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FUERON ENCONTRADOS EL DOCENTE CORDOBES DE 48 Y SU ALUMNA DE 14
Final entre rejas para la gran fuga

La policía los detectó en San Luis. Se habían ido de un hotel sin pagar. Y él vendió un celular para tener plata. Ahora, él está preso.

Ramón Castro puede ser acusado penalmente de rapto y estupro.
Había sido echado de la escuela
cuando se conoció la relación.

Por Alejandra Dandan

Había pasado una hora del final de la historia. La alumna de 14 años y su profesor cordobés, fugados en medio de una historia de amor, habían sido detenidos y estaban demorados en la Comisaría 1ª de San Luis. Los micrófonos de televisión de todo el país acribillaban a cada uno de sus familiares con preguntas interminables. El padre de la chica rompió las formas. Con su tono de oficial de policía caminera dijo: “Es un perverso, pero le daría un beso por dejar viva a mi hija”. La saga no escapó a lo bizarro. Durante cuarenta y ocho horas, la pareja fue protagonista involuntaria de un reality show alimentado por policías, ex comisarios, madres y esposas despechadas perseguidas por la televisión. La búsqueda terminó pero el affaire estimuló un debate entre penalistas, sociólogos y expertos en psicología infantil donde las condenas morales más duras se combaten por quienes enmarcan la pequeña historia en un complicado juego de familia.
La policía los encontró poco antes del mediodía. El país quedó cuasi paralizado. Las radios cortaron la programación para transmitir la noticia: “Apareció la chica cordobesa”, lanzaban en tono de cadena nacional. De acuerdo con la información, ella estaba a salvo. Había quedado alojada con su profesor en San Luis, donde seguirían detenidos hasta el traslado a Córdoba, la ciudad desde donde habían partido el martes cuando, también, se creyeron cercados.
La fuga había empezado en Talleres Sur, el barrio cordobés donde viven los Soria. En la esquina de Pozzi al 2300, la chica se subió al Gol rojo del profesor mientras su mamá gritaba para que no lo hiciera. No funcionó, como tampoco habían funcionado semanas atrás las maniobras para alejarla de ese profesor dueño de las cartas de amor que aparecían, cada tanto, entre los papeles de la escuela. Por esas cartas decidieron encerrarla con llave en su habitación. Ella tenía prohibidos los llamados y las salidas, excepto a la escuela.
Iba a segundo año del Instituto Privado Secundario Empalme, en Córdoba. Allí conoció al profesor de química. Ramón Castro estuvo en la escuela hasta que los directores se enteraron del vínculo y lo obligaron a renunciar. En este tiempo, Castro le escribió a otra alumna. Aunque para algunos fue otro affaire, las últimas versiones aseguran que era una especie de puente. A través de esa amiga nexo, la chica recibió un regalo: un teléfono celular. Así, escondida, seguía estando con su maestro.
Alumna y profesor vivían en la misma ciudad. Castro llevaba veintiún años de casado con Eva Distéfalis y en marzo había sido papá por cuarta vez. La chica, además de sus 14 años, tenía en su casa a papá Gabriel Soria, un oficial de la policía caminera, y al abuelo ex comisario del barrio. El celular era, en ese cuadro, el modo menos peligroso de contacto y, también, el regalo que terminó entregándolos.
La huida con el profesor se aceleró tanto que no hubo tiempo de preparar el viaje. Ni siquiera llevaban dinero encima. La primera noche, el Gol se detuvo a 134 kilómetros en El Nono, un pueblito del sur cordobés. Pidieron un cuarto en La Teresita, una de las pocas hosterías abiertas. Se fueron sin pagar. Pero pidieron disculpas. Dejaron una esquela para explicar que disculpen pero no tenemos dinero. Todavía no lo sabían, pero ya tenían toda la policía bloqueando las rutas de salida provincial.
–Ustedes lo saben más que yo: el tipo es un perverso –repetía, en tanto, Soria, el padre–: él ya tiene su vida hecha, ella recién nace a la vida.
La desesperación se mezclaba con todo tipo de prédica. En la casa de Castro, los labios rojo brillante de Eva salían dispuestos a defender la rectitud de su vida conyugal.
–No sé qué le pasó por la cabeza –decía–: mi familia está bien consolidada: nunca un sí ni un no.
Eva es una persona más bien pacífica, decía ella misma en ese acto de defensa que ni siquiera se quebraba con la evidencia del escape. A esaaltura, el Gol había cruzado la frontera con San Luis y los pocos recursos económicos habían desaparecido.
El profesor frenó en un taller de telefonía celular, nunca supuso que el lugar sería una trampera. Ofreció el celular para hacerse de algo de dinero, pero antes de despedirlo, los dueños le ofrecieron un cuarto para pasar la noche. “La chica le decía papá”, dijo muchas horas después Dora de Francini, la dueña del taller, del cuarto y de la llamada de denuncia a la policía.
Ramón y su alumna se presentaron como padre e hija y explicaron que viajaban para Córdoba. Ella temblaba pero no era por frío como supusieron los dueños del lugar: tenía miedo. Sabían que los estaban buscando.
–No se van a ir ahora para Córdoba –recomendó Francini–: están todas las rutas cortadas porque la policía anda buscando a un profesor con una alumna.
Probablemente creyeron que no los habían reconocido. Aceptaron pasar la noche allí. “Durmieron juntos”, dijo la mujer más tarde en la seccional de policía. La chica miró todo el tiempo dibujitos en la tele y Ramón salió temprano a recoger el Gol estacionado en la terminal de ómnibus. La comisión de Protección de Personas enviada por el gobierno de Córdoba ya estaba encima. Ramón fue detenido en el camino a la terminal. Ella seguía adentro de la casa sin saber qué pasaba con el profesor. Cuando salió de la casa la detuvieron: iba de compras al kiosco. Quería un paquete de caramelos.

