Ustedes se están
ahogando en un vaso de agua, le dijo Domingo Cavallo a José
Luis Machinea y varios de sus laderos, describiendo las dificultades de
la economía. Fue en la prehistoria, hace algo menos de seis meses,
durante el verano septentrional de 2001. El Gobierno había conseguido
el blindaje y, algún día, el riesgo país bajó
a 660 puntos básicos. Luego, rebotó a 800 y los Machi boys
estaban preocupados, según Mingo sin mayores motivos que su propia
inhabilidad natatoria.
La conversación ocurrió mientras se hablaba de un posible
desembarco de Cavallo en Jefatura de Gabinete o al mando del Banco Central,
con retención de cargo por parte de Machinea. Todos suponían
que Mingo desplazaría al Ministro de la Alianza pero
estaban dispuestos a que la operación fuera untada con vaselina.
El diagnóstico de Cavallo fue recordado hace poco más de
una semana, con más estupor que sorna, en la cena en que un puñado
de dirigentes radicales y de ex integrantes de su equipo despidió
a Machi quien se va por un año a Estados Unidos, a ocupar un alto
cargo en un organismo internacional. Mientras, Cavallo está en
Economía, adonde llegó por autopista y no por un atajo como
se exploraba entonces.
La evocación dispara una conclusión no demasiado habitual:
contra lo que inducen a pensar su fama y cierto sentido común,
Cavallo se ha demostrado en estos últimos tiempos como un político
astuto, inclaudicable y múltiple en tácticas, siendo al
tiempo un economista que no embocó una. No se trata claro, de negar
sus calificaciones técnicas sino de notar que todo lo que dijo
(y ¡ay! lo que hizo) en los últimos tiempos, atinente a lo
que se supone es su especialidad estuvo mal. Fue desairado por los hechos,
fue goleado por adversarios que ninguneó, se viene ahogando en
el vaso de agua que ahora Machi contemplará, más calmado
y menos golpeado que él, desde el Norte.
El primero en saber
El es el primero en saber cuánto se han desagiado su poder, su
prestigio, su proyección hacia la Presidencia 2003. No lo dice
con palabras la modestia, la introspección, la autocrítica
no son lo suyo pero lo expresa con el cuerpo. Se lo nota, más
que apagado, deprimido. Así lo vieron los cronistas extranjeros
que compartieron con él un desayuno. Parece otro comentaron
varios de ellos a Página/12, abatido, con un hilo de voz.
Igual lo oyeron los senadores peronistas en la desesperada jornada del
viernes. Nos suplicaba, comentaba uno de ellos, jamás
lo vi así, y a fe que lo ha visto mucho.
Se va a recuperar, Mingo tiene fibra, (se) consuela una figura
del Gabinete que no lo quiere mal y luego hace un repaso que da motivos
para ameritar una depresión machaza:
Creyó que su sola
presencia resolvía la crisis.
Retó a los banqueros
en público por cobrarle una tasa de interés que ahora les
agradecería de rodillas.
Decidió que Brasil
era su enemigo y Estados Unidos su amigo.
Acá quiso aliarse
con Carlos Ruckauf y crecer desde el gobierno, armando listas electorales
con la oposición.
Creyó que el principal
problema era la competitividad y que la falta de solvencia estatal era
un dato superable.
Se equivocó en todo, concluye irrefutable el funcionario y se le
cayeron las fichas de su proyecto presidencial.
Lo que más le duele, redondea ante Página/12
otra fuente del gabinete, ésta de estirpe cavallista, es
haber perdido su reputación en el exterior. Ese era su mayor
bagaje, su bastión, su diferencia exponencial con colegas ministeriables.
Se burló de los mercados y éstos le llenaron la cara de
dedos. Viajó por todo el globo. Desde Estados Unidos le dieron
la espalda. Y, a confesión de parte relevo de prueba, fueregresando
de una gira a Europa, en el propio avión, insomne (le ocurre a
menudo) que tiró su manotazo de ahogado: el déficit cero.
Al fin y a la cabo la economía europea está más calzada
en Argentina que la norteamericana. Franceses y españoles padecerán
lo suyo cuando se licuen los activos ubicados en estas pampas o cuando
los títulos públicos argentinos se devalúen. Pero
el mago volvió de Europa con las manos vacías. Fue entonces
cuando, perdido por perdido, echó por la borda la heterodoxia con
la que pretendía sumar a su crédito de economista galardones
de político, y se aferró al déficit cero. Una falacia
de las tantas que ha propinado a los argentinos durante décadas.
