Por
Julio Nudler
Mañana
comienza la semana que puede decidir la suerte de la deuda argentina y
de la convertibilidad. Tras la estancia de John Taylor, número
dos del Tesoro norteamericano, en Buenos Aires, entre viernes y sábado,
se aguarda el veredicto de Estados Unidos, cuando el informe del enviado
suba al nivel de Paul ONeill, secretario del Tesoro, y de allí
a George W. Bush. Las alternativas pueden ser básicamente tres.
La soñada por el gobierno argentino es que Washington instruya
al Fondo Monetario para brindar una cuantiosa asistencia adicional, de
como mínimo unos 5000 millones de dólares, mediante una
ampliación del blindaje u otro mecanismo, y que el anuncio de esa
decisión, o de la apertura de negociaciones con ese propósito,
modere el riesgo país y frene localmente la corrida de depósitos.
Caben, sin embargo, otras dos opciones. Una es que el auxilio externo
resulte decepcionante, limitándose al desembolso anticipado de
alguna cuota adicional del blindaje I, al saberse lo cual arrecie la fuga
de depósitos, o que se consiga otro buen paquete de ayuda, pero
resulte inocuo porque no convenza a los tenedores de títulos ni
a los depositantes con plazos fijos que venzan estos días. En ambas
disyuntivas, el último dique opuesto al torrente sólo podría
soportar unas pocas semanas, dependiendo de cuánto se acelere la
fuga. Con ésta se derrumbaría el Déficit Cero al
escurrirse la recaudación impositiva, y en varios bancos el agotamiento
de las reservas de liquidez destellaría luces rojas. A partir de
ese punto, Fernando de la Rúa debería tomar la decisión
más dramática de su presidencia: aguantar hasta el final
la sangría de depósitos y reservas, o yugularla con la suspensión
de pagos de la deuda, más el conjunto de otras medidas que probablemente
deberían acompañarla, como un bloqueo selectivo de depósitos.
El jefe del Estado tendría que elegir, además, entre devaluar
el peso y dolarizar. Reventadas las reglas de juego que imperaron por
más de 10 años, el marasmo no le daría tiempo para
sentarse a pensar cuál camino tomar. Pero también necesitaría
saber, en el mismo acto, quién ejecutaría el mentado Plan
B. Parece en principio difícil, aunque no descartable, que sea
Domingo Cavallo. Suplentes en el banco no hay, por lo que una vez más
se piensa en Chrystian Colombo, quien ya fuera vislumbrado como sucesor
de José Luis Machinea.
La cesación de pagos sería hoy una medida popular
en la Argentina, sobre todo si fuera la alternativa a anunciar una amputación
del 25 por ciento en los sueldos públicos y las jubilaciones. Por
tanto, es posible que Cavallo acepte encargarse del operativo, razonó
ayer ante Página/12 un economista radical que pidió anonimato.
De algún modo, el cordobés sería fiel a su historia,
vertebrada por la socialización de la deuda privada externa en
1982 y por el Plan Bónex a fines de 1989.
Sin embargo, aunque el impago de la deuda aparecería como un primer
gran gesto de equidad, afectando a los acreedores (¡ellos
también pagan la crisis! sería un bonito eslogan),
sólo representaría uno de los pasos reclamados por el colapso.
Dado que en los activos de la banca local hay bonos del Estado por unos
15.000 millones, algo habría que resolver respecto de los pasivos
dolarizados del sistema financiero, en especial los plazos fijos, que
además de bloqueados deberían sufrir alguna punción.
Si a este cuadro se sumase una devaluación del peso, por el método
de su flotación en el mercado, como ocurre en Brasil y en casi
todo el mundo, los bancos también afrontarían serios problemas
con otros activos dolarizados, como las carteras hipotecarias. Todo ello
aumentaría la necesidad de afectar los depósitos en moneda
extranjera.
Es este escenario, entrevisto por inversores y ahorristas, el que precisamente
precipita la huida de fondos. Además del miedo a la devaluación,
que determina una vasta brecha de tasas entre pesos y dólares,
también escapan estos últimos. Esto indica que una dolarización
unilateral no serviría de nada, o más bien les facilitaría,
a quienes aún están en pesos, la emigración de sus
fondos. Más eficaz, como recurso desesperado, sería dolarizar
bajo la marquesina de un tratado monetariocon Estados Unidos, aunque para
ello habría que suponer que la Reserva Federal lo aprobaría.
Lo único que hay, por ahora, son versiones acerca de sondeos reservados
con ese objetivo.
Pero tragos amargos habría otros varios, como la suerte que correrá
el 62 por ciento (casi u$s 14 mil millones) de los fondos jubilatorios
que tienen los aportantes en las AFJP y corresponden a títulos
públicos. En cuanto a la manera de presentar afuera el corte de
manga, la más natural sería argumentar que la Argentina
reconocerá lo que es ya el actual valor de mercado de la deuda,
es decir, aproximadamente un 60 por ciento. Esto es, una quita del 40
por ciento, vía capital o intereses, lo cual se parecería
mucho a propuestas que circulan en el mundo académico-financiero
estadounidense, como las de Charles Calomiris o Alan Meltzer.
En la disyuntiva de desconocer parte de la deuda y de ingresar en una
renegociación de las condiciones futuras, De la Rúa podría
apartarse del criterio con que eligió a los tres ministros de Economía
que tuvo hasta el momento, y sobre los cuales mostró un temible
poder de destrucción. Tanto Machinea como López Murphy y
Cavallo le decían al presidente que debían mantenerse las
reglas de juego (convertibilidad, etcétera). Ante sucesivos fracasos,
lo que hizo el presidente fue sustituir a un ministro por otro que, en
principio, le garantizaran una mayor confianza de los mercados, lo cual
tampoco le valió de nada. Después del tiro del final, toda
esta lógica perdería validez.
