Por
Cristian Vitale
A
fines de los 50, en la prehistoria del rock nacional, una bizarra
banda nueva llamada Los de Fuego tenía poco que imitar fronteras
adentro. Apenas dos tibios precedentes en su estilo: uno duro, Eddie Pequenino,
y el otro blando, Billy Caffaro. Y, pese a que también existían
diversos grupos catalogados como rockeros Los Duques de Tanguito,
Jackie y los Ciclones o Los Pick Ups, ninguno de ellos tenía
las intenciones transgresoras del primer guarro argentino, por entonces
conocido como Roberto Sánchez. Sandro, líder de Los de Fuego,
irritó como nadie al pacato statu quo cultural de la época,
mientras Pappo y Moris eran aún niños de pecho. Desde los
suburbios de Valentín Alsina, Sandro desarrolló un estilo
salvaje más emparentado a la actitud corrosiva de Gene Vincent
que al rulo ingenuo de Bill Haley. Por supuesto, no podía haberlo
hecho solo: sus secuaces del barrio le pusieron música a su actitud.
El era el líder indiscutido y nosotros los locos que aprobábamos
sus locuras, introduce Miguel Tito Vázquez, guitarrista
de Los de Fuego.
Enrique Irigoitía y Héctor Centurión, los otros cincuentones
que charlaron con Página/12, también fueron parte del elenco
que recorrió los suburbios junto a Sandro entre 1961 y 1963. Y
ambos, a diferencia de Tito, participaron de los cinco discos que grabaron
Los de Fuego en aquellos años (los mismos que este diario ofrece
a sus lectores los domingos), Enrique como guitarrista y Héctor
como bajista: Lo pienso y no lo puedo creer, tocábamos todos
los días menos los lunes. El ritmo era infernal, ir a despertar
a Sandro para tocar era un ritual cotidiano, rememora Héctor.
¿Cómo conocieron a Sandro?
Enrique Irigoitía: Me lo presentó un amigo, Bernabé
Gutiérrez, en el bar Pancho de Valentín Alsina, en 1959.
Sandro ya cantaba con su barra de amigos y al enterarse de que yo tocaba
la guitarra me propuso hacer algo con él. Le enseñé
los primeros tonos y al poco tiempo formamos un dúo llamado Los
Caribe. Hacíamos boleros, interpretaciones de Los Fernando como
Sigamos pescando y cosas por el estilo. La cosa duró
hasta que me tocó la colimba. En ese momento, yo también
cantaba en un grupo llamado Los Reyes del Swing, hacíamos shows
en algunos clubes de Villa Diamante y, cuando me tocó la colimba,
le dejé mi lugar a Roberto. Cantó todo el año con
ellos y, cuando volví, me encontré con una sorpresa: me
llevó a la casa y me mostró tres guitarras, un bajo, equipos
y una batería. Fueron los primeros instrumentos de Los de Fuego.
¿Hicieron rock and roll desde el principio?
E.I.: Sí. Yo tocaba la primera guitarra, él la rítmica,
Héctor el bajo y Armando Luján la batería. En un
momento también se unieron Armando Quiroga y Juan José Sandri.
Miguel Vázquez: Mientras Enrique estaba en la colimba, la
historia siguió. Roberto tenía muchísimos amigos
en el barrio: con algunos tocaba, con otros iba a bailar... Venía
a mi casa porque yo tenía una guitarra, y existían pocas
guitarras eléctricas en el país. Había una en Casa
América que la mirábamos con la ñata contra el vidrio.
El primer bajo lo hicimos con una guitarra criolla a la que le cambiamos
las cuerdas por unas de acero. Y el primer equipo que tuvimos estaba hecho
con un tocadiscos viejísimo que teníamos que probar para
ver de qué lado pateaba, porque nos podíamos quedar pegados.
No teníamos plata para comprar equipos y tocar rock. Y vivíamos
en el Distrito 15 de Lanús, un lugar castigado por peronista.
¿Cómo se les ocurrió adoptar una actitud transgresora,
reñida con el sentido común de la época?
M.V.: Básicamente mirando a Elvis. Al principio fue duro,
la gente de Valentín Alsina no nos soportaba. Era un barrio tanguero,
de gente trabajadora, y nadie nos entendía. Pero no sólo
éramos mal mirados en el barrio: cuando fuimos a tocar a Escala
musical con musculosas agujereadas, el canal se alborotó.
Los productores estaban acostumbrados a ver chicos lindos...
