Por Oscar Guisoni
Desde
La Paz
Es oficial: el general Hugo
Banzer renunciará a la presidencia de Bolivia el próximo
6 de agosto, la fecha patria nacional, exactamente un año antes
de la fecha en que debía terminar su mandato. La noticia la dio
a conocer ayer por la mañana el ministro de Informaciones, Manfredo
Kempff, en conferencia de prensa desde Washington, donde el ex dictador
se encuentra internado en un hospital militar desde hace 27 días,
luego de que se le diagnosticara un avanzado cáncer en el pulmón
con metástasis en el hígado. Con esta decisión se
pone fin a un mes de incertidumbre, en el que el país estuvo al
mando formal del vicepresidente Jorge Tuto Quiroga, quien
es duramente cuestionado por el ala más conservadora de la oficialista
Alianza Democrática Nacionalista (ADN). Y se cierra un período
de la historia boliviana del siglo XX, el del único país
de la región que eligió democráticamente a un ex
dictador de los años de plomo.
Los rumores sobre la inminente renuncia de Banzer habían cundido
en La Paz en los últimos días. El domingo, el diario La
Prensa dio una primicia que sacudió el tablero político:
a principios de julio, sostenía el matutino, Banzer había
sufrido un ataque que casi acabó con su vida, mientras se le practicaba
una punción en el hígado, en el hospital militar Walter
Reed de Washington. Durante 20 segundos, la falta de irrigación
al cerebro, provacada por una hemorragia, le habría causado al
primer mandatario una muerte clínica, que dejó seriamente
afectadas sus capacidades mentales durante unos días. El gobierno
reaccionó con violencia a la publicación de la noticia y
afirmó que Banzer no renunciaría y que su salud era buena.
Aunque reconoció que el presidente había sufrido el ataque,
el Palacio Quemado dijo que creyó irrelevante informarlo a la población.
Las noticias contradictorias sobre la salud presidencial fueron la norma
desde un comienzo. Primero se habló oficialmente de un tumor, al
día siguiente se reconoció que era cáncer. Y luego,
el entorno familiar del ex dictador trató por todos los medios
de negar la contundencia de la enfermedad, dando un espectáculo
patético, con la intención de retrasar la inevitable renuncia,
ganando de ese modo tiempo para cerrar sus asuntos particulares, antes
de que Jorge Quiroga se hiciera con el mando. La familia considera al
vice como un hombre adverso, que apenas asuma les quitará la protección
de la que gozaban con Banzer. De hecho, su yerno, el ex Prefecto de La
Paz, Chito Valle, vendió su mansión paceña en los
últimos días y habría puesto en venta el resto de
las propiedades, con la intención de trasladarse a Miami, donde
tiene sus inversiones. Valle, que esta casado con Patricia Banzer, abandonó
su cargo de Prefecto (una figura equivalente a la de un gobernador en
Argentina) el año pasado, acusado de ser uno de los personajes
más corruptos del régimen.
Otros que estaban sumamente interesados en postergar la renuncia de Banzer
eran los dinosaurios de ADN (Alianza Democrática Nacionalista):
la vieja camada del partido de Banzer, que acompañó al ex
dictador durante su gobierno de facto entre 1971 y 1978 y que ocupa ministerios
clave, como los de Gobierno, Presidencia e Información (Guillermo
Fortún, Marcelo Pérez Monasterio y Manfredo Kempff, respectivamente).
Los intereses de este triunvirato, auténtico poder en la sombra
durante estos últimos 27 días, eran estrictamente políticos.
Las relaciones de los dinosaurios con los pitufos
(como se los conoce a los seguidores del joven vicepresidente Tuto Quiroga)
son pésimas y se presume que Tuto no los tendrá en cuenta
a la hora de conformar el nuevo gabinete. En La Paz se comentaba que el
entorno hacía con el ex dictador lo mismo que los seguidores del
Cid Campeador habían hecho con el mítico guerrero, cuando
lo subían muerto a su caballo para que su figura aterrorizara a
sus viejos enemigos. Pero las presiones para que Banzer renunciara y despejara
el panorama político local aumentaban día a día.
El miércoles, los empresarios privados pidieron abiertamente la
dimisión del presidente y durante la semana anterior lo hicieron
también muchos partidos opositores y algunos medios de comunicación.
La mismísima Iglesia Católica había insinuado, con
la diplomacia que la caracteriza, que era conveniente que el vicepresidente
Quiroga tuviera las manos libres para gobernar un país sumido en
una grave crisis social y económica.
De hecho, la indefinición había sido aprovechada en los
últimos tiempos por los movimientos indígenas, que sostuvieron
un prolongado bloqueo de caminos en la zona del Altiplano. Y el máximo
líder indio, Felipe Quispe, estrechó filas con otros dirigentes
sociales adversos al gobierno, como el cocalero Evo Morales y el sindicalista
Oscar Olivera, tratando de sacarle el máximo provecho a la debilidad
del gobierno. Por cierto, uno de los pocos éxitos que puede atribuirse
la administración civil de Banzer, que es la erradicación
de los cultivos de coca, bajo un programa asistido por Estados Unidos,
resultó uno de los principales motores de la revuelta campesina,
mientras Washington conseguía poco más que el desplazamiento
de las plantaciones hacia otros países.