Eso sí, menos pródiga en fuegos artificiales.
Que sea un Cavallo groggy, sin reflejos y casi sin autoritarismo el mandamás
de la economía en los días en que el proyecto de país
que él buriló junto a un peronismo oportunista, entreguista
y corrupto, tendría algo de justicia poética si no fuera
porque las consecuencias de esos desaguisados malévolos la pagan
en mayor proporción muchos otros.
El déficit cero, en los términos que se propone, es una
fuga hacia adelante, como lo fueron el remate de las joyas de la abuela
y la desfinanciación perversa del sistema jubilatorio. Solo que
esta vez la falsa coartada parece signada a desbaratarse en cuestión
de apenas meses, ¿semanas? ¿días?, ¿horas?
El proyecto oficial de déficit cero acentuará, mejor dicho,
ya acentuó la depresión económica. Y por lo tanto,
sea cual fuera el piso que tenga el recorte de salarios y jubilaciones,
será insuficiente para alcanzar esa penosa utopía posmoderna.
La recaudación de este mes da lástima. Héctor Rodríguez,
titular de la AFIP, anuncia una caída del 4 por ciento. Se quedará
corto. Rompí los papeles con los datos, los tiré no
sé donde, de la bronca, se confiesa ante este diario un funcionario
del área económica cuando se le piden más precisiones.
Cuando se cierra esta columna, al ocaso del sábado, parece que
el Senado aprobará el proyecto de ley que viene de Diputados. Así
fuera, todo indica que no habrá déficit cero (ni nada similar)
al fin del trimestre julio-septiembre, y que si llega hasta entonces
Cavallo tendrá más motivos para deprimirse. O para volver
a afilar su tijera.
Las huestes del ministro avizoran que el horizonte cercano es ominoso.
Su ladero Daniel Marx, por si las moscas, ha elaborado un cálculo
econométrico del impacto del default estatal. Cuánto podrían
bajar los salarios reales, el producto bruto, cuánto aumentar la
desocupación. Los números espantan. La carpeta posa sobre
varios escritorios oficiales y acicatea a mujeres y hombres de la Rosada
a seguir tras la zanahoria de la aprobación de la ley. Las comparaciones
con Ecuador (hicieron las tres: default, devaluación y dolarización
y mire donde están), Rusia (el PBI se redujo a la mitad,
hay mucha economía en negro pero...), y hasta Malasia integran
el menú aún en caso de funcionarios no avezados en materia
económica.
Bueno, esa ciencia es muy esquiva. Su mayor gurú parece una hojita
en la tormenta. Hasta fue desplazado del centro de la escena por su incompetencia
para moverse en democracia. Los peronistas están hartos de sus
desplantes (sin poder que los sostenga), de sus rabietas y Chrystian Colombo
se ha convertido en la figura central de una serie de negociaciones nerviosas
y agobiantes. La política tiene sus exigencias, incluidas destrezas
en las que Cavallo no califica bien. Tal vez por eso Colombo apeló
a Enrique Nosiglia para manejar momentos cúlmines de la jornada
del viernes. La sensación de apocalipsis posibilitó que
Coti abandonara no solo el perfil bajo que cultiva con unción,
sino también la cama donde una gripe potente lo tenía encadenado.
Si de política se
trata...
Es que, puesto a hacer política el Gobierno es tan
endeble como cuando gerencia la economía. Sólo un puñado
de sus integrantes sale, al menos a negociar, dialogar o boxear: Colombo,
Patricia Bullrich y ahora Juan Pablo Baylac. Ramón Mestre abandonó
su tradicional ensimismamiento pero se interesó más por
el tablero de su provincia (en la que José Manuel de la Sota hizo
un golcito el domingo pasado) que por el nacional. Fernando de la Rúa
parece no tener más nadie con quien contar.
A veces, para colmo, parece no contar ni consigo mismo. La carta que en
facsímil ilustra esta página es, sin dejar de reflejar un
episodio menor, un buen indicador del estilo, los límites y acaso
el pensamiento del Presidente. Su redacción fue sugerida por Mario
Losada, Presidente del Senado, segundo en la línea de sucesión
del Ejecutivo. Es una misiva conceptuosa, llena de elogios y termina lo
saludo cordialmente escrito de puño y letra presidenciales,
apelando a la responsabilidad patriótica de los senadores para
que apuren el voto de la ley de déficit cero.
