Por
Victoria Ginzberg
Malou Cerutti se sacudió con las declaraciones de Adolfo Scilingo.
Estaba en México, donde había viajado para vender su casa
y así poder instalarse definitivamente en España. La confesión
del ex marino que admitió haber arrojado personas vivas al mar,
que acababa de escuchar por radio y televisión, retumbaba en su
cabeza. Tal vez su marido, Omar Masera Pincolini, y su papá, Victorio
Cerutti, habían tenido ese destino. Dio vuelta el cartel de Se
vende y empezó a pintar con los tres colores que tenía
en ese momento blanco, negro y azul prusia y con las manos,
como lo hacía siempre. El óleo se mezclaba con las lágrimas.
Así nació El vuelo, uno de sus cuadros, que forma parte
de su obra que se expone desde el 2 hasta el 19 de agosto en el Centro
Cultural Recoleta.
Malou empezó a pintar cuando sintió que no daba más,
que era ir contra la locura sin olvidar. Es mi forma de expresar
que deseo que siga vigente el tema de los desaparecidos, que nos digan
dónde están, dice la mujer.
El 12 de diciembre de 1977 a las tres de la mañana, una patota
entró a la casa en la que Malou, Omar y sus tres hijos Mariana,
de once años, Omar, de trece y Diego, de catorce vivían
en Chacras de Coria, Mendoza. Nosotros veníamos de ver una
película y notamos que los perros estaban muy raros, no ladraban,
estaban muy quietos. Después nos enteramos que los habían
drogado. Pero nosotros no nos dimos cuenta, jamás nos imaginamos
la atrocidad que iban a cometer, cuenta la pintora.
A la madrugada se empezaron a sentir los gritos y el sonido del vidrio
roto de las ventanas. Entraron alrededor de quince hombres, todos equipados
con pasamontañas. Unos rompían las sábanas para amordazar
a la familia, otros fueron al cuarto de los chicos. Mariana, la menor,
tuvo que soportar que le apuntaran a la cabeza y quedó muda por
unos días. Cuando entraron a mi habitación, me sacaron
el camisón y Omar se aterrorizó de que me violaran. Empezaron
a maltratarme, él empezó a defenderme y comenzaron a golpearlo.
A cada rato me preguntaban dónde estaba la plata y qué teníamos,
relata Malou. A Omar lo agarraron del pelo y se lo llevaron arrastrando
en calzoncillos, esa es la última imagen que la pintora tiene de
su marido.
Ahora vamos para allá, se escuchó decir a los
miembros de la patota. La mujer registró la frase pero no la comprendió
hasta el día siguiente, después de que la muchacha de servicio
que se había escondido debajo de su cama la desatara y se enterara
que su papá, de 73 años, que vivía a doscientos metros,
también había sido secuestrado.
Entre el 10 y el 12 de enero de 1976 desaparecieron el abogado Conrado
Gómez y Horacio Palma, socios de Victorio Cerutti y Omar Masera
Pincolini en Cerro Lago, la sociedad que era dueña de 25 hectáreas
en Chacras de Coria. Los cuatro fueron llevados a la Escuela de Mecánica
de la Armada (ESMA). El grupo de tareas que operó al mando del
dictador Emilio Eduardo Massera fraguó escrituras, falsificó
documentos y forzó firmas para apropiarse de los terrenos de Chacras
de Coria, que acabaron en manos del hijo y el hermano del Almirante Cero.
Malou recibió un llamado del escribano Manuel Campoy, que la citó
en su estudio: Me obligó a entregarle documentación
de la empresa Cerro Lago. Me recibió rodeado de policías
y con una pistola en la mesa y me dijo que tenía que firmar la
venta de mi casa. El es un testaferro de Massera porque gracias a él
todos los bienes pasaron a su nombre. Todavía hoy Campoy vive en
nuestra casa.
Después del terror vivido durante el secuestro de su marido y de
su padre, empezó el peregrinaje por los distintos despachos oficiales
y la tortura psicológica que se encarnó en llamados de los
militares varias veces por semana. Hija de puta sentí lo
que le estamos haciendo a tu marido, la provocaban mientras, de
fondo, se oían gritos.
Es una locura que no se puede decir con palabras, por eso creo que
yo lo digo con la pintura, afirma Malou, que pinta con las manos
y expone por primera vez en Buenos Aires. Además de El Vuelo, en
las paredes delCentro Cultural Recoleta se pueden ver Arañando
la cárcel, donde la autora expresó su dolor castigando
la obra con un clavo, Habeas Corpus, Autorretrato
y una serie de trabajos en tintas, realizadas recientemente, en las que
Malou pudo tomar distancia del terror y trabajar sobre otros temas.
El 12 de enero de 1978 la mujer partió rumbo a México con
sus tres hijos. Allí empezó a experimentar en las artes
plásticas e hizo su primera exposición en España,
en 1991. Dice que trabajar con las manos sobre el papel es como
hacer el amor, porque vas acariciando y no hay ningún obstáculo
entre la pintura y vos misma.
En 1998 escribió el cuento para niños el Abuelo Omar,
que fue publicado luego de recibir un premio. Malou contó allí
la historia de su marido y se lo dedicó a su nieto Omar Xavier,
que en ese momento tenía tres años, para que pudiera acercarse
a su abuelo desaparecido.
La energía de la pintora, que es miembro de la Asociación
Argentina Pro Derechos Humanos de Madrid, está puesta ahora en
su trabajo y en la esperanza de que, al menos en el caso del represor
Ricardo Miguel Cavallo, se haga justicia. Como miembro del grupo de tareas
de la ESMA el marino tiene responsabilidad en las desapariciones de su
familia, y como experto en los negocios sucios de la patota de Massera,
Malou no duda en que estuvo involucrado en la apropiación de las
tierras de su padre.
El amor por su esposo y por sus hijos y nietos es lo que le permitió
seguir viviendo y reclamar justicia, pero a la vez entender que era posible
apostar a nuevos proyectos. La lucha por la memoria, por los juicios
universales, el hecho de que a los genocidas se los castigue en cualquier
lugar del mundo también me hizo ver que tengo una lucha por delante.
Eso es lo que me dio fuerzas para pintar con tinta, para salir a buscar
el color, y ser más esperanzadora, relata.
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