El fantasma del Che
Era una velada estrictamente literaria en la ciudad de México.
Se presentaba el libro Plaza Cuicuilco y otros cuentos de Carlos
Véjar, director de la revista Archipiélago. Estaban
presentes una docena de embajadores y agregados diplomáticos
de América latina. A la hora del vino de honor, el brindis
se complicó. Ese evento absolutamente previsible se convirtió,
subrepticiamente, en un escándalo. ¡A la salud
del Che, asesino! le gritó un invitado a otro mientras
le tiraba una copa de vino en la cara. El insulto fue para el militar
Gary Prado, actual embajador boliviano en México, quien,
antes del incidente, se paseaba en su silla de ruedas saludando
a los diplomáticos presentes. El crítico de arte Alberto
Híjar lo vio, dudó de que se tratara de quien él
estaba pensando, pero finalmente lo reconoció. Y le tiró
la bebida encima, en un súbito impulso. El general Prado
fue quien pasó a la historia por participar en la captura
del Che Guevara en la Quebrada del Yuro, en Bolivia, el 8 de octubre
de 1967 y quien después relató el episodio, con detalles,
en un libro testimonial titulado Cómo capturé al Che.
Los asistentes enmudecieron. Los embajadores procedieron a
retirarse sigilosamente y los guaruras (guardaespaldas) del mayor
Gary Prado lo alzaron en vilo y se perdieron en la noche,
describió el periódico La Jornada.
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DESDE
VICTOR PAZ ESTENSSORO HASTA JAIME PAZ ZAMORA
Siempre flirteó con políticos
Por
O. G.
Desde
La Paz
Hugo Banzer Suárez
nació el 10 de mayo de 1926 en el tropical departamento de Santa
Cruz. Después de cursar la Escuela Superior de Guerra en la Argentina,
y siendo ya militar de carrera, ocupó el Ministerio de Educación
entre 1964 y 1966, durante el gobierno del general René Barrientos.
Eran años de convulsión política en la región
y la guerrilla del Che Guevara atemorizaba a los militares bolivianos,
que acabaron con la vida del dirigente revolucionario el 8 de octubre
de 1967.
En 1971 se hizo cargo del gobierno el general izquierdista Juan José
Torres, apoyado por la Central Obrera Boliviana y los grupos políticos
más radicales del país. Torres contaba con la oposición
del Movimiento Nacionalista Revolucionario de Víctor Paz Estenssoro
(hoy recientemente fallecido), quien había protagonizado la revolución
nacionalista de 1952. Fue este partido el que invitó a Banzer a
dar un golpe de estado, el 21 de agosto de 1971. El general se hizo cargo
de un gobierno a tono con los que comenzaban a instalarse en toda la región,
con el apoyo de los Estados Unidos. Desapariciones, asesinatos, detención
de opositores y miles de exiliados, caracterizaron sus siete años
en el poder. En 1974 expulsó del país al mismísimo
Paz Estenssoro y conformó su gobierno sólo con el apoyo
de las fuerzas armadas. Eran también los tiempos del Plan Cóndor.
La coordinación para la represión que practicaban los gobiernos
de Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Brasil y Bolivia, daba sus frutos
y el ex presidente Torres los sufrió en carne propia en la madrugada
del 6 de junio de 1976, cuando fue acribillado a balazos debajo de un
oscuro puente, en la ciudad de Buenos Aires, por agentes de inteligencia
bolivianos y argentinos.
En 1978, una huelga de hambre realizada por las mujeres mineras, encabezadas
por la mitológica Domitila Chungara, lo obligó a dictar
una amnistía general para los presos políticos y convocar
a elecciones. Con un fraude escandaloso, se hizo con la presidencia su
delfín Juan Pereda Asbón. Pero las presiones internacionales
fueron tan fuertes que Banzer decidió anular los comicios. A los
pocos días, Pereda Asbón lo derrocó. Eran los tiempos
en los que los presidentes bolivianos duraban meses o días.
En 1979, el diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz le inició
al ex dictador su famoso Juicio de Responsabilidades. Meses después,
Quiroga Santa Cruz fue asesinado. Para protegerse políticamente,
Banzer armó la Alianza Democrática Nacionalista. En 1982,
luego de otro período de inestabilidad, golpes de estado y elecciones
frustradas, se abrió la actual etapa democrática. Banzer
luchó por retornar a la presidencia y luego de seis intentos fallidos,
finalmente lo logró en 1997.
