Por Carlos Rodríguez
Como ocurre en las películas,
pero al revés, habría que aclarar en las primeras líneas
que la siguiente noticia es absolutamente verídica y que nada de
lo que aquí se escribe es producto de la imaginación de
ningún guionista de cine o la obra de un redactor que se volvió
loco. En una unidad psiquiátrica que depende del Servicio Penitenciario
Federal, cinco internos a los que algunos podrán llamar locos,
pero jamás calificarlos de tontos, se fugaron en la madrugada de
ayer, disfrazados de enfermeros, luego de construir con paciencia oriental
y habilidad de boqueteros, dos túneles que luego se unieron con
un pasadizo subterráneo de dos metros y medio de diámetro.
Con una rapidez que envidiarían los técnicos que construyen
el nuevo subte a Pompeya, los presos enloquecidos por la libertad completaron
su obra de diez metros de largo y se perdieron en la noche del barrio
porteño de Barracas. El verdadero cerebro de la loca fuga sería
un detenido uruguayo sobre el que se tenían dudas ahora agravadas
acerca de su real estado de salud mental. Para colmo, en los últimos
tiempos fingía estar condenado a moverse en una silla de ruedas.
La noticia sobre la fuga, como era necesario tal vez más que en
ningún otro caso, tuvo que ser confirmada por el subsecretario
de Asuntos Penitenciarios, Alvaro Ruiz Moreno, quien para darle más
credibilidad anticipó la posible suspensión preventiva
de toda la plana mayor de la Unidad 20. Así se denomina el Servicio
Psiquiátrico Central de Varones del SPF, que funciona en el mismo
predio en el que se encuentra el Hospital Neurosiquiátrico José
T. Borda. De hecho, tienen la misma dirección: Ramón Carrillo
375, aunque ocupan edificios separados.
Ruiz Moreno ordenó un sumario administrativo que podría
derivar en la aplicación de medidas disciplinarias graves, para
los guardias. Anoche, todos los que fueron consultados sobre el caso periodistas
de la TV y funcionarios incluidos nunca dejaron de sonreír,
por obra y gracia de los cinco internos, dos de ellos considerados inimputables
por peritos judiciales que opinaron que tienen sus facultades mentales
alteradas. Según el SPF, el jefe de la locura fue Oscar Alberto
Correa, que en varias ocasiones había presentado recursos ante
la Justicia para que se lo alojara en la U-20, a la que llegó en
su silla de ruedas. Al parecer, se ignora cómo pudo hacerlo, habría
certificado sufrir una cuadriplejia muy especial que no le impedía
cavar y cavar en horas de la noche.
Sus, eso sí, lúcidos compinches, fueron Raúl Héctor
López, José Luis Méndez, Héctor Daniel Zabaleta
y Javier Horacio González Molina. Todos, al parecer, estaban presos
por robos reiterados y alguna que otra locura. Los cuerdos guardias del
SPF, después de mucho pensar, estimaron que construir el túnel
fue un verdadero trabajo de locos: habrían estado cinco noches
enteras cava que te cava, utilizando como herramientas cucharas
y cucharitas. Las dos bases de operaciones estuvieron en los sectores
2 y 3 de los baños, un lugar muy loco para a planear y ejecutar
una fuga.
Prolijos, cinco verdaderos locos de la limpieza, los internos juntaron
la tierra en bolsas, bolsitas, ropas de ellos mismos y otras de los 12
internos que se alojan en la U-20. Nadie se dio cuenta de que los cinco
topos removieron tierra como para enloquecer a un batallón de aspiradoras.
Cuando completaron el túnel, los presos se deslizaron por él
evitando los movimientos locos y aparecieron mágicamente en uno
de los pasillos menos concurridos del hospital Borda, donde están
sus compañeros de ruta que nunca tuvieron cuentas con la ley.
