara cruzar la zona vedada para rescatar sus pertenencias. Pero hubo quienes tuvieron su premio por los equívocos de ayer: los empleados de los comercios de la calle Florida entre Córdoba y Paraguay que fueron desalojados a las cuatro. “Podían cruzarse a la Galería del Caminante, dijeron”, contó la encargada de una marroquinería. Ya en el lugar de los hechos, cuando la madeja enrollada durante la tarde comenzó a trascender, los vecinos del edificio salían como Acevedo, ofuscados por el alboroto en vano. “¡Entraron a mi casa los francotiradores!”, le reclamó una mujer a un policía. Y el hombre, sudado a pesar de la helada, le respondió, apartando con la mano: “¡Eran 22 locos! ¡22 locos!”, pertinente número de rehenes para una situación en la que fue difícil distinguir lo real.

 

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