Por
Ana Bianco
Es
curioso lo que sucede con el colombiano Fernando Vallejo (Medellín,
1942). Sus libros entre los que se cuenta su saga autobiográfica
de seis novelas, titulada El río del tiempo son mucho más
conocidos que él mismo en Colombia y en México, donde reside
desde los años setenta. Considerado una suerte de fantasma
literario, por su renuencia a los reportajes y a las apariciones
públicas, Vallejo ha vuelto al centro de la controversia con la
versión cinematográfica de La Virgen de los Sicarios, su
novela más celebrada, que él mismo adaptó a pedido
del director francés Barbet Schroeder. El film cuyo estreno
está previsto en Buenos Aires para el jueves 9 es una dolorosa
aproximación a una Colombia actual, que Vallejo mismo expresa con
la aspereza propia de sus palabras en una entrevista con Página/12
desde México: En la película no hay sino como siete
muertos a bala, y en mi libro como veinte, y en Colombia como 30 mil al
año. Pero yo he matado a muchísimos más en mi corazón,
y no a bala, que es una muerte caritativa y piadosa, sino con hacha y
machete, o con una varilla de hierro y un martillo.
La película de Schroeder muestra a Fernando, una suerte de alter
ego del escritor, que regresa a Medellín de la que se había
ausentado treinta años atrás con la inercia de terminar
allí sus días. En su andar, Fernando descubre que la ciudad
no conserva el encanto que tenía y que la vida humana no vale nada.
La relación amorosa pero efímera con Alexis y luego con
Wilmar dos niños-hombres desangelados, sicarios, asesinos
a sueldo lo sacude de su agonía existencial.
¿Cómo surgió el título de la novela?
Fernando Vallejo: Cuando me contaron que la iglesia del pueblito
de Sabaneta que está en las afueras de Medellín y
donde quedaba la finca de mis abuelos, donde pasé mi infancia
se había convertido en un lugar de peregrinación al que
iban los sicarios de la ciudad (asesinos contratados, por lo general niños
o jovencitos) a rezarle a María Auxiliadora, se me ocurrió
el título. En uno de mis regresos de México a Medellín,
para olvidarme de la muerte de mi perra Bruja, que es a quien más
he querido junto con mi abuela, escribí el libro de un tirón:
me lo dictó Medellín, interrumpiéndome de vez en
cuando con su concierto de balas. Una bala aquí, otra allá...
Tanta bala seguida hace muy difícil concentrarse en la literatura.
El ruido no deja escribir.
¿La Virgen de los Sicarios es autobiográfica?
F.V.: Usted acaba de llamar a mi libro novela, o sea ficción,
y la ficción es mentira. Pero no puede ser de otro modo: cuando
la vida se pasa al papel, de inmediato se vuelve ficción y mentirosa.
La vida, por lo demás, está llena de tiempos muertos, que
por lo general se suprimen en la novela y en el cine. La vida es muy aburrida,
muy monótona. Las películas, un poco menos.
¿Tuvo alguna dificultad en la adaptación de su propia
novela?
F.V.: Ninguna. Yo estudié cine en Italia y escribí
y dirigí tres películas en México, y sé muy
bien que el cine es un lenguaje muy distinto de la novela. Un lenguaje
muy insignificante por lo demás; el cine es a la literatura lo
que la literatura es a la música: muy poca cosa.
El tono de su prosa es provocador y brutal. ¿Estos aspectos
están atenuados en la película?
F.V.: Gracias por los calificativos.Mi estilo es parte de la realidad
de Colombia, por eso parece brutal. En la película no hay sino
como siete muertos a bala, y en mi libro como veinte, y en Colombia como
30 mil al año. Pero yo he matado a muchísimos más
en mi corazón, y no a bala, que es una muerte caritativa y piadosa,
sino con hacha y machete, o con una varilla de hierro y un martillo.
La muerte, la gran protagonista del Medellín actual, se entrecruza
con historias de amor. Fernando, el protagonista, deambula como un muerto
en vida. En realidad, ¿qué está buscando en
esa ciudad?
F.V.: El Medellín que yo quiero, el de mi infancia y el de
mi juventud, hace ya mucho que no existe. De él quedan unas cuantas
casas e iglesias viejas, y nada más. Y hoy la gente de mi ciudad
es otra: más bruta, más ignorante, más violenta y
más fea. Cada día que pasa más y más. La raza
colombiana se está degenerando en caída libre, sin paracaídas.
¿Cómo vio reflejados en la pantalla a sus personajes
literarios, Alexis y Wilmar?
F.V.: Anderson Ballesteros, quien representó en la película
al Alexis del libro, es un muchachito de la vida, de la calle, que tiene
la virtud de iluminar con su presencia, cuando aparece, la pantalla. Fue
una suerte que Barbet Schroeder los hubiera encontrado a ambos.
¿Cómo fue su experiencia de trabajo con Barbet Schroeder?
F.V.: No creo en el cine, se me hace una novelería del siglo
XX, y al lado de la palabra o de la música, es un lenguaje miserable.
Pero Barbet, en cambio, es un tipo espléndido, y para mí
fue una suerte haberlo conocido.
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