Su último período al frente del gobierno fue caracterizado
por la división dentro de la coalición gobernante (su principal
aliado fue el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Jaime Paz Zamora,
un partido surgido a principios de los 70 con el objetivo de combatir
la dictadura del general) y una crisis económica galopante que,
a pesar de los buenos resultados macroeconómicos, acentuó
la extrema pobreza en la que vive la mayoría de los habitantes
del país. Una revuelta popular, ocurrida en abril del 2000, puso
de manifiesto las limitaciones de la administración banzerista
para resolver las dificultades nacionales, mientras las rebeliones campesinas
daban cuenta de los resultados últimos de su campaña de
erradicación de cultivos de coca, espoleada por presiones económicas
y políticas de Washington.
DE
LA REPRESION Y EL GOLPISMO A LAS URNAS
Los émulos en la Argentina
Por
Verónica Gago
En la Argentina,
en lo que va de la saga democrática, varios militares y partícipes
de la dictadura atravesaron victoriosos la prueba de las urnas: Antonio
Bussi y Luis Patti son los casos más sonados, pero no los únicos.
Hugo Banzer fue el militar que más lejos llegó en el arte
de travestismo democrático: alcanzó gracias a los votos
el sillón presidencial once años después de ser derrocado
su régimen de facto; sin embargo, el fenómeno parece tratarse
de una tendencia latinoamericana de la que Argentina no es excepción.
Las condiciones que propician tales reciclajes parecen tener más
que ver con la debilidad de las democracias del continente que con las
habilidades personales de los candidatos.
Que Banzer haya egresado del Colegio Militar de Argentina en 1947 para
después continuar su formación en la Escuela de las Américas
es un dato que emparenta su biografía con la de muchos militares
vernáculos; su posterior conversión democrática también.
Antonio Domingo Bussi, en 1995 ganó la gobernación de la
misma provincia en la que se desempeñó como dictador con
dos décadas de diferencia. Sólo que este segundo mandato
estuvo refrendado por un 45 por ciento del voto popular. En aquel momento
se convirtió en un escándalo que parecía no tener
explicación. Sin embargo, a medida que la democracia se consolidaba
por paradójico que esto parezca, las candidaturas de
ex militares devenidos actores políticos democráticos se
hicieron más frecuentes. Roberto Ulloa, ex oficial de la Armada,
también fue dos veces gobernador de Salta: una de facto y otra
de iure y, luego, ocupó una banca en el Senado de la Nación.
También José David Ruiz Palacios, primero subsecretario
del Interior cuando ese ministerio estaba a cargo de Albano Harguindeguy
y luego gobernador del Chaco hasta 1983, fue electo diputado de esa provincia
por el partido Acción Chaqueña.
El ex comisario Luis Patti tuvo varios padrinos democráticos
que avalaron su ascenso en el escenario de las candidaturas nacionales.
Sus triunfos electorales y su vigencia en el cargo de intendente
de Escobar- se sustentaron en una arenga contra la inseguridad, en un
contexto generalizado de criminalización de la pobreza, que tiene
como resultado una sólo consigna: reforzar la represión.
El mismo recurso utilizó el ex carapintada Aldo Rico para conseguir
la intendencia de San Miguel. En este sentido, se puede decir que los
ex militares a la hora de legitimarse electoralmente no innovan tanto.
O, más bien, se esmeran en la vieja treta de renovarse sin cambiar.
Pero, a pesar de estrategias camaleónicas más o menos astutas,
pareciera ser el propio sistema político perverso o deforme
el que habilita las reapariciones de viejos cuadros políticos de
las dictaduras militares. Y aún más: es la propia decisión
popular la que los lleva al poder. Las explicaciones son muchas: ciudadanos
aterrorizados que piden mano dura ante una sensación
de caos económico y social, falta de memoria sobre el pasado, asesores
de imagen habilidosos, claudicaciones de una ciudadanía irresponsable
o golpes mediáticos. En Argentina, sin embargo, no escapan a ser
el blanco principal de los escraches de las agrupaciones de derechos humanos.
En América latina hay varios casos emblemáticos. En 1999,
Francisco Flores en El Salvador ganó la presidencia con casi el
52 por ciento de los votos, siendo el tercer candidato consecutivo electo
después del fin de la guerra civil de la derechista
Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), el brazo político de
los Escuadrones de la Muerte; en Guatemala, el ex dictador y actual diputado
Efraín Ríos Montt fue el gran ganador de los comicios presidenciales
de 1999 bajo el auspicio del Frente Republicano Guatemalteco (FRG)
que él mismo fundó, aun cuando no pudo ocupar el cargo
por su condición de ex golpista. Más cerca aún, el
ex almirante Jorge Arancibia renunció hace un mes a su comandancia
de la Armada chilena para postularse como candidato a senador por Valparaíso
del partido más pinochetista del arco político: la Unión
DemócrataIndependiente (UDI). Más allá de que la
mayoría logra evitar o salir ilesos de la justicia de sus propios
países, ése es sólo el primer escalón de sus
carreras en épocas de democracia; después vienen los votos.
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