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El PAMI y la ANSES, precio del
apoyo del FMI y Estados Unidos

En el Gobierno ya tienen señales del costo que tendrá el apoyo norteamericano y del
FMI para capear la crisis: las privatizaciones -totales o parciales� de ambos organismos.

La ANSES y el PAMI están, desde hace tiempo, en la mira de los
organismos financieros. Ahora, tras el apoyo, vuelven a la carga.


Por José Natanson

Aliviados por el respaldo internacional, en el Gobierno comenzaron a pensar en el futuro inmediato: según admiten sus funcionarios, los próximos meses estarán marcados por una nueva ofensiva de los organismos internacionales, centrada esta vez en la necesidad de apurar las denominadas “reformas estructurales”, lo que en buen criollo significa la privatización parcial del PAMI y la ANSES. “Estamos más tranquilos, pero los que piensan que la ayuda es gratis se equivocan”, aseguraba ayer un ministro cercano a Fernando de la Rúa.
“La debilidad política y económica es grande. El apoyo de Estados Unidos, del FMI, el Fondo Patriótico, nos permitió superar la crisis, pero también implican un costo. En el mejor de los casos, si el panorama se estabiliza, se viene un período de muchos condicionamientos”, explicaba una fuente de diálogo habitual con el Presidente. Las exigencias no se limitarían a respetar el evangelio del déficit cero, sino que se ampliarán con un análisis minucioso y cotidiano de los gastos del Gobierno. Esto implicaría un margen estrechísimo para cualquier intento de encarar políticas activas y, sobre todo, un presión renovada para reformular dos organismos claves: el PAMI y la ANSES.
Aunque a menudo se incluyen en el mismo paquete, son dos cuestiones bien diferentes.
Con 2400 millones de pesos por año de presupuesto y unos 4 millones de beneficiarios, el PAMI es la obra social más grande del país. “La única forma de bajar costos en serio es meterse con la política de medicamentos. Si no se hace, y no se va a hacer porque nadie se quiere enfrentar a los laboratorios, entonces queda echar gente o reducir servicios”, explicó a Página/12 una fuente que conoce a fondo el funcionamiento de la institución. “Trabajan 11 mil personas y puede manejarse con 3 mil. Pero para echarlos hay que asumir el costo de generar más desempleo”, agregó la fuente.
Por eso, la ofensiva pro privatización apuntaría a transferir las prestaciones sociales (representan unos 362 millones de pesos anuales) a Desarrollo Social, de manera tal que el PAMI conserve sólo los servicios de salud. “Es lo que siempre reclaman porque, a diferencia de los servicios sociales, los de salud son fáciles de tercerizar. Es el paso previo a privatización”, aseguró un encumbrado funcionario.
El ANSES se encarga de pagar las jubilaciones, pensiones y asignaciones familiares, y además administra un seguro de desempleo. Tiene 200 delegaciones en todo el país y un presupuesto de 23 mil millones de pesos.
Según explicaban en el Gobierno, la privatización, aunque más difícil, también es posible. “La ofensiva es para tercerizar el pago de las jubilaciones, eliminar el seguro de desempleo y los programas de trabajo. Pero siempre el último control tiene que quedar en el estado. Puede que también quieran eliminar el sistema de reparto, algo que muchas veces se intentó y nunca pasó la barrera del Congreso”, señalaba un ministro.
Más allá de las presiones, la discusión está cruzada por un tema delicado, del que el Gobierno apenas se atreve a hablar: el indeterminado número de ñoquis y punteros que pueblan las estructuras administrativas de los dos organismos.
Otra vez conviene marcar las diferencias. El PAMI tiene una estructura reducida y más depurada. “Debe haber entre 500 y 1000 ñoquis. Es mucho, pero no implica una reducción de costos como la que reclaman los organismos”, explicó un funcionario que conoce el tema.
El ANSES es diferente. Un ministro y un hombre cercano a De la Rúa coincidieron en que la cantidad de ñoquis es enorme. “Es como el PAMI, pero multiplicado por cien. Hay de todo, especialmente punteros y dirigentes de la provincia de Buenos Aires”, explicó el integrante del Gabinete. “No es casual que cada vez que se habla de meter mano los primeros en reaccionar sean (Leopoldo) Moreau y (Raúl) Alfonsín”, sostuvo. Esto explicaría, al menos en parte, que los cambios en las autoridadesfueran precedidos por intensos tironeos entre Domingo Cavallo y el radicalismo: en mayo, luego de un mes de indefinición, De la Rúa designó a Douglas Lyall (un hombre cercano a Patricia Bullrich pero de buena relación con Cavallo y Armando Caro Figueroa) al frente de la ANSES. En el PAMI, Federico Polak fue reemplazado por dos funcionarios que responden a Héctor Lombardo, aunque Cavallo cuenta con los responsables del área económica del organismo. “La UCR dice que quiere evitar la privatización pero también defiende la estructura de clientelismo. Cavallo dice que quiere limpiar los ñoquis pero busca cumplir con los reclamos y privatizar. Es una mezcla difícil de determinar”, resumía un funcionario.

 

OPINION
Por Julio Bárbaro *

Piqueteros, a medio camino

Los piquetes son una expresión del dolor y la injusticia, un grito de rebeldía necesario, pero lejos están de ser una solución política. Hoy la rebeldía como ayer la denuncia expresan la vitalidad de una sociedad, pero no se aproximan siquiera a ser una alternativa. Si el dolor transitara el silencio, los enfermos de ambición que hoy nos conducen podrían seguir opinando como Mariano Grondona: “son dolores de parto”. El grito está presente como un límite a la injusticia. Pero surge el peligro del exceso, porque si las rutas se cortan demasiado encontrarán la bronca de aquellos que todavía sobreviven, y podría terminar en un enfrentamiento entre pobres con riesgos de que resurja el fascismo. Entre los adoradores del mercado, como los ortodoxos de FIEL y CEMA, y los piqueteros, queda el enorme espacio de los que sueñan con una sociedad más justa.
Y ese sueño tiene decenas de dueños de verdades aunque carece de una propuesta convocante, de una idea fuerza que exprese la cordura de los que intentan construir una verdad entre todos, de los que saben que la duda es el único camino hacia la certeza compartida.
La crisis es un desafío para generar un nuevo proyecto, donde el estado y el mercado sean instrumentos al servicio del conjunto y no consignas de intereses corporativos. El piquete es una respetable expresión de la injusticia, pero no el camino hacia un nuevo modelo de sociedad más justa.
Entre el capitalismo que desprecia a los hombres y el socialismo que no respeta el esfuerzo, existe el espacio de un capitalismo con producción, trabajo y equidad. Ese espacio es el que hoy no contienen los partidos, tampoco los ortodoxos ni los piquetes.
Necesitamos que los piqueteros sean un componente de lo que nace y no una expresión de lo que muere.

* Dirigente peronista

 

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