Por Horacio Bernades
A los mafiosos ya nadie se
los toma en serio. A los del cine, al menos, porque con los de la realidad
es mejor no meterse. Producto de que el género hace rato alcanzó
su cenit, da la sensación de que está todo dicho, que nada
puede agregarse a lo que ya dijeron Coppola, De Palma o Scorsese. Después
de ellos, el único destino posible para una película de
mafiosos parecería la repetición, al infinito, de dicciones,
modismos y clichés. Cuando lo único que queda de un gesto
son los tics, lo mejor que puede hacerse es reírse de ellos. Esa
es la brecha que en cine abrió Analízame y en televisión
Los Soprano, probando en ambos casos qué pasaba si
el mundo de la mafia se confrontaba con el del psicoanálisis (otra
mafia, dirá algún paciente resentido).
Más recientemente, se intentó otra variante para desmitificar
ese mundo de códigos estrictos, puñaladas traperas y ejecuciones
sumarias: hacer de los mafiosos unos viejitos, más cerca del geriátrico
que del club nocturno. La película en cuestión se llama
The Crew, tiene a Richard Dreyfuss y Burt Reynolds al frente del elenco
y se estrenó hace unos meses en Estados Unidos. Ahora, el sello
LKTel la edita directamente en video, con un título al que
nadie podrá acusar de exceso de imaginación: Los mafiosos
(el título original podría traducirse como Los muchachos
o El equipo). Los muchachos en cuestión wise
guys se llaman a sí mismos en inglés son cuatro. Dreyfuss
es Bobby, algo así como el cerebro del grupo, y Reynolds, El
Bate, por su propensión a resolver conflictos con ese implemento
en mano (como De Niro en una famosa escena de Los intocables). A los otros
los llaman El Ladrillo, porque su cerebro parece de ese material
(Dan Hedaya, recordado por su papel de marido engañado en Simplemente
sangre) y La Boca, por su mutismo a toda prueba (el legendario
actor cassavetiano Seymour Cassel).
La escena de títulos los encuentra en plena juventud, dando cuenta
de un pobre tipo al que llevan en el baúl del auto, cita textual
al comienzo de Buenos muchachos. Como en la película de Scorsese,
el relato en off de Bobby hila los hechos. Cuando los títulos terminan
de desfilar, la acción salta unos cuarenta años. De allí
en más, los cuatro tipos vivos de ayer son los jubilados
de hoy, retirados del negocio hace rato y sobreviviendo como pueden. Como
si Henry Hull, que al final de Buenos muchachos ansiaba tener la vida
de un tipo normal, hubiera hecho sus deseos realidad.
Como buenos jubilados, Bobby y los demás viven en Miami, sentados
al solcito en el porche, viendo pasar los autos último modelo y
las chicas que siguiendo el ejemplo de Madonna, vienen todas con
tetas grandes. El problema es que en la vida real se gana poco y
se acumulan deudas. A El Bate se le ocurre una idea: hay que
tirar un cadáver sobre la vereda del edificio, para asustar al
dueño. Qué mejor cadáver que uno que ya está
muerto. Para ello, no hay más que recurrir a la colaboración
de El Ladrillo, que se gana la vida trabajando en la morgue,
donde les dibuja una sonrisa a los finados.
Poco afortunados, el viejito al que matan por segunda vez resulta ser
el padre de un temible narcotraficante latinoamericano. Suponiendo que
quienes decapitaron a su progenitor son los miembros de un cartel rival,
éste asesina de inmediato a varios de ellos, y pone a correr la
sangre en la soleada Miami. La cosa se complicará con la intervención
de dos policías; una de ellos, posible hija de Bobby (CarrieAnne
Moss, la chica de Matrix). Y todo terminará de irse al diablo cuando
La Boca hable de más ante una corista (Jennifer Tilly,
en su eternamente disfrutable papel de Betty Boop de mucha carne y poco
hueso). A cambio de su silencio, la corista exigirá el secuestro
y ejecución de su idische mame (Lainie Kazan, gloria del humor
judío).
Simpatiquísima y bocona, la secuestrada hará las mejores
migas con sus raptores. Y todos tendrán que imaginar una salida
para que el zar de ladroga no los haga papilla. Sobre todo a partir del
momento en que una complicada estrategia para poner una casa en llamas,
basada en los buenos oficios de una ratitaantorcha, salga tan mal
como era de esperar, y la mansión incendiada termine siendo justamente
la que nunca debió haberse prendido fuego. Si Los mafiosos divierte
es porque no es otra cosa de lo que pretende, un pasatiempo en el que
quienes están delante de cámara parecen haberse divertido
tanto o más que los de este lado.
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