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¡Oh! Neill
Por Rafael A. Bielsa

A fines de 1943, o comienzos del ‘44, el coronel Jack Hamilton de las Fuerzas Armadas norteamericanas, y el capitán Curzio Malaparte del Cuerpo Italiano de Liberación, caminan por Nápoles, escuálida, arrasada por los bombardeos y recién liberada. Hamilton tiene 38 años, es especialista en Descartes y velocista olímpico en los juegos de Amsterdam del ‘28. Curzio Malaparte, es el autor de Kaputt y La piel. Piensa sobre Hamilton: sabe de memoria rapsodias enteras de La Ilíada, habla un francés perfecto; es un espíritu refinado y al mismo tiempo tiene una inocencia casi infantil.
Entrando de repente a la Vía Santa Brígida, Hamilton se compone el uniforme arrugado por los apretujones de la muchedumbre hambrienta y pedigüeña, y dice: “¡Estos bastardos!”. Malaparte le contesta: “¡Oh, Jack! También yo soy un bastardo, un puerco italiano. Me gustan los americanos, la pura, limpia y maravillosa gente americana. Quiero a los americanos porque creen que es una culpa no tener razón, porque creen que un pueblo vencido es un pueblo culpable, que la derrota es un acto de justicia divina”. Hamilton se ruboriza, pide perdón. También Malaparte se disculpa por su sarcasmo, por el amor y el pudor que siente respecto de sus asombrosos compatriotas napolitanos.
Julio de 2001. En una entrevista otorgada al semanario inglés The Economist, el secretario del Tesoro norteamericano Paul O’Neill dijo que los argentinos hemos estado entrando y saliendo de los problemas durante 70 años, que ni siquiera tenemos una industria de bienes de exportación, que hay escasas posibilidades de que la crisis argentina apeste al mundo. Con un vocabulario cuáquero, en el que no faltaron alusiones al “fuego salvaje”, al “desierto”, a “tipos enormes a caballo con látigos”, y a ovejas dóciles y descarriadas, concluyó en que nadie nos había forzado a ser como somos.
Algunos funcionarios prefirieron bajar el tono de las declaraciones del señor O’Neill, una misión viajó a Washington para despejar dudas sobre el cumplimiento del último ajuste, y el jefe de Gabinete Chrystian Colombo sencillamente optó por decir la verdad: las declaraciones reflejan la incredulidad externa respecto de cómo es posible que los argentinos, con el país que tenemos, estemos dando vueltas siempre alrededor de los mismos problemas, y no hayamos generado una nación exitosa.
Es necesario decir que, efectivamente, ni el señor O’Neill ni Colombo mienten. ¿Cuál es la culpa del virtual ministro de economía estadounidense en el hecho de que el fútbol, el principal estupefaciente con efectos oníricos argentino, tenga dificultades para cancelar la abultada deuda que los clubes mantienen con los jugadores, después de haber vendido por decenas de millones de dólares y enmascarar pasivos tan importantes como injustificables?
¿Cuál es la culpa del señor O’Neill en el hecho de que la provincia de Formosa gaste por cada legislador local 7 veces más de lo que le cuesta a la Baviera alemana (que tiene una población 24 veces mayor, y una producción de riqueza que supera a Formosa en 176 veces); o que La Rioja soporte un gasto de 14 millones de pesos al año para su 30 legisladores, con un producto bruto anual de 1.635 millones de pesos, mientras que la legislatura del Estado norteamericano de Kansas gasta 12.100.000 dólares para sus 165 legisladores, con un producto bruto de U$S 58.828.000/año?
Curzio Malaparte cuenta el episodio durante el cual debe asumir el mando de una compañía. Un viejo coronel dice a los soldados que el nuevo capitán les hablará brevemente, y Malaparte lo hace. Cuando termina, el coronel mira hacia los combatientes: “Quiero estar seguro de que habéis comprendido. Tú, repite lo que ha dicho vuestro capitán”. Y en aquel antiguo convento transformado en cuartel, en las cercanías de Torretta, el soldado afirma: “Debemos mostrarnos dignos de la vergüenza de Italia”. “Han comprendido”, comenta secamente el coronel. Miércoles 25 de julio de 2001; tapas de diarios de Centro y Sudamérica. El Tiempo, Colombia: “La Superintendencia Bancaria reveló que la banca pública ha perdido más de 13 mil millones de pesos, por retiros de depósitos, hasta el mes de mayo de este año”. El Diario, Ecuador: “Jubilados desesperan” El Expreso, Perú: “Más pobres”. Prensa libre, Guatemala: “Habrá paros en cuatro ciudades. Pobladores dispuestos a manifestar rechazo a más impuestos”. La Tribuna, Honduras. “Maestros amenazan con volver a las calles, y esta vez para quedarse.”
El señor O’Neill dice que nadie nos ha forzado a ser como somos. Tal vez. Pero no nos gusta ser así, y por eso es que vamos a dejar de serlo. Aceptando lo que somos, quiénes somos, quiénes son como somos, queriéndonos parecer a lo que podemos llegar a ser, dignos en nuestra pobreza compartida, fundando una épica del trabajo a destajo y de la privación honrada, sin tener que pasar por la humillación de saltar como polichinelas para atraer la atención de aquellos a los que no interesamos. Dignos, en nuestra vergüenza.
Una Argentina agrietada tiene dos caminos: el “sálvese quien pueda”, o la versión que congrega, “ser hijos de nuestro propio esfuerzo”.
Y desde allí, conocer el júbilo de alcanzar un propósito sin tener que agradecer las migajas de quien ya no quiere (ni tiene por qué) darnos nada.



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