Por Hilda Cabrera
En la madrugada del 6 de agosto
de 1981, mientras el hombre de la voz de oro, Frank Sinatra, cantaba en
el Hotel Sheraton, un comando incendiaba el Teatro El Picadero, en el
1845 del Pasaje Rauch, hoy Enrique Santos Discépolo. Esa estampa
de una Argentina todavía bajo la dictadura militar quedó
para siempre en la memoria de los artífices y protagonistas de
la primera edición de Teatro Abierto. El Picadero fue el primer
escenario de esa epopeya de los teatristas locales que armaron un ciclo
de 21 obras de otros tantos autores, escritas especialmente para la muestra.
Piezas breves, de apenas media hora, para poder darlas de a tres en funciones
diarias. La propuesta había entusiasmado a todos: al público
que respondió generosamente y a trescientos artistas y técnicos
que trabajaron gratis. A modo de homenaje a ese primer ciclo, considerado
símbolo de resistencia cultural, las autoridades del Teatro Cervantes
han organizado una fiesta escénica para hoy a las 19, con entrada
gratuita.
Aquella edición del 81 había comenzado el 28 de julio,
luego de una semana de ensayos generales abiertos a los amigos y al público.
Entonces se estrenaron Decir sí, de Griselda Gambaro; El que me
toca es un chancho, de Alberto Drago, y El nuevo mundo, de Carlos Somigliana,
autor a su vez del texto que en la apertura leyó el actor Jorge
Rivera López, quien ahora se encargará de la misma tarea
en el Cervantes. En aquella ocasión, los convocados se respondieron
a sí mismos sobre el porqué de Teatro Abierto: Porque
amamos dolorosamente a nuestro país, y este es el único
homenaje que sabemos hacerle. Porque encima de todas las razones nos sentimos
felices de estar juntos.
Esa solidaridad los salvó. El incendio de El Picadero no arrasó
con el ciclo. Recibieron numerosas adhesiones, entre otras de empresarios
de teatros comerciales, que les ofrecieron sus salas. Se decidieron por
el Tabarís, donde también a sala llena se cumplieron funciones
desde el 18 de agosto hasta el 21 de setiembre. En los años siguientes
se organizaron otras muestras. La de 1983 incorporó una consigna
(Por un teatro popular y sin censura), pero ninguna tuvo la
potencia y el brillo de la primera.
Entre los rebeldes se encontraba Osvaldo Dragún, quien estrenó
Mi obelisco y yo en ese ciclo. Roberto Cossa presentó Gris de ausencia;
Aída Bortnik, Papá querido; Carlos Gorostiza, El acompañamiento;
Eduardo Pavlovsky, Tercero incluido, y así hasta completar la lista.
Sólo no pudo estrenarse, y por cuestiones técnicas, Antes
de entrar dejen salir, de Oscar Viale. Hasta entonces, y en cuanto a contenido,
la resistencia se libraba a nivel de pequeños grupos, como el que
condujo Raúl Serrano en el Teatro IFT. Este director y maestro
de actores presentó allí una significativa versión
de El proceso, de Franz Kafka, donde se hablaba de organizaciones secretas
que secuestraban ciudadanos y los mataban sin que se supiera por qué.
Hubo que convencer a un coronel que presenció una función
de que eso sucedía en Praga.
En cuanto al programa-homenaje del Cervantes, éste será
conducido por Roberto Cossa, Carlos Gorostiza y la actriz Marta Bianchi.
Abrirá con la lectura del Manifiesto de 1981, continuando con la
escenificación de fragmentos de obras. Se han elegido secuencias
de Gris de ausencia (interpretada por Luis Brandoni y Pepe Soriano); Decir
sí, de Griselda Gambaro (con Jorge Petraglia); Lejana tierra mía,
de Ricardo Halac (con Virginia Lago y Víctor Laplace); Desconcierto,
de Diana Raznovich (con Patricia Gilmour), y Príncipe azul, de
Eugenio Griffero (con Jorge Rivera López). Se proyectarán
además episodios de la película País Cerrado, Teatro
Abierto, de Arturo Balassa.
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