Por Diego Fischerman
La historia de Louis Armstrong
es, a la vez, varias historias. La del muchacho pobre y autodidacta del
Sur Profundo de los Estados Unidos. La del excéntrico que murió,
siendo millonario, en la misma casa humilde de Queens que ocupó
al llegar a Nueva York en los años 30. La del trompetista capaz
de atacar un sobreagudo en pianísimo. La del músico capaz
de aprenderse de memoria un solo que le gustaba y repetirlo noche tras
noche como si fuera improvisado. La del hábil empresario que no
realizó un sólo movimiento que no estuviera calculado al
detalle y la del negro que, haciendo de negro, se hizo dueño del
mercado laboral de los blancos.
Su historia puede medirse, también, en la distancia que media entre
el callejón Jane Alley, entre Perdido y Poydras St., y el aeropuerto
bautizado desde hoy como Louis Armstrong Airport. El 4 de
agosto de 1901, Satchmo nació allí, en Nueva Orleans, en
el estado de Louisiana. Dijo que había sido el 4 de julio de 1900.
El cambio de un día y un mes le permitió jugar, durante
toda la vida, a que su cumpleaños era el Día de la Independencia
y a que su edad era la del siglo XX. El malentendido hizo que hace 396
días el correo estadounidense sacara una estampilla con la leyenda
Satchmo 2000 y que la orquesta oficial del jazz que dirige
Wynton Marsalis en el Lincoln Center presentara en Nueva Jersey fuera
de tiempo pero con fidelidad a las fechas redondas un concierto
conmemorativo junto al ya anciano Arvel Jazz, contrabajista de Armstrong
durante 25 años. Hoy es, sin embargo y tal como indica su
partida de nacimiento, el verdadero centenario de la primera gran
estrella pop de la historia. Del que empezó siendo la sombra de
King Oliver, se convirtió luego en El Rey del Jazz, fue más
popular que cualquier otro músico a través de mucho más
tiempo que cualquiera de ellos, compitió en los rankings primero
con Al Jolson, luego con Frank Sinatra, desplazó alguna vez a los
Beatles con el single Hello Dolly y terminó siendo
un éxito en la MTV de los 90 cuando, en la música
de la película Good Morning Vietnam, volvió a sonar el hit
que había grabado en 1967, cuatro años antes de morir: What
A Wonderful World.
Lo cierto es que la edad de Armstrong es la edad del jazz, o, por lo menos,
del jazz grabado en disco. Y el proceso que él ejemplificó
como nadie es el del gran fenómeno del siglo XX: la conformación
de géneros cultos a partir de tradiciones populares. O, dicho de
otra manera, músicas que empezaron siendo rituales, funcionales
y colectivas y se convirtieran en abstractas. Baile, canto y ritmo improvisado
sobre tablas de lavar que se transformaron, a partir de la explosión
de los medios masivos de comunicación, en algunas personas que
escuchaban en vivo o a través de nuevas invenciones como
el disco y la radio a otras personas que tocaban. O el tránsito
de las calles y las plazas, de los funerales, los casamientos y los prostíbulos
de la calle roja, a los bailes y los clubes primero y, después,
a las salas de concierto.
Algunos dicen que Jazz viene de iase, la versión creole del francés
jase (charlar, parlotear). Otros, que la raíz está en el
mandinga jasi (exagerar o, en el argot del blues, calentar,
excitar o, directamente, coger). En el origen
estaban esos cantos de blancos hechos a su manera por los negros, esos
himnos cristianos y marchas militares convertidos en la Congo Square de
Nueva Orleans en parte del vudú. Lo que sucedió después
fue, ni más ni menos que lo que Armstrong, burlón, se negó
a explicar cuando le preguntaron qué era el jazz: Si usted
necesita preguntarlo, lo único que puedo decirle es que nunca va
a entenderlo. Sin embargo, gran parte de lo que podría ser
una de las respuestas posibles ya está inscripto en las grabaciones
que Louis Armstrong realizó el 14 de junio de 1925 junto a Fred
Longshaw alternando entre el piano y un órgano de tubos y la gran
cantante de blues Bessie Smith. La imitación entre la voz de Bessie
y la corneta de Louis (ese era el instrumento que tocaba en ese entonces)
explicitaba mucho de lo que constituye la esencia delgénero. Las
preguntas y respuestas, desde ya, pero, sobre todo, la cuestión
del color tímbrico. En el jazz los instrumentos imitan a la voz
y la voz en el jazz (La nasalidad y cierta suciedad del timbre) es africana.
