Por Eduardo Videla
En seis meses, según
cálculos optimistas, Buenos Aires recuperará el Café
de los Angelitos, en la esquina tanguera de Rivadavia y Rincón.
No será ese cafetín que tuvo su momento de esplendor a mediados
del siglo XX y que languideció hasta su cierre, en 1992. Habrá
ahora, además de café, un escenario para espectáculos
de tango y un restaurante pero no de categoría sino para
gente del barrio, con platos clásicos como el puchero, según
aclaran los empresarios a cargo del proyecto. El anuncio alegró
a los vecinos y ex parroquianos que desde hace años pelean por
la vuelta. Pero no todo es nostalgia: la reconstrucción del emblemático
café marca una tendencia de los nuevos emprendimientos gastronómicos:
los lugares históricos pueden ser un buen negocio, demostrado por
el éxito de público en el Homero Manzi y Las Violetas, a
pesar de la recesión (ver recuadro).
El nuevo Café de los Angelitos no será igual al de antes,
sencillamente porque el viejo fue demolido en diciembre pasado. Por eso,
los empresarios que compraron el terreno baldío de 600 metros cuadrados
levantarán paredes hasta una altura de 9 metros, casi el doble
del modelo original. Es que la versión 2002 del clásico
bar tendrá tres niveles, dos sobre la superficie y uno subterráneo.
En la planta principal, sobre la ochava, funcionará el café,
con un pequeño escenario para solistas, y hacia el interior, sobre
Rivadavia, estará el restaurante, con el escenario como fondo.
Ambos sectores estarán divididos por una tarima que, alternativamente,
puede ser comedor vip o pista de baile. La capacidad máxima, allí,
será de 300 personas. En el nivel superior estarán los palcos,
con mesas para cenar con vista al escenario, con lugar para 110 personas.
Abajo, en el subsuelo, habrá un salón de usos múltiples,
donde se piensa instalar un museo del tango y un espacio para conferencias.
El lugar no está pensado para el turismo sino para los vecinos
de Buenos Aires, dijo a Página/12 Rafael Pereira Aragón,
cabeza del grupo inversionista. Nieto del ex presidente de River, Rafael
Aragón Cabrera, este empresario de 36 años se dedica a gestionar
negocios gastronómicos varios. Su último éxito fue
la recuperación de Las Violetas, en Rivadavia y Medrano, que reinauguró
hace dos semanas en sociedad con otros ocho empresarios del sector. Para
Los Angelitos armamos otro grupo, con doce socios, informó
Aragón.
¿A qué se debe ese interés por recuperar sitios
que parecían perdidos? le preguntó este diario.
Son lugares que forman parte de la historia de la ciudad y son muy
queridos por la gente. Los vecinos los recuerdan con mucho cariño
y en muchos casos, como en éste, se mueven para recuperarlos. Invertir
en este tipo de emprendimientos es apostar por la gente.
El café comenzó a funcionar en 1890, pero entonces se llamaba
Bar Rivadavia. Era un galpón con piso de tierra, refugio de orilleros
que ya en esa época escuchaban en vivo las payadas de Gabino Ezeiza
y José Betinotti. Recién en 1920 pasó a llamarse
Café de los Angelitos, después de que el español
Angel Salgueiro comprara el lugar, lo refaccionara y pusiera como decoración
angelitos de yeso. Aunque la leyenda sostiene que el nombre se lo debía
al perfil de sus parroquianos más bravos, que nada tenían
de angelitos.
Ubicado a una cuadra del antiguo Mercado Spinetto, el café se convirtió
pronto en un refugio de tangueros. Carlos Gardel y José Razzano,
Florencio Parravicini y Elías Alippi, Juan B. Justo y Alfredo Palacios
fueron algunos de los que gastaron horas en sus mesas.
Sus últimos clientes fueron pocos pero fieles. Cuando bajó
la persiana, en 1992, algunos de ellos conformaron la Asociación
de Amigos del Café de los Angelitos, que desde entonces organiza,
todos los miércoles, una sesión de baile de tango en la
vereda de Rivadavia y Rincón. Siempre tuvimos la esperanza
de que lo íbamos a recuperar, dice don Orlando Faverio, un
vecino de 75 que preside la asociación y tiene los ojos rojos por
la emoción.
Don Faverio estuvo temprano ayer en la carpa instalada sobre el baldío,
donde se anunció la propuesta de reconstruir el café. Hasta
allí también llegó, junto a decenas de vecinos, Osvaldo
Lotito (78), de pañuelo en el cuello, poeta, actor y dramaturgo,
según él mismo se define, quien supo recitar sus poemas
tangueros hasta los últimos días de los Angelitos.
