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A LA ESPERA DE QUE LA JUSTICIA LE DEVUELVA A SU HIJA
La pesadilla de un padre

Ricado Espínola es médico. Hace
cuatro años una empleada lo denunció por abusar sexualmente de su hija y le quitaron la tenencia. Aunque nunca llegó a estar imputado, fue sobreseído ya dos veces y un juez ordenó la restitución de la nena, un laberinto judicial no le permite tenerla con él.

Mientras espera la restitución, Espínola
viajó un par de veces a ver a su hija.

La película que puede hacerse de la vida de Ricardo Espínola sería, definitivamente, un drama, pero como en todo film siempre hay esperanzas de un final feliz, y él no las pierde. Ricardo Espínola tiene 46 años y actualmente vive en Estados Unidos desarrollando su profesión de médico hematólogo. Pero el éxito profesional fue a contramano de su estremecedora historia: su esposa falleció un día después de parir a su hija en 1992, de la que perdió la tenencia en 1997, después de haber sido denunciado por haber abusado sexualmente de ella. Un Tribunal de Menores dispuso otorgar la guarda de la nena a su tía materna y aunque Espínola fue sobreseído en diciembre del mismo año, nunca logró recuperar a su hija. El mundo se le vino encima, sufrió cuadros depresivos graves y por su mente rondó la idea del suicidio –según contó el propio Espínola a Página/12–. Cuatro años pasaron y A., que hoy tiene 8, vivió la mitad de su vida lejos de su papá. En diciembre del año pasado, tras un segundo sobreseimiento, otro Tribunal de Mar del Plata ordenó disponer la restitución de la menor a su papá, pero la medida fue apelada. A siete meses de esa decisión, Espínola -contra quien nunca hubo siquiera una imputación– sigue esperando que le devuelvan a su hija.
Ricardo Espínola creyó que el golpe más duro que iba a tener que soportar era la muerte de su joven esposa, un día después del nacimiento de su hija. El embarazo fue problemático, ya que el bebé sufría un retraso en el crecimiento intrauterino. Por esa razón, la pareja dejó su casa de Mar del Plata, donde Espínola trabajaba en el hospital privado de la comunidad, y viajó a Buenos Aires para tener una mejor atención. A. nació con un grado de prematurez extrema, con apenas 30 semanas de gestación y un peso de 650 gramos, y estuvo internada cinco meses hasta que fue dada de alta.
Pese a la insistencia de sus suegros y su cuñada de permanecer en Buenos Aires, Espínola resolvió volver junto a su hija a Mar del Plata, donde estaba satisfecho con su trabajo y ganaba un buen sueldo, lo que le permitió contratar empleadas para cuidar de A. y pagar diferentes tratamientos, ya que la nena presentaba cierto retraso madurativo.
En abril de 1997, Espínola consiguió un puesto como investigador y docente en la Morehouse School of Medicine de Atlanta, en Estados Unidos. Todo parecía encaminarse, y sacó los pasaportes para él y su hija. Pero ese mismo día, el 12 de mayo, recibió el golpe más duro de todos: una empleada que trabajaba en su casa desde hacía más de un año, Berta Chichilitti, lo denunció por abuso sexual contra A. La nena, por disposición del Tribunal de Menores Nº1, fue alojada en un instituto y, curiosamente, al otro día llegó de Córdoba Laura Moronta, la cuñada de Espínola, quien ratificó la denuncia de Chichilitti y solicitó la guarda de su sobrina, la que finalmente le fue otorgada.
En diálogo telefónico con Página/12, Espínola se mostró convencido de que hubo un acuerdo entre su ex empleada y su cuñada, para él “la instigadora de la realización de la denuncia, para evitar que me llevara a mi hija a Estados Unidos”. El médico contó que tiempo después de realizada la denuncia pudo chequear que en los días previos a ésta “se hicieron, desde mi teléfono, un montón de llamadas a Córdoba”.
Según los abogados de Espínola, “Chichilitti tiene una estructura moral rígida y fundamentalista por su fanatismo religioso, y consideraba a Estados Unidos un país inmoral y depravado”. Un informe pericial concluyó que la idea que sustentó la denuncia de la mujer se “podría categorizar como errónea y puede estar generada por mecanismos psíquicos en los que interviene la catatimia (una carga afectiva que induce o precondiciona una idea o conducta)”.
Pero todo Mar del Plata se le volvió en contra a Espínola, quien pasó a ser el principal demonio de la ciudad: los medios lo crucificaron y en el hospital donde trabajaba le sugirieron que renunciara. “En ese momento sufrí un cuadro depresivo muy grande y tuve ideas suicidas.” En diciembre de 1997, la mano parecía cambiar para el atribulado médico: un Juzgado Penal dicta el sobreseimiento de Espínola, confirmado luego por la Cámara de Apelaciones marplatense. “El cuerpo de A. no presenta signos de violencia ni rastros de abuso”, confirmó el fallo, y desestimó una supuesta declaración de la pequeña, en la que narra con lujo de detalles diversas situaciones de abuso por las que habría pasado. El punto es que, como la chiquita presentaba un grado madurativo inferior a su edad, no era en absoluto capaz de realizar un relato de ese tipo, ya que no podía armar frases completas: el juez señaló que se trató de “interpretaciones que se hicieron de un interrogatorio dirigido”. Sin embargo, pese a quedar libre de todo cargo, la guarda de la nena continuó en poder de la tía la que, según afirma uno de los abogados de Espínola, “es secretaria de un Tribunal de Menores de Córdoba”.
Junio de 1998 era el último plazo que tenía Espínola para ocupar su puesto de trabajo en Atlanta y emigró, con la esperanza de que para fin de año todo se resuelva a su favor. Volvió a equivocarse, pero las fuerzas no lo abandonaron. Para él, la razón es una sola: “Mi carrera es mi pasión, amo lo que hago y me mantiene vivo el espíritu. Sin mi profesión no hubiera podido sobrevivir”.
Dos veces por año viajó a Córdoba para reencontrarse con su hija y a pesar de que el trato es muy afectuoso, teme que el vínculo se rompa si no logra reestablecerlo a tiempo: “Está dañada la relación y hay un quebrantamiento de la figura paterna”, sostiene, y responsabiliza a la Justicia de su situación.
Cansado de esperar, intentó iniciar un jury de enjuiciamiento contra la titular del Tribunal de Menores Nº1, Olga Artola, quien finalmente se excusó de continuar con la causa, la que es asumida por el Tribunal de Menores Nº2. En diciembre de 2000 su titular, el juez Melczarski, resuelve “disponer la restitución de la menor a su progenitor, quien no se encuentra restringido ni privado de las obligaciones y derechos derivados de la patria potestad de que es único titular, luego de haberse dictado el sobreseimiento de la causa penal en su contra”. El fallo considera que “no surge otra circunstancia, aparte del denunciado presunto abuso sexual, que hubiere justificado la intromisión estatal en la relación paterno-filial”. Lo que quiere decir, sencillamente, que al no haber abuso todo debería volver a la situación previa a la denuncia. Esta medida fue apelada y ahora es la Cámara Civil la que deberá confirmar la sentencia. Ricardo Espínola, en tanto, sigue su angustiosa espera, aunque confía en que todo volverá a ser como era entonces.

