La
globalización
y su subversión
Por Manuel Vázquez Montalbán
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Tengo sobre la mesa
las novedades editoriales traducidas al español que se refieren
al turbio asunto de la globalización y sus contradicciones y sumo
hasta cincuenta títulos publicados en los dos últimos años.
Desde El beneficio es lo que cuenta, de Chomsky, hasta Una extraña
dictadura, de Viviane Forrester, pasando por los trabajos de Ignacio Ramonet
sobre la globalización informativa o El mundo como supermercado
de Hpouellecq o Nuestros tiempos modernos de David Cohen. Me detengo especialmente
en El informe Lugano de Susan George, en parte porque yo he sido prologuista
de la versión española y en parte por la originalidad del
método crítico. La autora presupone la existencia de un
grupo de científicos sociales a los que el capitalismo encarga
un diagnóstico sobre su capacidad de avanzar por encima de los
obstáculos de los enemigos de la globalización. Con un talento
sarcástico envidiable, Susan George consigue así una de
las más brillantes parodias de la conciencia globalizadora.
La tensión dialéctica del siglo XXI está servida.
Por una parte, los globalizadores y por otra la vanguardia de los globalizados
delimitan el nuevo campo de batalla, acogido inicialmente como una curiosidad
informativa, pero cada vez más asumido como un peligro real. Hasta
tal punto que el presidente del gobierno español e inestimable
discípulo o maestro de Berlusconi, el señor Aznar, días
antes de la manifestación antiglobalizadora de Barcelona se refirió
a la financiación extranjera de este tipo de movimientos, como
si el señor Aznar añorara aquellos tiempos en los que la
propaganda franquista atribuía al Oro de Moscú la responsabilidad
de toda acción clandestina. Si el pulso interior de la globalización
motiva bibliografía tan diversa, también ha puesto en marcha
una brigada internacional móvil e ideológicamente plural
que practica la contestación allí donde se produzca cualquier
acontecimiento económico o político para o simplemente criptoglobalizador.
Neoanarquistas, poscomunistas, nacionalistas económicos, ecologistas,
antisubdesarrollados, teólogos de la liberación y mucho
más ismos posibles, conforman un nuevo sujeto crítico equiparable
al espontaneísmo subversivo de los primeros tiempos de la revolución
industrial, calificados por algunos sociólogos como rebeliones
primitivas.
De Seattle a Barcelona o de Barcelona a Génova, última parada
del zafarrancho de combate entre globalizadores y globalizados, la capacidad
de movilización de los contestatarios refuerza la capacidad depresiva
de los estados implicados, convencidos de que han de paralizar la convocatoria
de una nueva internacional antiglobalizadora. O estamos asistiendo a una
desesperada lucha desde una cultura de la resistencia terminal o asistimos
al nacimiento de una nueva cultura de la resistencia, alentada por un
sujeto histórico crítico que todavía no tiene las
características plenas de un sujeto histórico de cambio.
Lo cierto es que la carga represiva contra los antiglobalizadores va a
ir en aumento y que en Barcelona ya se ensayaron métodos de infiltración
de alborotadores violentos entre los manifestantes para así justificar
una contundente e indiscriminada operación represora de la policía.
Mientras el señor Aznar busca en el oro de Moscú, es una
metáfora, las causas de la subversión antiglobalizadora,
es evidente que el nuevo capitalismo está generando nuevas contradicciones
marcadas por la victoria o la derrota de los sectores sociales y económicos
implicados en la globalización.
El nuevo capitalismo ni siquiera quiere llamarse así y escoge presentarse
como economía de mercado dentro de una operación de desdramatización
lingüística que ya ha afectado a casi todo el lenguaje crítico
convencional a lo largo del siglo XX: burguesía, proletariado,
capitalismo, imperialismo, clases sociales, lucha de clases son palabras
cargadas de gravedad y memoria histórica y, por lo tanto, suenan
a ruidos dentro del canal de comunicación dominante. No hay sistema
de dominación totalitario, utilice el partido único o utilice
la dictadura del mercado, que no mixtifique los patrimonios fundamentales:
la memoria, el lenguaje y la esperanza en el sentido de virtud laica.
Susan George habla de una economía que divide a los seres humanos
en prescindibles e imprescindibles ...la prescindibilidad está
ascendiendo por la escala social. No se trata sólo de los indios
brasileños, los pobres de los Estados Unidos y otras tribus remotas.
Ud. su familia, su profesión, su pequeña o mediana empresa,
su comunidad, su hábitat natural empiezan a estar también
en su punto de mira. Si las empresas transnacionales no responden de sus
actos más que ante los propietarios del capital, si los gobiernos
no pueden gravar con impuestos un dinero evanescente y móvil y
ayudar a sobrevivir a los millones de personas que permanecen inmóviles,
entonces hay que eliminar de alguna forma el exceso de esas personas o...
¿O qué?
REP
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