Que haya sido Nueva Orleans el lugar donde esta nueva música hizo
eclosión, no significa que allí hubiera nacido. El compositor
de blues William Christopher Handy, a quien Satchmo homenajeó en
uno de sus discos más importantes, contaba que alrededor de 1905,
en Memphis, sonaba una música muy parecida a la de Nueva Orleans
y que todas las bandas de circo sonaban de ese modo; toda la región
del Mississippi estaba llena de lo mismo, sin que nadie supiera lo que
pasaba en otro lado. Yo me enteré de la música de Nueva
Orleans recién en 1917. El primer gran centro industrial
que tomó a esa nueva música fue Chicago. Allí grabó
Armstrong sus primeros discos, con sus legendarios Hot Fives y Hot Seven,
y, más tarde, llegó la conquista de Nueva York y, con ella,
de un repertorio menos jazzístico y de una celebridad inédita
para un músico negro.
El vibrato característico (rápido y amplísimo) del
final de sus notas siguió estando hasta el final. La imaginación
para tocar con sencillez notas poco previsibles y para derivar la melodía
hacia territorios sorprendentes, también. Algunos no dejaron de
criticarle, ya en los 60 y 70, que en el centro de un paisaje donde los
negros se radicalizaban (y la mayoría de los músicos de
jazz tomaban partido) él siguiera sonriendo con su boca inmensa
y blanquísima y le cantara a un mundo maravilloso.
Algunos no quisieron perdonarle que siguiera rindiendo culto al jazz de
principio de siglo XX y que ninguna de las evoluciones posteriores del
género le hubiera hecho mella. En un sentido, como Ellington, Louis
Armstrong, un músico absolutamente atípico y poco repreentativo
de los estilos dominantes del género fue, sin embargo, uno de sus
exponentes más perfectos.
Los mejores discos
Louis Armstrong empezó siendo un músico de jazz y
se convirtió en otra cosa.
Sus discos representan a la perfección todos los vaivenes
de su carrera. La frontera se sitúa, tempranamente, a comienzos
de los 30, cuando en su repertorio empiezan a entrar cada
vez más canciones del Tin Pan Alley (la calle donde estaban
los estudios de los autores que proveían a la industria de
las comedias musicales). Es falso, sin embargo, que todo lo posterior
sea malo y, mucho menos, que aún como artista pop Satchmo
no haya sido un grande. Basta, para comprobarlo, la meliflua What
A Wonderful World, convertida por él, en 1967, en una
obra maestra.
De la primera época resultan indispensables sus grabaciones
con la cantante de blues Bessie Smith (incluidas en el volumen Bessie
Smith 19241925 de la serie The Chronological del sello Classics)
y, desde ya, los registros originales para el sello Okeh con los
Hot Five y los Hot Seven (agrupados en el álbum de 4 CD The
Complete Hot Five and Hot Seven Recordings, publicado por Sony.
Los volúmenes 5 (Louis in New York), 6 (St. Louis Blues)
y 7 (Youre Driving Me Crazy) de la serie cronológica
editada por Sony marcan la transición del músico local
y de las grabaciones de Chicago a la conquista de Nueva York y a
la fama nacional e internacional. Grandes Exitos (RCA Victor) selecciona
registros de los 30, los 40 (Sugar, una de sus tantas
versiones de Aint Misbehavin, Rockin
Chair) y hasta una conmovedora interpretación de la
hermosísima balada My One and Only Love, grabada
en 1970, un año antes de su muerte. All Time Greatest Hits,
del sello Universal, toma al Armstrong más pop (incluyendo
What A Wonderful World, Hello Dolly y una
bizarra Kiss of Fire, que es una adaptación del
tango El Choclo).
