Por C.H.
Serán expertos
en armas, pero a los militares esa vez les salió el tiro por la
culata dijo el dramaturgo Roberto Cossa en uno de los momentos más
emotivos del homenaje a Teatro Abierto, que se llevó a cabo el
miércoles por la noche en el Teatro Cervantes, al cumplirse veinte
años del inicio del movimiento que nucleó a teatristas y
público en un acto de resistencia al último gobierno militar.
Y si aquel acontecimiento teatral terminó convirtiéndose
en un hecho político, en una respuesta contestataria y colectiva
en contra de la dictadura, como apuntó la actriz Marta Bianchi,
conductora del acto, junto a Cossa y al dramaturgo Carlos Gorostiza, el
recordatorio del miércoles también se propuso ir más
allá de los temas estrictamente teatrales eludiendo la evocación
melancólica para asumir una voluntad de reclamo político.
Los que dieron el primer paso en ese sentido fueron los trabajadores del
Cervantes que, alineados en el escenario de una sala María Guerrero
desbordante, se manifestaron en contra de los recortes tanto del presupuesto
del teatro como de sus propios salarios, un hecho que atenta en
contra de la continuidad de las actividades del único teatro nacional,
según expresó el comunicado que los presentes recibieron
con un aplauso cerrado. Es bueno recordar y sacar conclusiones de
los hechos del pasado afirmó la directora Alejandra Boero
antes del comienzo formal del acto; si pudimos luchar en contra
de los militares, ¿por qué no vamos a enfrentar a esta nueva
forma de dictadura que tenemos? Porque pasan los gobiernos y a ninguno
le interesa la cultura, concluyó, en medio de otra ovación.
Por su parte, Cossa afirmó: Hicimos Teatro Abierto como otros
argentinos hicieron otras cosas para sacarnos de encima la dictadura política...
pero no hicimos Teatro Abierto para tener esta dictadura económica.
Cossa recordó el inicio de Teatro Abierto situándolo entre
otras manifestaciones populares que por la misma época venían
organizándose a modo de focos de resistencia: Ya se había
producido una huelga obrera, ya habían comenzado los recitales
de música y algunas publicaciones hacían sus críticas
desde el humor, recordó. Fue en ese contexto que cristalizó
la idea del dramaturgo Osvaldo Dragún de convocar a 21 autores
para que escribieran una obra breve por cabeza, para ser presentadas durante
una semana a razón de tres por día, con diferentes elencos
y directores. La sala elegida fue el Teatro Del Picadero, ubicado casi
en la esquina de Rauch y Corrientes, la misma que reabrirá el próximo
sábado. Y si bien se recordó que el ciclo había arrancado
con muy buena repercusión por parte del público, apenas
se cumplió la primer semana de funciones, sucedió el
incendio de la sala, un clarísimo atentado de la dictadura,
como subrayó Cossa, que no hizo más que darle a Teatro
Abierto una mayor potencia política (ver recuadro). Entre
las 19 salas que ofrecieron algunos empresarios teatrales para no discontinuar
el ciclo, la elegida fue la del Tabarís. Allí fue donde
Dragún dio a conocer el manifiesto que había escrito Carlos
Somigliana, texto que leyó durante el homenaje el actor Jorge Rivera
López, en el que se expresaba la intención de demostrar
la vitalidad de un teatro argentino comprometido con la realidad. Aquel
proyecto pudo concretarse con la adhesión de los autores
que sufríamos el silencio, la humillación y el aislamiento,
según expresó Cossa y los actores que, como Bianchi puntualizó
fueron muchos víctima de ataques y persecuciones, no solamente
ellos sino también sus familias.
El homenaje siguió su curso con segmentos de obras interpretadas
por los mismo actores que las estrenaron. Así, Luis Brandoni y
Pepe Soriano ofrecieron una secuencia de Gris de ausencia, de Cossa, Jorge
Petraglia volvió a encarnar al aterrorizado cliente de la peluquería
de Decir sí, de Griselda Gambaro, Virginia Lago y Víctor
Laplace entresacaron diálogos de Lejana tierra prometida, de Ricardo
Halac, Patricia Gilmour volvió al teclado del piano mudo que Diana
Raznovich imaginó para Desconcierto y Jorge Rivera López
retomó su personaje de Príncipe azul, de Eugenio Griffero.
Ser utópico
es ser realista
En 1996, Osvaldo Dragún escribió: En la madrugada
del 6 de agosto, mientras Frank Sinatra cantaba para el Buenos Aires
de la dictadura y para los comunicadores sociales, los militares
y la policía, incendiaron el Teatro del Picadero. Y bajo
la llovizna de esa madrugada nos fuimos reuniendo todos, ante las
ruinas del teatro. Como habíamos recuperado la vergüenza,
no tuvimos vergüenza de llorar. Y cuando Teatro Abierto llamó
a conferencia de prensa, el Teatro Lasalle reventaba de gente, de
energía, de indignación, de solidaridad. Allí
estuvieron también Ernesto Sabato y Pérez Esquivel,
nuestro Nobel de la Paz. Y Borges nos envió un telegrama
de adhesión. Cuando se leyó la declaración
de Teatro Abierto dejando sentada su decisión de continuar
con el ciclo, la gente cantó el Himno Nacional. En otro momento
podía haber resultado cursi. Esa noche, no. (...) El 21 de
septiembre de 1981, el día de la juventud, terminó
el primer ciclo de Teatro Abierto. ¿Cómo lo hicimos?
Por utópicos. Pero en América Latina ser utópico
es ser realista. Si no hubiésemos sido utópicos, ni
hubiésemos sobrevivido ni el país flotaría
como un corcho, ni hubiésemos hecho nada de lo que hicimos.
Teatro Abierto incluido.
|
|