Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Para los retirados del hampa, la
jubilación no es un buen remedio

�Los mafiosos�, con Richard Dreyfuss y Burt Reynolds, es un film simpático, que funciona precisamente porque sabe reírse del género.

Intención: El film no es más de lo que pretende, un pasatiempo en el que quienes están delante de cámara parecen haberse divertido tanto o más que los de este lado.

�Los mafiosos�, una de �wise guys�
que no se toma muy en serio.

Por Horacio Bernades

A los mafiosos ya nadie se los toma en serio. A los del cine, al menos, porque con los de la realidad es mejor no meterse. Producto de que el género hace rato alcanzó su cenit, da la sensación de que está todo dicho, que nada puede agregarse a lo que ya dijeron Coppola, De Palma o Scorsese. Después de ellos, el único destino posible para una película de mafiosos parecería la repetición, al infinito, de dicciones, modismos y clichés. Cuando lo único que queda de un gesto son los tics, lo mejor que puede hacerse es reírse de ellos. Esa es la brecha que en cine abrió Analízame y en televisión “Los Soprano”, probando en ambos casos qué pasaba si el mundo de la mafia se confrontaba con el del psicoanálisis (otra mafia, dirá algún paciente resentido).
Más recientemente, se intentó otra variante para desmitificar ese mundo de códigos estrictos, puñaladas traperas y ejecuciones sumarias: hacer de los mafiosos unos viejitos, más cerca del geriátrico que del club nocturno. La película en cuestión se llama The Crew, tiene a Richard Dreyfuss y Burt Reynolds al frente del elenco y se estrenó hace unos meses en Estados Unidos. Ahora, el sello LK–Tel la edita directamente en video, con un título al que nadie podrá acusar de exceso de imaginación: Los mafiosos (el título original podría traducirse como “Los muchachos” o “El equipo”). Los muchachos en cuestión –wise guys se llaman a sí mismos en inglés– son cuatro. Dreyfuss es Bobby, algo así como el cerebro del grupo, y Reynolds, “El Bate”, por su propensión a resolver conflictos con ese implemento en mano (como De Niro en una famosa escena de Los intocables). A los otros los llaman “El Ladrillo”, porque su cerebro parece de ese material (Dan Hedaya, recordado por su papel de marido engañado en Simplemente sangre) y “La Boca”, por su mutismo a toda prueba (el legendario actor cassavetiano Seymour Cassel).
La escena de títulos los encuentra en plena juventud, dando cuenta de un pobre tipo al que llevan en el baúl del auto, cita textual al comienzo de Buenos muchachos. Como en la película de Scorsese, el relato en off de Bobby hila los hechos. Cuando los títulos terminan de desfilar, la acción salta unos cuarenta años. De allí en más, los cuatro “tipos vivos” de ayer son los jubilados de hoy, retirados del negocio hace rato y sobreviviendo como pueden. Como si Henry Hull, que al final de Buenos muchachos ansiaba tener la vida de un tipo normal, hubiera hecho sus deseos realidad.
Como buenos jubilados, Bobby y los demás viven en Miami, sentados al solcito en el porche, viendo pasar los autos último modelo y las chicas que “siguiendo el ejemplo de Madonna, vienen todas con tetas grandes”. El problema es que en la vida real se gana poco y se acumulan deudas. A “El Bate” se le ocurre una idea: hay que tirar un cadáver sobre la vereda del edificio, para asustar al dueño. Qué mejor cadáver que uno que ya está muerto. Para ello, no hay más que recurrir a la colaboración de “El Ladrillo”, que se gana la vida trabajando en la morgue, donde les dibuja una sonrisa a los finados.
Poco afortunados, el viejito al que matan por segunda vez resulta ser el padre de un temible narcotraficante latinoamericano. Suponiendo que quienes decapitaron a su progenitor son los miembros de un cartel rival, éste asesina de inmediato a varios de ellos, y pone a correr la sangre en la soleada Miami. La cosa se complicará con la intervención de dos policías; una de ellos, posible hija de Bobby (Carrie–Anne Moss, la chica de Matrix). Y todo terminará de irse al diablo cuando “La Boca” hable de más ante una corista (Jennifer Tilly, en su eternamente disfrutable papel de Betty Boop de mucha carne y poco hueso). A cambio de su silencio, la corista exigirá el secuestro y ejecución de su idische mame (Lainie Kazan, gloria del humor judío).
Simpatiquísima y bocona, la secuestrada hará las mejores migas con sus raptores. Y todos tendrán que imaginar una salida para que el zar de ladroga no los haga papilla. Sobre todo a partir del momento en que una complicada estrategia para poner una casa en llamas, basada en los buenos oficios de una ratita–antorcha, salga tan mal como era de esperar, y la mansión incendiada termine siendo justamente la que nunca debió haberse prendido fuego. Si Los mafiosos divierte es porque no es otra cosa de lo que pretende, un pasatiempo en el que quienes están delante de cámara parecen haberse divertido tanto o más que los de este lado.

 

PRINCIPAL