Por Hilda Cabrera
No tengo la voz ni la
altura ni los ojos verdes de Sarah Bernhardt. No trabajé queriendo
parecerme a ella sino pensando en este personaje de Murrell que propone
un juego para recuperar la memoria, dice la actriz Alicia Berdaxagar,
protagonista de La Bernhardt que se estrena hoy en el Multiteatro,
de Corrientes y Talcahuano junto al actor Jorge Suárez en
el papel de Georges Pitou, secretario de la artista francesa que encandiló
a los espectadores de su época. Basada en Memoir (1974), del estadounidense
John Murrell, la obra no pretende ser una biografía sino la captación
de un momento en la vida de Bernhardt: el de su ocaso. La musicalización
apunta a ese clima: se escuchan fragmentos de Melodía (Danza
de los espíritus bienaventurados, de Orfeo y Eurídice),
de Gluck. La acción transcurre en 1922, un año antes de
su muerte en Francia, a los 78 años, cuando enferma pero todavía
rebelde propone a su ayudante de cámara jugar escenas del pasado
para refrescar su memoria y sentirse viva. Su imagen no es
aquí la misma que el checo Alphonse Mucha realzó en sus
posters de sinuosas líneas, donde la mostraba con exóticas
flores y plantas adornando sus cabellos al mejor estilo Art Nouveau. Aquello
que intenta rescatar la obra de Wilson se suscita en el ámbito
de los sentimientos, tal como lo expresan ante Página/12 Berdaxagar
y Suárez. Pitou la admira y respeta, pero tiene sentimientos
encontrados. La ama y la odia. Su vida adquiere sentido ante la luz que
desprende Sarah, puntualiza el actor. Bernhardt es aquí una
anciana lisiada, que pide atención como cualquier enfermo
terminal a sus incondicionales. Este tratamiento humanizado
de la venerada Sarah los apasiona.
Sin embargo, este ocaso sigue siendo el de una mujer famosa...
Alicia Berdaxagar: Es cierto, pero lo que le sucede a esta Bernhardt
puede ocurrirle a cualquier otra persona. ¿Quién no ha tenido
su pequeño momento de fama, aunque sea dentro del núcleo
familiar? La situación que plantea la obra puede ser también
la de quien ha tenido alguna vez una familia y se ha quedado solo, o sobresalió
de joven y empieza a sentir que el calendario se le vino encima. Para
componer a Sarah traté de olvidarme del mito.
¿Quiso dejar atrás también las excentricidades
del personaje?
A.B.: Quise ser fiel al texto. Lo otro es documentación.
En esta obra no viajo en globo ni me interno en la selva para cazar animales
(como se cuenta de Bernhardt). Se mencionan esas cosas, pero no son las
que importan. Lo interesante es la relación que ella necesita mantener
con su mayordomo o asistente. Este es el bastón que le ayuda a
seguir viviendo.
Jorge Suárez: Sarah se apoya en Pitou como si fuera una muleta,
y no le importa lo que le pasa a él.
Tampoco le importa parecer egoísta...
J.S.: Sin embargo, tiene momentos de afloje: cuando se pregunta
por qué nadie la quiso y habla de sus piernas. Ahí es donde
aparece la historia de la amputación, que es más terrible
todavía porque fue la consecuencia de un accidente en un escenario.
Pero lo que importa en esta obra es el vínculo que se da entre
Sarah y Georges, semejante al del amo y el esclavo, quizás al de
dos hermanos que compiten, o el de un marido y su mujer, un médico
y su paciente. Esos vínculos en los que uno fagocita al otro o
busca venganza. Por eso algunos de los momentos más dramáticos
de la obra provocan risa. Por algún lado tiene que salir la angustia.
Traté de componer a Pitou y a los demás personajes con cuidado.
El director Eduardo Gondell se ocupó de que éstos no se
conviertan en una galería, que no fueran producto de mi histrionismo.
¿Temía desprender a los personajes del contexto?
J.S.: Me costó imaginarme a Pitou haciendo de madre o de
empresario, porque él debía encarnarse en esos textos. Estos
eran la única vía que le permitía canalizar la bronca.
Composiciones que además deben surgir con fluidez...
J.S.: Porque el contexto que crearon Graciela Galán (vestuarista
y escenógrafa) y Ernesto Diz (iluminador) es de una gran delicadeza.
Tiene ese clima de fines del siglo XIX y comienzos del XX en que se le
daba importancia al glamour. Uno tiene la imagen de que la Bernhardt era
una actriz grandilocuente, cuando fue una innovadora y exigía respeto
para su trabajo. En uno de sus viajes a Estados Unidos se molestó
porque el público no guardaba silencio, y amenazó a los
espectadores con hacer morir a su personaje antes de tiempo si no se callaban.
¿Qué significa poner hoy una obra con Sarah Bernhardt
como figura?
J.S.: Poner una obra de estas características en Buenos Aires
puede parecer una locura, del empresario (Chiche Aisenberg) y nuestra.
El clima y el color que se eligieron para La Bernhardt son una propuesta
muy parecida al remanso, y sabemos que no hay mucha gente preparada para
entender que hay que parar esta vida loca que llevamos.
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