Ese texto digno de destinatarios elevados, de repúblicos
intachables fue enviado a Emilio Cantarero, Augusto Alasino y José
Genoud por no citar sino algunos de los más emblemáticos
representantes de una Cámara desprestigiada hasta el asco. Ya nadie
se toma la molestia de hacer encuestas sobre el punto pero, en su momento,
90 de cada 100 argentinos estaban convencidos de que la mayoría
de esos senadores habían traficado coimas en el trámite
de aprobación de la reforma laboral. Entre esa mayoría hay
algunos intérpretes calificados: Carlos Chacho Alvarez, Antonio
Cafiero, el propio juez Gabriel Cavallo en su fuero íntimo por
no mencionar a casi toda la corporación política cuando
dialoga off the record.
No se sabe y posiblemente nunca se sabrá si Alberto Flamarique
predicó que a ese cuerpo se le hablaba con la Banelco y no con
un epistolario digno de próceres. Ni, en su caso, si lo suyo era
una metáfora o la descripción de un modus operandi. Pero
cabe aventurar que esa frase parecía sintetizar mejor que la esquela
presidencial cuáles eran los puntos que calzan la mayoría
de los legisladores de un cuerpo que avergüenza a la Nación.
Que la carta, infortunada a fuer de retórica, anacrónica
e inoportuna, haya sido sugerida por quien vino a recalar al sillón
que dejó vacante la renuncia de Chacho Alvarez, es una cuenta más
en el collar de la retahíla de errores que provocó, en su
entropía casi siempre autogenerada, la coalición gobernante.
Los que piden bala
Desde el ángulo de mira de la ley lo que hay son
violentos aunque sean idealistas de un lado y fuerzas del orden democrático,
aunque cometan excesos del otro. La frase, que bien podría
haber suscripto Jorge Rafael Videla en sus años de oro, corresponde
empero a Mariano Grondona. Se publicó en La Nación del jueves
y alude al asesinato en Génova de Carlo Giuliani.
Ese mismo día todos los diarios del mundo describían atropellos
cometidos por la policía italiana contra los globalifóbicos,
incluidas torturas. No es de extrañar que el columnista pasara
elegantemente por alto esas informaciones: su curriculum periodístico
registra que ignoró por años la existencia de terrorismo
de estado en su propio país. Tampoco asombra que use la palabra
excesos dos veces en su breve nota, repicando la misma campana
que usó para exculparse nuestra dictadura militar. De últimas,
no es novedad que Grondona vuelva a las fuentes: apologista de la dictadura,
malvinero fanático, enfurecido reclamante de tanques para reprimir
a los autores de saqueos durante la híper.
Lo significativo, lo que excede lo personal es entender por qué
esa nota se escribe acá y ahora, en las vísperas de los
cortes de rutas concertadosconvocados por los piqueteros. Grondona pinta
su aldea: menciona a Génova pero alude a La Matanza. Libera de
culpas al que mató a Giuliani, carente de competencia territorial,
porque procura dispensar de escrúpulos a los que eventualmente
repriman a Luis DElía.
Las crisis a veces desnudan ciertos afeites y la derecha represiva argentina
vuelve a sus orígenes. El menemismo permitió a algunos cierta
oratoria democrática. Al fin y al cabo ese peronismo es corrupto
pero además mersa lo que facilitó ciertos desplazamientos,
temporales. Pero, en momentos de colapso, los alineamientos recobran su
lógica y la derecha autoritaria, sencillamente, pide bala o algo
así.
Algunos funcionarios del Gobierno, haciendo uso de sus espadachines mediáticos
azuzaron demasiado ese fuego: Patricia Bullrich y Juan Pablo Baylac a
la cabeza. Su retórica, en especial la del vocero, fue demasiado
similar a la del más clásico autoritarismo nativo. El diario
La Nación dio doctrina a ese pensamiento con editoriales enérgicos
y artículos de penalistas que hablan de asociación ilícita,
sedición y otras bellezas.
Hombres de derecha ambos, si que mezclados en coaliciones más vastas,
De la Rúa y Cavallo no han podido, hasta ahora, sacar un cuatro
en materia de gestión. La economía argentina no está
al borde de la corrida bancaria, el default y la devaluación por
arte y gracia de los militantes sociales sino de otras variables mucho
más cercanas al pensamiento y a las obras del Presidente y el Superministro
de Economía.
En tamaños momentos algunas mentes del gobierno imaginan capitalizar
escenarios violentos, distrayendo o generando un chivo expiatorio. Y algunas
mentes y plumas de derecha proponen lo de siempre. Nada es demasiado asombroso
en la cabina de comando del Titanic.
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