Los
piqueteros al paraíso
Por Osvaldo Bayer
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Sin ninguna duda y en
forma absolutamente evidente, los piqueteros se han convertido en los
representantes más legítimos de nuestra democracia. El que
pone en duda esto pasaría a la categoría de constitucionalista
leguleyo o de cínico. Porque la verdadera democracia es aquella
que mide todos sus habitantes con la misma vara. ¿Se puede llamar
democracia a un país que es gobernado por los repentinos estallidos
cerebrales (que nunca, por supuesto, tocan su propio bolsillo) de un señor
Cavallo que hace, deshace, cambia, va y vuelve, que llevó al país
a la indigencia actual (viene ya de la dictadura a la que sirvió
como un vil sirviente y del anterior gobierno, suma de corrupciones, y
continúa con éste al que subió por asalto). A esto
le llamamos democracia. Muy pronto tendremos que pagar impuesto a los
niños y el Senado finalmente lo va a aceptar.
Se dice que gobierna la Alianza. La Alianza no existe. Fue patética
la escena cuando uno de sus principales representantes ante el primer
cañonazo de responsabilidad huyó cobardemente cubriéndose
con las nieblas del disimulo e irresponsabilidad. ¿Es democracia
el desigualitario trato de hacer pagar al pueblo pobre el despilfarro
de épocas anteriores y la actualidad?
La historia nos muestra que los pueblos son capaces de aguantar largamente
toda clase de injusticias, pero de pronto, del sector más inesperado
aparece la rabia y el basta ya de tanta humillación. Y ocupa las
calles, y dice: aquí estamos. Fue siempre esta acción revolucionaria
la que hizo adelantar a los pueblos desde aquellos tiempos de la esclavitud
y de los todopoderosos dueños de la tierra.
Y aquí en la Argentina de la injusticia, el desdoro y la vergüenza
han sido las gentes de los caminos, de las rutas, de la calle quienes
ahora dieron la voz de basta de mentiras. Los piqueteros.
Por su épica, los piqueteros nos hacen recordar con orgullo a todos
aquellos hijos de nuestra historia humana que dijeron: tenemos que tomar
la iniciativa propia para que nuestras familias puedan vivir con más
dignidad. ¿Qué ejemplo acaso más glorioso y digno
que el de los mártires de Chicago? Emoción y gratitud son
los sentimientos que inundan el alma humana cuando se piensa en la grandeza
de esos humildes obreros que dieron un empujón inconmensurable
a la dignidad al lanzar el grito de las ocho horas de trabajo (ocho para
trabajar, ocho para la cultura y la familia, y ocho para descansar). Véase
la degradación de hoy, a más de un siglo, donde en la propia
capital argentina se hace trabajar a la gente hasta catorce horas diarias,
sin domingo. Los mártires de Chicago usaron de la concentración
de los obreros y de la huelga para lograr su más honorable exigencia.
Hoy, la ministra de Trabajo, señora Patricia Bullrich, aconseja
no ir a la huelga y el ministro del Interior, Mestre, manda a gendarmes
agazapados como francotiradores para meter miedo a los piqueteros de General
Mosconi. ¡Qué demócratas! O el señor subsecretario
Mathov que reclama que se respeten los derechos de los demás, claro
está, de aquellos que tienen poder económico, de acuerdo
al principio: seamos democráticos, a cada cual lo suyo: para unos
el hambre de su familia, para los otros todo de todo. O el comisario Baylac,
el vocero preferido del presidente De la Rúa, que con voz engolada
nos quiere enseñar (tan luego él, con su pasado) qué
es un ciudadano democrático y cómo tiene que comportarse
la ciudadanía. Son argumentos tan cínicos que hasta los
informados se sienten que han pasado a formar parte de la gilada. Pero
bien, ahora, frente a ellos, los piqueteros.
Los piqueteros, héroes surgidos de abajo, como aquellos obreros
anarquistas de los Talleres Vasena que lucharon en la Semana Trágica
por las ocho horas, que llenaron las calles cantando el hermoso y heroico
Hijos del pueblo, a voz plena, ese himno de libertad, de solidaridad,lleno
de coraje. Y el gobierno radical de aquel entonces les metió bala.