A pesar de los fundamentalistas que aseguran que de Armstrong sólo
interesan sus Hot Five y Hot Seven, en los 50 y 60 Satchmo grabó
varios discos memorables, empezando por sus homenajes a W. C. Handy
(Louis Armstrong Plays W. C. Handy, de 1954) y a Fats Waller (Satch
Plays Fats, de 1956), ambos reeditados recientemente por Sony con
excelente remasterización y abundantes bonus tracks. Los
tres discos junto a Ella Fitzgerald (Ella & Louis, Ella &
Louis Again y Porgy & Bess, agrupados en el álbum The
Complete Ella Fitzgerald and Louis Armstrong, del sello Verve) son
de 1957, Louis Armstrong Meets Oscar Peterson (Verve) es del mismo
año y las legendarias grabaciones para el sello Roulette
junto a Duke Ellington son de 1961 (reeditadas por EMI en un álbum
doble que incluye tomas alternativas).
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frases
Si usted necesita
preguntar qué es el jazz, lo único que puedo decirle
es que jamás lo entendería (Louis Armstrong).
El jazz no es
una música; es una forma de tocarla (Louis Armstrong).
Si Jesús
fuera negro y participara de demostraciones, también le pegarían
a él (Louis Armstrong, el 22 de abril de 1965, acerca
de la represión de manifestaciones de negros en Alabama).
Si un tipo tiene
swing y puede tocar una melodía, eso es lo que cuenta. Una
buena idea es mejor que el mejor de los solos de jazz (Louis
Armstrong).
En el comienzo
de West End Blues está contenida toda la historia
del jazz: blues, lirimo, los comienzos del Be-Bop. Todo lo que vendría
después empieza con él (Nicholas Payton, trompetista).
Si se piensa en
los días en que Armstrong empezó, ellos no tenían
la menor idea de teoría. No había nadie que les enseñara
armonía o composición. Satchmo lo tenía que
inventar todo desde sus sensaciones. Por ejemplo, si tenía
que tocar un blues no sabía la teoría. Sólo
tenía unas notas que él llamaba blue notes:
la tónica, la tercera menor, la quinta disminuida. Y sabía
que si las tocaba a lo largo de un blues, con una cierta base rítmica,
nada podía salir mal (Clark Terry, trompetista de Duke
Ellington, entre otros).
Tal vez nunca
me hubiera fijado en la manera de tocar de Louis si no fuera porque
King Oliver me dijo que Louis podía tocar mejor que él,
pero que, desde que estaba en la banda, jamás lo había
hecho para no destronarlo y permitir que siguiera siendo El Rey
(Lil Hardin, primera esposa de Armstrong y pianista de sus primeros
grupos).
Escuchen el dúo
entre Louis Armstrong y Earl Hines (Weather Bird, 1928).
Unos pocos años antes lo habían hecho Jelly Roll Morton
y King Oliver. Si se oyen las grabaciones una junto a la otra, son
el día y la noche (John Faddis, trompetista).
Estudié
durante años, hora tras hora, la introducción de West
End Blues. Nunca logré que me saliera igual a la de
Louis Armstrong (Wynton Marsalis, trompetista).
Una cosa digna
de tenerse en cuenta es que además de la inmensa montaña
de aplausos que caen sobre Louis apenas ha terminado su coro, el
mismo Louis se apresura a mostrarse visiblemente encantado de sí
mismo, se ríe con su grandísima dentadura, agita el
pañuelo y va y viene por el escenario, cambiando frases de
contento con sus músicos y en un todo satisfecho con lo que
está pasando... (Julio Cortázar, en La vuelta
al día en ochenta mundos.)
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OPINION
Por Carlos Polimeni
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Dale alegría
a mi corazón
Un amigo de mi padre pasó cierta vez como una exhalación
por nuestra casa de Mendoza: se iba del país por un tiempo,
a fines de los 60, y debía dejar a buen resguardo un tesoro.