 

Entre rapto y estupro

Uno de los debates centrales sobre el proceso que le espera al profesor Castro es si será o no juzgado por rapto o sólo por estupro. Este tema es central porque de acuerdo a la figura, Castro podría incluso quedar en libertad. El tema parece conflictivo porque los penalistas consultados por este diario parecen dividirse a la hora de entender el encuadramiento técnico.
El artículo 131 del Código Penal prevé prisión de seis meses a dos años para el que cometiese rapto de un menor de 15 años con su consentimiento. Para el penalista José Cónsole, del Consejo de la Magistratura porteño, por ejemplo, éste no sería el caso: “No habría existido dolo, no estoy tan seguro de que pueda aplicarse el rapto, la chica no fue forzada”. Sin embargo, su colega Carlos Araverian explica que si se confirman las relaciones sexuales aún con el acuerdo de la menor, el docente “puede tener una pena mínima de tres años y una máxima de ocho, según establece la ley en el caso de un rapto con una finalidad sexual”. Para Araverian la doble figura, “se presume por la falta de madurez sexual del menor, que hubo seducción del mayor, que se denomina estupro”. Ahora bien, para otro experto, existe una escapatoria si a Castro no se lo procesa por rapto pero sigue en pie el estupro, que para este caso prevé una pena de tres a seis años de prisión. Si las pericias comprueban que hubo “acceso carnal” con acuerdo de la chica, Castro podría evitar la cárcel asegurándole al juez que desea casarse. Claro que, en este caso, existe otra dificultad: la mujer del profesor, poco dispuesta, por ahora, a dejar su puesto.

 

LA RELACION DEL CONFLICTO VISTA POR ESPECIALISTAS
La ficción vuelta realidad

En la década del 80 fue la historia del Manosanta de Alberto Olmedo y La Bebota personificada por Adriana Brodsky, que acudía al pai para que la “descargase”. A fines de los ‘90, la película Belleza Americana mostró a un típico padre y esposo de clase media acomodada que sucumbe (o casi) a los encantos de la amiga de su hija. Lo mismo que le sucede al Don Arturo encarnado por Guillermo Francella cada miércoles, señor cuasi mayor que se ratonea con la nena Julieta Prandi. Hasta aquí, pura ficción, contemplada con una sonrisa. Aunque la nena aparezca en la tapa de una revista diciendo que “soy una fruta prohibida”. Cuando la fantasía supera la realidad, y salen a la luz casos como el de la chica cordobesa y su profesor de física, otra es la historia.
Para la socióloga Silvia Chejter, a cargo del Programa de Prevención de Violaciones del CECyM, la aceptación de los romances ficticios con tanta diferencia de edad de parte de la sociedad “es puro cuento”: “Que estas relaciones aparezcan en la tele o en el cine no significa que se las acepte. Se trata más bien de un hecho mediático. Si saliéramos a la calle a hacer una encuesta, la mayoría de los encuestados estarían en desacuerdo con las fotos que salen en las revistas de las modelos-lolitas”, señaló.
Entonces, ¿por qué estas historias siguen en la pantalla y entretienen a más de uno? “Desde el punto de vista psicosocial, lo que se produce a través de estos relatos es un revival del patriarcado. Por diferentes vías –por ejemplo, los patrones de enamoramiento– se busca reforzar o reintroducir el dominio del hombre sobre la mujer”, explicó Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicoanálisis de Buenos Aires. Y agregó que “a través de estos productos mediáticos, se produce una legitimación erótica de las púberes, al tiempo que se refuerza doblemente la opresión: se plantea que la mujer deseable es la mujer joven y bella, pero también la mujer con poca autonomía, manejable”.
Para Haydeé Birgin, abogada especialista en temas de la mujer, semejante contradicción entre la sociedad que estimula estas ficciones y la sociedad que se escandaliza cuando se cruza la barrera hacia la realidad tiene que ver con “la desaparición de la frontera entre lo privado y lo público”. “La tele ha vulgarizado lo afectivo, entró en la subjetividad de la gente para sacar sus trapitos al sol”, reflexionó Birgin. Meler coincidió con esta visión: “Tanta exposición a los medios ha banalizado la intimidad de las personas, y esta banalización deteriora la concepción de que la sociedad necesita de límites éticos. Como todo es público, y todo es espectáculo, se pierde la noción de que debe seguir existiendo una legalidad que contenga nuestros actos”.

 

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