El más cobarde de los ataques contra una manifestación obrera
cometida por la policía, por el ejército y por las patotas
de chicos bien que se organizarían en la Liga Patriótica,
una organización verduga, que aplaudieron los radicales.
Nuestros piqueteros. Nuestros hijos del pueblo. Como nuestros gauchos
patagónicos que se levantaron contra la explotación de los
estancieros ingleses, por pura dignidad. Y los radicales, sí, gente
como la que tenemos hoy, que permanentemente nos habla de democracia,
le metieron bala en un asesinato masivo pleno de cobardía y avidez.
Por esos crímenes jamás pidieron disculpas. Y los que no
se arrepienten de sus delitos cometidos contra el pueblo, son capaces
de repetirlos.
Nuestros piqueteros, nuestra querida gente sencilla, allí están,
ahora. Y Baylac, la Bullrich, Mathov y Mestre usan el mismo lenguaje que
los jueces de Chicago cuando condenaron a la horca a los santos luchadores
de las ocho horas de trabajo: Debemos respetar las leyes que nos
rigen (para unos, el palo, la bala, la horca, para otros, toda la
riqueza y mucho más). Demócratas. Se llaman demócratas
a sí mismos, pero no leen las estadísticas del hambre siempre
presente. No, somos todos iguales, según las leyes. Naciones Unidas
lo dice: 200 multimillonarios poseen una fortuna ocho veces más
grande que las poblaciones de los 48 países más pobres.
Si esas cifras les hubieran sido dadas a Kant o a Hegel, habrían
respondido: eso significa el fin absoluto de la Etica, el fin del mundo.
Aquí, toda la sociedad argentina agachando la cabeza, y de pronto
los piqueteros. Con la misma valentía que aquellos obreros que
el 1º de mayo de 1904 llevaron sobre sus hombros el cuerpo ya sin
vida del marinero Ocampo, muerto por la policía. Lo llevaron al
local de La Protesta pese a la represión de los representantes
del poder. Pero no son fechas para recordar por los gordos
Daer, Triaca, Cavallieri y tantos otros que son los más obscenos
sostenedores del poder. De pronto, los piqueteros. De la nada, de la calle.
Los burócratas que enterraron las luchas por la dignidad se han
puesto nerviosos. Por las dudas tienen conexión directa con la
comisaría cuarta y con el comisario Baylac. Además, siempre
tendrán el despacho de la ministra Bullrich para poder negociar
cualquier salida, pese a las peleítas pour la
galerie.
Cavallo ya está pensando en el próximo impuesto al matrimonio,
a los homosexuales y a los filósofos. La Bullrich, el comisario
Baylac, el otro gordo Mestre y el mejor de la clase, Mathov, nos seguirán
repitiendo las lecciones sobre democracia y las leyes a respetar de manual
de Grosso. Pero hasta ahora no han podido ablandar a los piqueteros de
La Matanza, de Tucumán o de Avellaneda. Pese al frío, pese
a los alcahuetes telefónicos de Hadad, pese a los chismes de consultores
bien trajeados que sostienen que entre las fuerzas armadas hay más
gente decente que en la civilidad (ya empezaron a conspirar, como en 1930,
como en 1966, como en el 76).
Los piqueteros han aparecido en las calles, con sus mujeres y sus hijos.
Son los habitantes de la tierra, robados y humillados. Han empezado a
recorrer el camino al paraíso, como lo habían comenzado
a recorrer los obreros del mundo a principios de siglo. Camino cortado
por las diversas caras del poder y sus distintos sistemas: fascismo, franquismo,
racismo, consumismo, internas, personalismos, abandono del sagrado camino
de la Libertad. En Seattle las piedras de la indignación comenzaron
a abollar los aceros que custodian el egoísmo de los Ocho. Después
de Génova ya nada será igual. Los espectaculares salvadores
a lo Cavallo quedarán al desnudo en sus cínicas mentiras
y en sus disfrazados desfalcos al bien solidario. Los partidos que le
dieron protección y le dieron calle libre deberán desaparecer
en su mediocridad y su falta de coraje civil y en sus mentiras siempre
cambiantes desde hace décadas.
El hecho de la aparición de los piqueteros en el orden nacional
nos habla claramente de que la Argentina no es estéril, que no
está muerta ni entregada. Aquí, en estas tierras, hay nuevas
esperanzas.
REP
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