La nueva situación le plantearía al morador de Olivos un
desafío hasta ahora impensado para él: tener que escoger
entre una variedad vertiginosa de propuestas y senderos diferentes, sin
contar con un cuerpo de asesores propios en cuestiones económicas,
más allá de Fernando De Santibañes. En este contexto,
una figura como la del actual Jefe de Gabinete, carente de equipo pero
en pleno afán de estructurarlo, mediatizaría el problema
para el conductor del Estado. De todas formas, ya hay piezas colocadas
para la lucha que se vendría. La presencia de Roque Maccarone y,
ahora, la de Mario Blejer en el BCRA se explica como la captura de posiciones
estratégicas por parte de diferentes círculos financieros.
Cómo será la (continuación de la) pesadilla es un
interrogante que irá develándose hacia el jueves o el viernes,
cuando el Banco Central brinde los datos -primeros y aproximativos- de
la variación de depósitos registrada 48 horas antes. En
otros términos: si las noticias sobre el veredicto llegaran pasado
mañana temprano desde Washington, el jueves podría medirse
la primera reacción del público. Si no, el día siguiente.
En ese momento podría inferirse el curso ulterior de los acontecimientos,
aunque nunca con precisión. Lo novedoso de esta tumultuosa circunstancia
es que si desembocara en cesación de pagos y ruptura de la convertibilidad,
ante el Gobierno se desplegarían muchísimas alternativas
de política, si bien bajo la presión agobiante de los grupos
de interés. Esas múltiples combinaciones posibles contrastarían
con el cepo actual, en el que la política económica se ha
reducido a una cuenta de almacenero, pero ocurriría en condiciones
durísimas por el impacto de una devaluación de imprevisible
diagnóstico sobre una economía dolarizada.
Suponiendo que de Taylor a Horst Köhler, director ejecutivo del FMI,
todos se coaliguen para rescatar a la Argentina, nada definitivo se resolvería
con la ayuda, que lógicamente se sumaría a la deuda nacional.
Pasado el sofocón, al país aún le faltaría
una estrategia creíble de reactivación primero y crecimiento
después, no sólo en términos económicos sino
también de contexto político. Eludir el default no resolverá
la falta de competitividad, agudizada por las devaluaciones ajenas. Vale
decir que, incluso después de haber tranquilizado a los acreedores,
la ausencia de despegue y las dudas sobre la paridad seguirían
correteando como roedores por la escena.
En cualquier caso, ningún caudal de financiación multilateral
resolverá por mucho tiempo el problema si los mercados de crédito
voluntario no sereabren para el país más temprano que tarde
en 2002, y la salida de capitales no se convierte en ingreso.
Una
semana decisiva
Se aguarda la decisión de la Casa Blanca y del FMI sobre
el pedido de ayuda planteado por la Argentina.
Dos días después
de conocido el veredicto se sabrá si sirvió para frenar
la catarática salida de depósitos del sistema bancario.
Si las noticias llegasen
mañana martes, el jueves, o quizás el viernes, se
conocería por los números preliminares del BCRA el
comportamiento de los plazos fijos.
En caso de verse arrollado
este último dique, la crisis podría desembocar en
una ruptura de las reglas de juego respecto de la deuda y de la
convertibilidad.
Bajo esa hipótesis
surgen dudas sobre quién conduciría la azarosa nueva
etapa. ¿Permanecería Domingo Cavallo? Sin reemplazantes
naturales a la vista, vuelve a hablarse de Chrystian Colombo.
Si se llegara a suspender
pagos, a bloquear depósitos y a soltar el peso para que oscile
en el mercado, Fernando de la Rúa debería resolver
las variantes a seguir, entre múltiples opciones.
La dolarización,
eventualmente unilateral, no resolvería nada porque también
están huyendo los dólares.
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Fuga
de depósitos y corte de cadena
Sólo
en el mes de julio la salida de depósitos ronda los 6000
millones de dólares (casi el 7 por ciento de los fondos existentes
a fines de junio, y un promedio de retiro por día hábil
en torno de los 330 millones de dólares), con la consiguiente
pérdida de reservas internacionales por unos 6600 millones.
Este proceso de desconfianza golpea con fuerza en el segmento de
plazos fijos, que con una caída de 4300 millones (alrededor
de 250 millones por día) explica el 73 por ciento de la pérdida
total de fondos. Con este terrorífico párrafo
describe la Fundación Capital, en un informe difundido ayer,
la corrida que está poniendo de rodillas a la convertibilidad.
De todas formas, la FC contrapone ciertas afirmaciones esperanzadoras,
al señalar que la liquidez total actual de los bancos es
aún elevada, rondando el 25 por ciento de los depósitos,
y que el respaldo de la convertibilidad apenas se ha deteriorado
del 100 al 90 por ciento. Más abajo, el texto sostiene
que lo verdaderamente crucial es la dinámica o velocidad
que cobre la pérdida de fondos en las próximas semanas,
y advierte que está amenazada por la crisis financiera la
variable clave de la regla de déficit cero, que es la recaudación
tributaria.
Por su parte, Ricardo Gutiérrez, presidente del Banco Provincia,
explicó ayer en Junín que la entidad restringió
sus líneas de crédito por la creciente pérdida
de depósitos del sistema financiero, admitiendo que en
el país se rompió la cadena de pagos. Gutiérrez
indicó que la banca privada resolvió la cuestión
aumentando las tasas (activas) hasta límites que son
alarmantes, porque un descubierto en la zona se está pagando
entre el 70 y el 120 por ciento, en un país con recesión
económica y deflación... Se entiende que el Banco
Nación y el Provincia no puedan seguir esa política,
remató.
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