Producción: Hernán Fluk

 

�Espínola nunca llegó a ser imputado�

A Espínola le quitaron la guarda de su hija a partir de una denuncia por el presunto hecho de abusar sexualmente de ella. Sin embargo, Espínola fue sobreseído por el titular del Juzgado Criminal, y ese fallo fue confirmado por parte de la Cámara. Si la concesión de la guarda simple fue motivada por un delito contra la menor, los abogados de Espínola entienden que “sobreseída la causa, terminarían los motivos que la originaron, dado que está íntimamente vinculada la concesión de la guarda con la denuncia”. Esta interpretación de los hechos fue reafirmada por el Tribunal de Menores Nº2, que en un fallo dictado el 4 de diciembre del año pasado sostiene: “De mantenerse la guarda a posteriori del sobreseimiento de la causa penal, la misma sería arbitraria, porque al no probarse la existencia del hecho que la motivó debe ordenarse sin más trámite la restitución de la menor a su padre, quien tiene el pleno ejercicio de la patria potestad”.
Y aún más: “El señor Espínola nunca fue absuelto porque nunca llegó a ser imputado, ya que ni siquiera se halló mérito suficiente para recibir al nombrado declaración informativa”. El juez Melczanski entendió que “Espínola fue el encargado absoluto de la crianza de su hija, atendiéndola con la colaboración de personal femenino contratado como también de profesionales especialistas en distintas disciplinas (psicóloga, fonoaudióloga, pedagoga). No pareció que existan en autos motivos que justifiquen impedir que Espínola retome la guarda de su hija, entendida como máxima expresión material del ejercicio de la patria potestad, consistente en la efectiva tenencia de la niña”.

 

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