Sonaba anoche el tango de Cátulo Castillo y José Razzano,
que evoca al bar en cuestión, cuando llegaron a la carpa el jefe
de Gobierno, Aníbal Ibarra y el secretario de Obras y Servicios
Públicos, Abel Fatala. Por suerte hay empresarios que entienden
que la cuestión no es buscar máxima rentabilidad sino invertir
en lugares que involucran a nuestra cultura, dijo Ibarra. Fatala
recordó ante este diario que antes de esta propuesta apoyada
por el gobierno porteño fueron rechazadas otras que incluían
la construcción de un bar con un edificio de hasta diez pisos.
Para la subsecretaria de Patrimonio Cultural de la ciudad, Silvia Fajre,
el regreso de los Angelitos tiene un significado particular: No
estamos recuperando un edificio de valor patrimonial sino un lugar histórico,
emblemático para la historia del tango. A diferencia de otros edificios,
como Las Violetas o el Homero Manzi, ese valor simbólico trasciende
el valor arquitectónico.
¿Cómo interpreta esta tendencia de recuperar lugares
históricos? le preguntó este diario.
Existe una demanda potencial muy fuerte por estos lugares con historia
y con valor cultural. Después de tantos bares clonados, la gente
necesita recuperar la identidad de la ciudad.
El Molino que sigue
vacío
Las tradicionales confiterías de la ciudad están
volviendo a formar parte del paisaje urbano y reincorporándose
a la vida cotidiana de los porteños. Pero la Confitería
del Molino, de Callao y Rivadavia, cuya historia se remonta hacia
1850, sigue siendo una cuenta pendiente y permanece tapiada, a más
de cuatro años y medio del último café.
Con la reapertura del Café de los Angelitos y de Las Violetas,
el vocero del grupo empresario que está al frente de las
dos confiterías, Rafael Pereira Aragón, dejó
entrever la idea de reabrir El Molino porque tenemos interés
en que así sea, aunque reconoció que las
posibilidades están más lejanas que la realidad de
estos dos bares que reabrimos.
En la Legislatura porteña hay un proyecto de ley realizado
por los diputados Clori Yelicic, Fernando Finvarb, Irene López
Castro y Oscar Moscariello, que propone hacer efectivo el cumplimiento
de los plazos de rehabilitación para el inmueble de la confitería,
que está incluido entre los bienes con protección
estructural y fue declarado monumento histórico nacional.
En el proyecto se proponen destinar la planta baja y el primer piso
al uso exclusivo de un museo Histórico, social y político
de la ciudad de Buenos Aires. La idea es recuperar el espacio
como patrimonio social de todos los porteños.
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Haciendo cola para
entrar
La tanguera esquina de San Juan y Boedo también fue recuperada
para el patrimonio de los porteños, que desde su reinauguración
aceptan el convite del bar Homero Manzi como no lo hacían
antes. Su encargado, Eulogio Pérez, está orgulloso
del emprendimiento. La verdad es que tenemos muchos clientes
asegura, pero no podemos conformarnos: la realidad del
país no escapa a nadie y tenemos que hacer mucho sacrificio
para llevar todo esto adelante.
En el lugar se respira puro tango, y Pérez asegura, a quien
quiera oírlo, que la confitería es distinta
a cualquier otra tanguería. Y habrá que creerle.
Todos los días hay un espectáculo y desde la
una de la tarde, y una vez por hora, una pareja de bailarines sale
a la pista. Pero el trago fuerte es los viernes y sábado
por la noche, cuando catorce artistas copan la escena y brindan
un típico espectáculo tanguero, con la trasnoche como
broche de oro, con la presencia de María Graña.
La gente que acude al bar, cuenta Pérez, es muy variada.
La costumbre del café mañanero parece no haberse perdido
para los vecinos de Boedo, y desde temprano el bar es copado por
los habitués. Por las noches, el encargado comenta que se
acerca gente de todo el país y hasta algunos extranjeros.
Si bien el promedio de edad supera los cuarenta años, los
jóvenes también se dan una vuelta por el lugar. A
la gente le gusta mucho, es una esquina muy tradicional que recuperamos
y yo estoy muy feliz porque logré lo que siempre soñé,
concluye Pérez.
El suceso de las tradicionales confiterías también
alcanzó a Las Violetas, recientemente reinaugurada: hay días
en la semana que hasta hay que hacer cola para entrar.
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