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EN LOS PROXIMOS AÑOS CAERAN 50 SATELITES NUCLEARES
La nueva amenaza atómica

En órbita espacial hay 56 satélites agotados que llevan 1600 kilos de material radiactivo y que irán cayendo a Tierra en las próximas dos décadas. Los riesgos de la basura espacial.

Todos los satélites nucleares fueron situados en el espacio
a unos 900 kilómetros de altura.

Por Alicia Rivera *

Entre 1961 y 1988, Estados Unidos y la URSS colocaron en órbita de la Tierra decenas de satélites militares alimentados por reactores nucleares o por pilas de plutonio. En 1988 se lanzó el último, pero ahora hay más de 50 satélites agotados con carga nuclear dando vueltas al planeta y descontrolados, que irán cayendo al suelo o al mar en los próximos años. “Hay unos mil kilos de combustible nuclear en órbita y unos 1600 kilos de material radiactivo de los reactores”, dice Miguel Belló-Mora, del Grupo Asesor de Basura Espacial de la Agencia Europea del Espacio (ESA).
Nueve de los 56 satélites nucleares que están actualmente en órbita son estadounidenses (el último fue lanzado en 1976) y el resto, de la antigua URSS. Sólo dos son artefactos de telecomunicaciones, los demás son satélites espías de observación de la Tierra, casi todos dotados de cámaras ópticas o infrarrojas para ver de noche y a través de las nubes. Son 31 sistemas con reactores nucleares, cada uno con 31 kilos de uranio 235, el resto lleva generadores de radio isótopos –pilas nucleares– con plutonio o polonio.
“Se utilizaron reactores y generadores nucleares porque estos satélites tenían tecnologías primitivas que exigían mucha energía, y que los antiguos paneles solares no podían suministrar”, explica Belló-Mora. “En 1988, la ONU sacó una reglamentación prohibiendo colocar en órbita nada que pueda causar problemas en 300 años”, explicó.
Todos estos satélites nucleares fueron situados en el espacio a unos 900 kilómetros de altura sobre la superficie de la Tierra, en órbitas polares con una leve inclinación respecto al eje de rotación terrestre, de manera que sobrevuelan todos los rincones del planeta excepto unas reducidas áreas en los casquetes polares. Los reactores, al ir blindados, no se destruyen al reentrar en la atmósfera. La Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIAIEA) tiene diseñados planes de emergencia e instrucciones para actuar en caso de reentradas no controladas de satélites con energía nuclear.
Desde su puesta en órbita, estos satélites han ido perdiendo altura y se calcula que la mayoría caerán en el plazo de 20 años. Como sobrevuelan toda la Tierra, pueden caer en cualquier lugar, pero hay que tener en cuenta que dos terceras partes de la superficie del planeta son agua y que la población está muy concentrada en determinadas áreas, por lo que el riesgo de que estos artefactos causen daños importantes o víctimas no son muy grandes.
Pero puede pasar, y ha sucedido en el pasado, con graves consecuencias en algún caso. De las siete reentradas de equipos en órbita consideradas peligrosas que ha habido hasta el momento, en tres de ellas el riesgo se debía a la carga nuclear. En enero de 1978 se produjo el peor de estos accidentes de caída, cuando reentró en la atmósfera el satélite soviético Cosmos 954, con un generador nuclear que no se quemó al entrar en contacto con el aire. El artefacto generó una estela de lluvia radiactiva de 2000 kilómetros de longitud en el norte de Canadá, recuerda Belló-Mora, ingeniero espacial de la empresa Deimos Space. Tras el accidente, los soviéticos recogieron el reactor y descontaminaron la zona.
Otro satélite del mismo tipo, el Cosmo 1402, cayó en el Atlántico en enero de 1983, y el Cosmos 1900 sufrió un accidente en una maniobra de aparcamiento del satélite en una órbita segura y se produjo la reentrada del mismo en septiembre de 1988.
Los satélites con carga nuclear son ahora simplemente piezas muy peligrosas de basura espacial, no están operativos, carecen de combustible para hacer maniobras de control de sus trayectorias y se conoce su posición y órbita sólo gracias a los rastreos por radar. Estados Unidos utiliza su sistema de alerta de misiles para vigilar también los miles de fragmentos de basura espacial que ya inundan los alrededores de la Tierray que suponen un serio peligro para los astronautas y para los satélites operativos.
También la ESA y varios países tienen programas de seguimiento de basura. En concreto, en el observatorio del Teide, en Tenerife, se rastrea el cielo en busca de restos de satélites y de cohetes con un telescopio óptico dedicado íntegramente a esta función. “Hay unas 10.000 piezas de basura espacial con posibilidades de seguimiento (10 centímetros en órbita baja y un metro en órbita geoestacionaria), a lo que hay que sumar billones de diminutas partículas orbitando alrededor de la Tierra”, explica Belló-Mora. “Son desde pequeñas partículas de pintura hasta grandes estructuras fuera ya de su vida operacional”, continúa.
El riesgo de la basura espacial no sólo se debe a la posibilidad de que trozos o piezas de masa considerable sobrevivan a las altas temperaturas que sufren al entrar en contacto con la atmósfera, no se quemen e impacten en el suelo. También suponen un peligro en órbita, para los astronautas, para las estaciones espaciales y para los satélites operativos. No es raro que los transbordadores espaciales tengan que hacer maniobras en vuelo para evitar el impacto de algún fragmento de basura de cuya presencia y trayectoria advierte el servicio de vigilancia en Tierra. Los astronautas, cuando realizan paseos espaciales, corren también peligro: a 400 kilómetros de altura, donde ellos trabajan, la probabilidad de recibir el impacto de un fragmento de 0,1 milímetro (que puede perforar el traje espacial) es de una vez cada diez días, y los paseos suelen durar unas seis horas. En cuanto al impacto de fragmentos mayores, de un milímetro, que casi seguro supone la muerte del astronauta porque son como balas a 28.000 kilómetros por hora, la probabilidad de impacto es de uno cada tres años.

* De El País, de Madrid, especial para Página/12.

 

Las dos alemanas que dieron el sí

Cuando se vieron por primera vez hace cinco años y medio, en una cita a ciegas en un bar de Berlín, no se imaginaban que estarían juntas ante un funcionario público para decir: “Sí, quiero”. Pero a partir de ayer, las alemanas Angelika Baldow y Gudrun Pannier son mujer y mujer, tras protagonizar la primera boda homosexual de la historia alemana. Angélica y Gudrun, que ahora comparten el apellido Pannier, acudieron al registro civil del barrio berlinés de Schoeneberg vestidas ambas con elegante smoking. Angelika se emocionó por haber tenido “el honor de formar la primera pareja homosexual oficial”, mientras que su mujer afirmó: “Nuestra lucha como lesbianas no ha hecho más que empezar”. Las imágenes de casamientos entre homosexuales se repitieron a lo largo de todo el día, porque cientos de ellos firmaron ayer su compromiso. Si bien la nueva ley le concede a esas parejas derechos tales como compartir el apellido y heredar, entre otros, todavía dista bastante de equiparación con las parejas heterosexuales, ya que, por ejemplo, no pueden adoptar hijos.

 

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