Allí recordaron a Charly García, un gran amigo que vive
afuera, y en lugar de disfrazarse de doctores, sólo quisieron ser
enfermeros. Y así salieron, vestidos con las ropas del adversario
interno, del que pone las inyecciones amansa locos. Sus pasos siguieron
siendo precisos, meticulosos. Violentaron una puerta, ingresaron en un
depósito, rompieron los vidrios de una ventana y, locos de contento,
llegaron a la calle cuando todavía era de noche en el barrio de
Barracas. El único que tuvo una tibia reacción fue el guardia
que se encontraba en el puesto número tres. ¿A dónde
irán estos locos?, se preguntó, por tratarse de una hora
en la que muchos creen que hay que ser demente para caminar por las solitarias
calles de esa zona del sur de la ciudad de Buenos Aires.
El guardia, tras comprobar que no se había vuelto loco él,
les pidió que se quedaran y hasta les disparó varias veces
con balas de goma, según la información oficial.
Alguien creyó escuchar que canturreaban estoy piantao, piantao.
Y se piantaron, nomás. Patricia Pérez, que como miembro
de la Fundación para los Presos Sociales visitó la U-20,
aseguró que estar preso y encima tratado como loco, es demasiado.
Son varios los que piensan sin poder decirlo en público
que escaparse fue lo más cuerdo que hicieron en su vida estos cinco
presos.
UN
EMPRESARIO MATO DE UN BALAZO A UN LADRON
Cascotazos contra la policía
Pese al estricto secreto de
sumario, el caso reveló una sorprendente y posible interpretación:
en el barrio Carlos Gardel, de El Palomar, hay quienes quieren demasiado
a los empresarios y muy poco a los uniformados. Ocurrió el jueves
poco antes de la medianoche, cuando un empresario montado en su reluciente
Golf negro se detuvo en un semáforo, frente al complejo Carlos
Gardel. Tres jóvenes armados aprovecharon para intentar asaltarlo.
Sólo intentar, porque el empresario sacó una Glock 9 milímetros
y mató a uno de ellos. Los otros dos huyeron, mientras el conductor
se dirigió a la comisaría donde denunció el hecho.
Poco después, la policía se desplegó en esa misma
esquina para recoger pruebas. Pero lo único que lograron probar
es que en el Carlos Gardel no cultivaron amistades: los echaron a los
cascotazos.
Por el momento, el estricto secreto de sumario es sólo estricto
en reservar el nombre del empresario. De todos modos, vapuleadas fuentes
policiales indicaron que el caso se inició con la desorientación
del dueño del Golf, un empresario del rubro de la fumigación,
que regresaba a su casa. Parece que se perdió y apareció
en Marconi, aseguró la misma fuente. Marconi y Orense, para
ser más exactos. Eran las 23.30 y el semáforo se había
empecinado en seguir funcionando, deteniendo al empresario con el rojo.
De improviso, tres muchachos, armados, se colocaron junto a la ventanilla
del Golf y amenazaron al conductor para que entregara sus pertenencias.
El empresario simuló obedecer, pero extrajo una Glock con la que
descerrajó un balazo que impactó en el cuello en uno de
los asaltantes, de 16 años, provocando su muerte. Los otros dos
huyeron hacia la villa. El empresario se dirigió a la comisaría
y presentó la denuncia. La policía pudo determinar que el
empresario tenía portación legal y los documentos del arma
en orden.
Luego, móviles de la comisaría de El Palomar y del Comando
de Patrullas de Morón se dirigieron al lugar de los hechos. Para
nada. Primero porque no hallaron el cuerpo que fue recogido por los vecinos.
Segundo, porque se desplegaron sobre el terreno buscando evidencias que
no hallaron. En realidad, no por falta de pericia sino porque no tuvieron
tiempo. Los vecinos, dispuestos a demostrar sus afectos, echaron sin distinción
de grados, destinos ni jerarquía, a todos los de la Bonaerense,
reconoció la amoratada fuente.
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