Por Hilda Cabrera
El desdoblamiento que se hace
en esta puesta de la figura del poeta y escritor estadounidense Edgar
Allan Poe (1809-1849) aporta razones a aquello de que la juventud anida
sólo en la memoria. Un Poe cansado y solitario comparte el escenario
de la Sala María Guerrero con ese otro joven alborotador de su
memoria. El hombre está en decadencia, pero aún alienta
el deseo de ser pájaro. De ahí que se lo vea ahuecar el
pecho y elevar los hombros en actitud de despegue. Pero él sigue
allí, en la rutina de andar perdiendo el equilibrio y sentir, acaso,
que la existencia es una comparsa de fantasmas. El alcohol y el opio le
están jugando otra mala pasada a ese Poe que aún se arrebata.
El poeta, que interpreta con acotada intensidad Rubén Stella, asume
al joven que fue. Un excéntrico para su época. Un rebelde
que ambicionaba fundar una revista literaria, tener alas y ser inmortal.
Un personaje de actitudes contrastantes, hiperkinético, en la deliberadamente
artificiosa composición que hace el actor Marcelo Mininno.
Desgajar al joven del adulto permite desplegar de modo diferente la interioridad
del Poe en decadencia, suma color a la puesta y profundiza la sensación
de pérdida del pasado, pero también resta unidad a la imagen
del poeta, e incluso confunde al espectador en aquellos pasajes en que
el Poe alucinado cree enfrentarse a su alter ego, William Wilson, personaje
de uno de sus cuentos y su enemigo en esta Israfel de Abelardo Castillo,
premiada en 1963 por el Instituto Internacional de Teatro con sede en
París. Esas inserciones y desplazamientos obligan al espectador
a mantenerse activo y recomponer una y otra vez su imaginario sobre Poe,
más aún si ha sido testigo del estreno de esta obra, en
1966, en el desaparecido Teatro Argentino, donde Poe fue protagonizado
por un único actor: Alfredo Alcón.
En este reestreno del director Raúl Brambilla (actual director
general del Cervantes) importa quebrar la continuidad del relato que
no es una biografía y mantener al mismo tiempo la estructura
circular de la pieza. Sólo en el sentido de que el retorno se produce
en un mismo espacio, y no en el de la historia, que aquí tiene
principio y fin. El espacio es el de una taberna, situada primero en Richmond,
hacia 1826, y luego en Baltimore, nueve años más tarde.
Lo que sucede entre una y otra es esta probable vida que imaginó
Castillo, atravesada por una simbología que a veces se destaca
y otras se esfuma en las sombras nacidas del extravío del poeta.
El texto, recortado según se sabe con la anuencia del autor
expone un mundo personal ilusorio, pero con apariencia de real, por apasionado
y rebelde. Recupera a las entrañables tía Muddie (María
Clemm) y a la hija de ésta, Virginia, mujer de Poe, y reconstruye
sin trazos apologéticos la contradictoriapersonalidad del poeta.
No quedan fuera las penurias económicas ni la enfermedad de Virginia,
ni los estragos del alcohol y el opio que promete alas. Tampoco
el desprecio al mercantilismo, la crítica a la burocracia y a la
estulticia de funcionarios, políticos y servidores, el recuerdo
del desprestigio y de la traición acuñados por un personaje-símbolo,
Rufus Griswold, ni la defensa de la individualidad, sobre la que Poe se
había explayado, entre otros textos, en El hombre de la muchedumbre.
De todas formas, aquello que prevalece en esta Israfel (ángel de
la muerte o símbolo de la música más bella) es el
viaje entre el mundo de la realidad y el de los ensueños, trayecto
que Brambilla (quien dirigió en dos ocasiones la obra, una en Caracas
y otra en Córdoba) subraya con el efecto bruma, recurso técnico
que en este caso debiera ser mejor dosificado, como en lo actoral el tono
enfático y exasperado que utilizan algunos intérpretes en
las escenas que reúnen a amigos y universitarios. Por el contrario,
resultan acertadas las composiciones de Jean Pierre Reguerraz, Aldo Pastur,
Angel Fernández Mateu, Antonella Costa y María Ibarreta
en por lo menos uno de los varios roles que cubren. El diseño escenográfico
de Marcelo Pont Vergés es otro elemento a favor, al igual que la
iluminación de Carlos García.
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