¿De qué manera reaccionaba la gente al verlos tocar
así vestidos y haciendo una música anormal para
aquella sociedad?
M.V.: Causábamos estupor en las familias. Cuando tocamos
en el Luna Park, la gente se volvió loca. Nos tiraron de todo y
después nos echaron. Nuestros shows provocaban una reacción
de furia contenida. Eran muy chocantes y servían para que la gente
exteriorizara sus broncas cotidianas. Eran una especie de circo romano.
El público explotaba por todo lo que no había explotado
en la semana.
¿Y cómo fueron ganando adeptos en ese contexto complicado?
Héctor Centurión: A través de la publicidad
boca a boca. No teníamos propaganda en los medios y las radios
pasaban muy poco nuestros temas. Es más, no vendíamos discos.
Pero contábamos con la ventaja de la gran cantidad de gente que
nos venía a ver.
Antes de grabar el primer disco eran Los de Fuego, a secas. ¿Había
diferencias entre ustedes y Sandro respecto de las cuestiones de liderazgo?
M.V.: No. Nosotros nos definíamos como sus secuaces. Roberto
era el personaje especial, el que le ponía al grupo una esencia
de fuego. Era el líder y nunca hubo dudas en eso.
¿Qué los diferenciaba de otros rockeros de la época
como Los Duques o Los Pick Ups?
M.V.: Ellos actuaban y se vestían de una manera que no condecía
con lo que era el rock and roll para nosotros. El rock tenía que
levantar a la masa de alguna manera, sacándole todo lo que tenía
adentro. La nuestra era una actitud más visceral. Roberto lloraba,
gesticulaba y hacía cosas que contagiaban a la gente. De hecho,
el éxito que tiene hoy no surgió por generación espontánea.
Sandro era una máquina de ideas y nosotros éramos muy locos
también. Lo seguíamos en todo y ninguno se oponía
a sus ideas.
¿A qué nivel de locura llegaron?
E.I.: A tirarnos al piso con él. Cuando deliraba en el suelo
con el micrófono para arriba, nosotros nos arrodillábamos
y gritábamos alrededor.
M.V.: Escala musical hacía un programa donde
mostraba lo fantástico de la juventud: todos los chicos bien arregladitos,
las chicas con colitas de caballo... y nosotros tocamos ahí con
camisetas quemadas con cigarrillos.
H.C.: Una vez grabamos un show para la TV disfrazados de Los Beatles.
Y nos echaron porque nos pasamos el día saltando por arriba de
los lujosos sillones que había en el estudio.
¿Tuvieron problemas con la policía?
M.V.: No. A lo sumo, la gente podía llegar a tirar una silla
o a pelearse, pero la violencia era muy distinta. Nada que ver con lo
que pasó después con Jim Morrison o los Stones. Acá
todavía existían las familias italianas y españolas,
a las que les resultaba muy chocante vernos, pero no pensaban en matarnos
o en matarse entre ellos. Era puro griterío.
H.C.: Viajábamos en colectivo en ojotas y con una guitarra
desenfundada al hombro. El chofer dudaba entre llevarnos, tirarnos a la
calle o entregarnos a la policía.
Hay mucha leyenda respecto de la actitud de Los de Fuego. ¿Qué
pasaba realmente en el escenario?
M.V.: Es cierto que no contagiábamos tranquilidad, el rock
and roll te lleva, te energiza. No es precisamente una música para
escuchar sentado. Si a eso le agregás que estaba bien tocada y
que la imagen de Sandro era puro fuego... era un escenario en llamas.
H.C.: Había mucha energía, pero no se llegaba a un
extremo violento. Una vez que se terminaba el show, se terminaba todo.
Nuestro público era efervescente: gritaba, saltaba, pero pensaba
de otra manera.
E.I.: Un día de 1961 nos contrataron para tocar en Obras,
que en esa época era muy bacán, muy petitero. Y los muchachos
no podían ver a Sandro. Empezaron a llover monedas, y me rompieron
la guitarra y la cara. En un momento, Roberto se agachó, agarró
una moneda y le dijo al público: Esta moneda a mí
no me sirve, ¿por qué no la ponen en una alcancía
de ALPI, que ahí va a dar más resultado?. Hicimos
un tema más y nos fuimos. Se habían calentado porque se
empezó a mover descaradamente y en ese lugar la gente era muy conservadora.
Los novios lo agredían y las novias lo disfrutaban.