Sabía que en aquel lugar, que era al respecto un templo pagano,
aquel tesoro estaría a buen resguardo, hasta su regreso.
Lo que H.L. dejó aquella mañana de sábado en
la casa de la calle Juan José Paso, en Dorrego, no tenía
precio posible: era una colección de 981 discos longplay
de jazz. Ni uno más, ni un menos. Los discos estaban numerados,
y esa numeración obedecía a un orden cronológico.
Como en esa casa si algo había, además de personas
y libros, era discos, se les habilitó un estante especial.
H.L. jamás volvió a buscar su tesoro. Cuando el niño
que yo era preguntó por su vida, la primera vez le contestaron
que vivía en Brasil. A la segunda oportunidad, que se había
casado, y era difícil que volviese. Años después,
la respuesta fue que había muerto en un accidente de auto.
Nunca nadie más se presentó a reclamar el tesoro,
que así quedó anexado a esa discoteca llena de misterios
y sorpresas.
Mi padre, que amaba a John Coltrane y Charlie Parker, a Joao Gilberto
y Astor Piazzolla, odiaba a Louis Armstrong, al que acusaba, en
los años de Malcolm X, Angela Davis y el Black Power, de
ser un negro bueno y dócil, que encantaba a los reaccionarios.
Al niño que yo era, ese discurso lo impresionaba un poco:
debía ser muy malo gustarle a los reaccionarios, señores
a los que no conocía en persona pero intuía despreciables.
De todas maneras, ser niño es ser curioso, y un día
me arriesgué al territorio prohibido: puse en el combinado
Philips, que habíamos estrenado con un disco de Osvaldo Pugliese,
un disco de Armstrong. Llevaba varias semanas estudiando la historia
del jazz en el orden cronológico que proponían los
981 discos de H.L., de Bix a Coltrane, de una increíble primera
grabación de Caravana por Duke Ellington a unos
opus indescifrables de Mingus. Me gustó Armstrong, me gustó
mucho, pero lo dije poco.
Un día de julio de 1971 Armstrong se murió, y me descubrí
emocionado por la ceremonia, que vi en la enorme televisión
en blanco y negro del dormitorio de mis abuelos. Mi madre había
muerto en un accidente poco antes, y una tristeza enorme, de la
que nadie hablaba, flotaba en aquella casa. A mi abuelo, que era
bandoneonista, sí le gustaba Armstrong, porque le gustaban
los negros buenos, y no entendía nada del mundo que vino
después de los 50. No entendía a Los Beatles, por
ejemplo. Me impresionó, en el velorio televisado, una jam
sesion, en la que docenas de jazzmen lo despedían tocando.
Luego, hasta el 76, vi varias veces, en las largas tardes
de los sábados en invierno, películas de Armstrong
que daban por televisión. A lo mejor era siempre la misma
como cuando en las Semanas Santas daban Los l0 mandamientos
pero a mí me parecían diferentes, porque veía
de a pedazos, esperando las partes en que cantaba. Sí, porque
cuando Armstrong cantaba yo sentía que eso debía ser
la felicidad.
Sin embargo, hay en mí algo que todavía se resiste
a Armstrong. Hasta que suenan sus discos. Cuando suenan sus discos,
enfatizo, cuando el inventor del scat canta, una oleada de alegría
me da vueltas por el alma. Si canta con Ella Fitzgerald, la alegría
es doble. Si quiero un trompetista, pongo a Miles Davis o a Chet
Baker, a esta altura. Ahora, que conozco la vida de Louis (la historia
del padre que lo abandonó, la madre prostituta, los años
en el reformatorio, el encierro por fumar marihuana, su estigma
de negro en un país racista) entiendo el valor político
que tenía su estrategia, la mentira de su nacimiento el 4
de julio de 1900, el papel que se había jurado cumplir. No
era un negro bueno. Acaso sabía, había comprendido,
intuía que la alegría nunca es reaccionaria.
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