Preguntas
italianas
Por
Eva Giberti
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Los
periódicos editados en Italia son elocuentes. Ya sea que busquemos
información en La Stampa, en el Corriere della Sera, en La Repubblica
o en Il Manifesto encontramos las mismas afirmaciones y los mismos interrogantes:
La policía ¿no tendrá algo de lo cual arrepentirse,
algo para cuestionarse?, se pregunta La Stampa. Y en La Repubblica
del 25 de julio: Si el silencio del movimiento antiglobalización
representa una grave responsabilidad política (ante los infiltrados),
la violencia de las fuerzas del orden constituye una peligrosa claudicación
institucional. Il Manifesto publica un comentario de Livio Quagliata
escrito en una clave que nosotros reconocemos: Esta semana, en Génova,
algunos millares de ciudadanos han experimentado qué quiere decir
vivir bajo una dictadura militar circunscripta en una ciudad y en un tiempo
(de miércoles a domingo). ¿Qué nos queda hoy? El
miedo y la esperanza.
En el mismo periódico Lidia Menapace describió su llegada
a Génova para incorporarse en la Marcha Mundial de Mujeres, cuya
preparación anticipé en Página/12 el 6 de julio.
Se reunieron en la Piazza Manín cantando, bailando y perfeccionando
la exposición de calzoncillos que la ciudadanía genovesa
impuso como consigna contra Berlusconi: recordemos su solicitud, reclamando
que no se tendiese ropa interior en los balcones de Génova, en
aquellas calles por las que transitarían los miembros del G-8.
La respuesta fue la multiplicación de lencería expuesta
en calles y balcones. Pero la humorada tenía un límite:
había que controlar el ingreso de jóvenes infiltrados, calzados
con pasamontañas y esgrimiendo bastones de metal. Lidia Menapace
se preguntó por qué la policía no los reconocía
como peligrosos y por qué, a pesar de las insistentes llamadas
telefónicas de los vecinos, no intervenía para impedir los
destrozos protagonizados por estos jóvenes, posteriormente caracterizados
como anarquistas.
En medio de la represión contra personas inermes, tal como la desató
la policía, el Grupo de los 8 estaba reunido ajustando sus proyectos.
Pero, como la comenta Rossana Rossanda, el Foro Social de Génova
hizo vacilar a ese grupo al mismo tiempo que los activistas del anarquismo
(los llamados Black Bloc) intentaron demoler el Social Forum de Génova.
Activistas que no tienen que ver con la tradición anárquica
ni con los criterios de la década del 70. Son la otra cara
de la homologación total, la voluntad de destrucción total,
escribió Rossanda. Carecen de proyectos, se sienten el enemigo
y no parecen haberse asombrado al ver que un joven que se movía
como ellos haya sido asesinado. No se detuvieron a recogerlo. Su
descripción reitera el estupro que nos impregnó a quienes
vimos las fotografías de aquel joven delgado, en musculosa, levantando
un extintor contra otro joven uniformado y armado que le disparó
mortalmente desde el interior de un jeep policial. Ambos, representantes
de dos corrientes de pensamiento, permanecerán en la escena política
actual. Diferenciándose de los jóvenes que gritan ¡basta!
ante la globalización de los mercados dedicados a la explotación.
Cuando la multitud comenzó a dispersarse llevaba, atadas en los
brazos, las franjas negras de plástico que, arrancadas de las bolsas
de desperdicios, recordaban la muerte del joven. Quedaban atrás
los que estaban transitoriamente desaparecidos, todavía hospitalizados
o finalizando trámites policiales: son los testigos incanjeables
de la violencia policial; en el Libro Blanco del Foro de Génova
recalarán los testimonios de las víctimas y de quienes presenciaron
lo acontecido.
Sería erróneo evaluar los hechos como enfrentamientos entre
grupos puesto que la antiglobalización es un movimiento cuyo valor
reside en su necesidad de existir. Y de anunciar que estas personas están
allí, reclamando, denunciando. La pretensión de desmembrar
dicha existencia no admitió metáfora alguna: fue preciso
que aparecieran los fantasmas de una dictadura corporizados por jóvenes
y por adultos activando como policías, soldados o financistas.
También ellos ensayaron qué quiere decir vivirbajo una dictadura
militar, pero del otro lado. A todos ellos, ¿qué les ha
quedado?, se pregunta Livio Quagliata. Es una pregunta que mete miedo,
porque miles de ciudadanos que no tenían más de dieciocho
años y que estaban armados por orden de la ley, durante cinco días
y cinco noches experimentaron el poder y la arbitrariedad absolutos. Han
podido autorizar y prohibir, insultar, amenazar, torturar, provocar, pegar
y matar. Lo hicieron mientras el mundo los estaba filmando y fotografiando
y no tuvieron miedo. Han probado la ebriedad de la libertad armada, al
decir de Quagliata. Entonces, observándolos a ellos y a los Black
Bloc parece atinado pensar que en la escena internacional que se esta
diseñando, crecen, armados, uniformados y camuflados, los embriones
de la juventud que el G-8 precisa como aliada.
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