¿Cómo era la reacción de las mujeres?
M.V.: El hecho de ver en el escenario a un tipo que rompía
con las estructuras, vestido de cuero negro y pintado cuando la moda eran
los saquitos petiteros, era imposible de entender. Hacía los mismos
movimientos pélvicos que Elvis y eso, en aquel contexto, ejercía
una atracción muy fuerte. Primero por curiosidad y después
por seducción. Las mujeres iban a los shows porque Sandro contravenía
todas las reglas y tenía un aspecto sexual muy definido. Se volvían
recontralocas. Era el macho. Era el James Dean argentino.
E.I.: La energía que irradiaba era tal que una vez nos prohibieron
en Sábados Circulares por movimientos obscenos. Zafamos
gracias al director del programa, pero estuvimos tres meses sin laburo.
Creo que el hombre se dio cuenta de que no éramos degenerados y
que las chicas enloquecían, vibraban disimuladamente.
H.C.: Mancera había llegado de Francia de ver a Johnnie Halliday
y cuando se encontró con nosotros no lo podía creer. Acá
pasaba lo mismo que en Francia, y por eso nos contrató para tocar
todos los sábados.
¿Los iban a buscar las mujeres después de los shows?
E.I.: Eran más disimuladas, pero hacían lo mismo que
ahora.
¿Ya les tiraban bombachas?
E.I.: Todavía no. Lo que sí sucedió una vez
fue que Sandro le tiró a la gente una guitarra nuevita en el Club
Ameghino y a los dos minutos se la mostraron en pedacitos.
¿De dónde sacaban las ideas musicales?
H.C.: Ibamos a una disquería especializada en rock y nos
pasábamos horas y horas escuchando temas de Little Richard o Gene
Vincent que conocíamos nosotros solos.
M.V.: Juntábamos plata para comprar revistas extranjeras,
habitualmente francesas, y copiábamos la estética de los
músicos.
¿Cuáles eran los temas que más agitaban al
público?
E.I.: Precisamente, Hay mucha agitación, que
era nuestro caballito de batalla. Con ese tema cerrábamos todos
los shows.
H.C.: También hacíamos lentos, como Los brazos
en cruz. Se volvían locas cada vez que Roberto caía
en el piso con los brazos cruzados.
¿Qué visión tenían respecto del contexto
que los rodeaba en la época, del Club del Clan y todo eso?
E.I.: Cada uno hacía lo suyo.
M.V.: A mí me gustaba Billy Caffaro. El tipo era un transgresor.
En cambio, los del Club de Clan imitaban una música que se veía
en películas. Eran una cosa armada al estilo Canal 13, tenían
que ser lindos y esas cosas. Nosotros éramos más reos, de
barrio.
Algo así como el rock chabón de los primeros 60.
M.V.: Se nos asociaba más con el pueblo. Nosotros éramos
Gene Vincent y ellos Paul Anka. Estábamos más consustanciados
con la bronca popular.
H.C.: Enrique fue el primer argentino en gritar en un tema de rock.
Eso, obvio, lo hacían los rockeros yanquis. Pero acá no
se conocía.
E.I.: Fue cuando fuimos a dar la prueba a CBS. Probamos Hay
mucha agitación y el director de la compañía
rogó que el tema quedara así, y salió con los gritos
primales.
¿Cómo fue la separación de Los de Fuego? La
historia oficial cuenta que a Sandro le recomendaron dedicarse a la música
melódica...
E.I.: Y fue así. Recién a los tres meses de haberse
separado de nosotros triunfó con Quiero llenarme de ti.
Muchos buscaban que cambiara su actitud.
H.C.: Se desenvolvía bien en varios géneros. Ya había
cantado boleros y le daba para hacer música melódica. Nosotros
lo veíamos venir.
¿Qué hicieron después de la separación?
H.C.: Bueno... empezaron a aparecer bandas distintas como Almendra
o Manal, y nosotros nos tiramos a hacer música orquestada sin cantante.
M.V.: Yo seguí aferrado al rock. Trabajé como manager
de El Reloj...
¿Y cómo fue la relación con Sandro?
M.V.: Siempre supo separar a Sandro de Roberto, y nosotros siempre
estuvimos de ambos lados.
E.I.: Pero sería muy lindo que, cuando termine con los shows
del Gran Rex, se junte a tocar con nosotros y cante aunque sea sentado.
M.V.: Pero Sandro piensa que lo pasado es pasado, y no hay regreso.
|