Por
Sandra Russo
Uno
normalmente no se pregunta, no se detiene a averiguar y en consecuencia
no sabe si la planta de su propio pie derecho está cómodamente
instalada en el zapato, o si la piel del dedo gordo de ese mismo pie derecho
toma un contacto delicado y amistoso con la media de lana que nos hemos
puesto esta mañana. Este ejemplo se podría multiplicar por
mil. Uno tampoco sabe ni detecta en qué momento nuestra columna
vertebral ha abandonado su lógica y se ha rendido a una postura
que nos acalambra la espalda o nos hace sentirnos más pobres o
más débiles de lo que somos. Uno, en general, no se toma
en serio la percepción del propio cuerpo, ni la del tono muscular
que lo rige y que permanentemente fluctúa de la lasitud a la tensión
más drástica. Y en eso consiste la eutonía, una técnica
corporal desarrollada en Dinamarca por una ex bailarina alemana que cada
vez es más respetada por diferentes especialidades médicas:
los eutonistas, dotados de un amplio conocimiento de anatomía,
ayudan a sus pacientes a percibir y reconocer sus cuerpos y a corregir
sus desbordes.
Gerda Alexander nació en Alemania en 1908 y quiso ser bailarina,
pero una serie de ataques de fiebre reumática y una afección
coronaria se lo impidieron. En 1933 se radicó en Copenhague y allí
desarrolló una disciplina corporal que llamó eutonía
(significa buen tono) que se basa en la regulación
consciente del tono muscular: esa trama de base que no está sujeta
a la voluntad, y en la que intervienen estímulos neurovegetativos,
sociales y anímicos, de cuya descompensación surgen los
dolores articulares, cervicales, lumbares, las migrañas, esos malestares
físicos a veces difíciles de describir que llevan a mucha
gente a deambular por consultorios de traumatólogos o a tomar permanentemente
antiinflamatorios. Muchas veces son ahora los propios traumatólogos
o neurólogos los que derivan a sus pacientes a los eutonistas,
para que reciban la ayuda adecuada para aliviar sus dolores.
Nosotros no trabajamos con la imaginación, dice Edi
Gerber, eutonista recibida en la escuela que en la Argentina fundó
en 1987 Berta Vishnivetz, discípula de Gerda Alexander. De esa
primera escuela egresaron dos camadas de eutonistas que recibieron, como
Gerber, cuatro años de entrenamiento con profesores daneses, franceses
y suizos. Es preferible que la gente advierta, durante un tratamiento,
que no es capaz de percibir su cuerpo, a que imagine cosas. La eutonía
trabaja sobre la percepción real del cuerpo, en tres fases: la
percepción de la piel, de toda la piel como órgano extenso
y contenedor, lo cual sensibiliza, erotiza y abre compuertas; la percepción
del espacio interno de su cuerpo, que es todo lo que existe de la piel
para adentro, lo que permite identificar articulaciones, tensiones o malas
posturas; y la percepción de los huesos: los huesos en sí
mismos no tienen posibilidad de ser percibidos, pero sí el periostio,
una piel delgada que los recubre: se puede percibir así la forma,
el tamaño, el peso de un hueso. Esto ayuda enormemente, por ejemplo,
en casos de fracturas: la consciencia del hueso ayuda a su reconstitución,
dice Gerber.
Los eutonistas trabajan con el contacto: no necesariamente tocan a sus
pacientes, entienden por contacto su presencia y su propio registro del
otro. Pueden guiar con su voz la percepción del paciente, llevándolo
a un viaje por su interior en el que de pronto se hacen evidentes zonas
antesignoradas y acaso bloqueadas y doloridas. Y pueden también
ejercer el contacto con sus manos, pero en algo que difiere enormemente
del clásico masaje: es un toque minimalista, muy sutil, casi reservado,
en el que los tejidos y las articulaciones afectadas liberan tensiones
y a veces permiten ciertos estados de conciencia vagos, en los que, por
ejemplo, ese dolor de espalda se convierte en la visión de algo
que nos estaba angustiando, en el reconocimiento de un temor o en la aceptación
de un duelo.
Gerber, como otros eutonistas, trabaja con cañas de bambú
y pelotitas de tenis, que le sirven para indicar a las personas que trata
cómo facilitarse a sí mismas, también a solas, ejercicios
que les alivien el malestar físico que las llevó a la consulta.
El repertorio eutonista es amplio: hay quienes usan, por ejemplo, una
almendra para que, puesta en la barbilla y en un estado de relajación,
pueda ser percibido su peso en el mentón y, liberado de la tensión
que suele afectar a la mandíbula, alivie así dolores cervicales.
En los bebés, el tono muscular es flexible, variable, se
autorregula de acuerdo a las diferentes situaciones. Los bebés
son livianos y fuertes, y de alguna manera el objetivo de la eutonía
de devolver esa posibilidad de adecuación: poder ser dueño
de movimientos económicos, hacer físicamente el menor esfuerzo
posible, ya que en otros órdenes es tanto el esfuerzo que hay que
hacer.
El
secreter
Ecos
Es
fácil olvidar que una ambición comienza con un deseo,
y que un deseo tiene una historia. El hecho de desear a alguien
o desear algo (como el éxito académico) nos conecta
con el pasado. Mi éxito la realización de un
deseo siempre es un eco de encuentros pasados con mi propio
deseo. La ambición de estar caliente y bien alimentado que
tenía cuando era un bebé, por poner un ejemplo, puede
estar vinculada con mi ambición por obtener un buen expediente
académico o un título universitario. Las satisfacciones
pueden describirse como repeticiones y modificaciones de satisfacciones
anteriores: los placeres son ecos
(Adam Philips, en Flirtear.)
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sobre
gustos...
Por
Mario Wainfeld
Al
fútbol con los hijos
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la pasión de multitudes con los hijos es un programa fenomenal,
sin contraindicaciones a la vista. Toda ganancia. La forma superior
que uno curte poco, esclavo de su agenda y la de los vástagos
que crecen y también del apoltronamiento ante la tele
es ir a la cancha. Se puede hacer desde que alborea la vida, desde
que los pibes casi ni saben lo que es el fútbol, si se sazona
sabiamente el convite con panchos, cocas y maníes con chocolate.
Un soborno, diría un psicoanalista a la violeta. Una inversión
a largo plazo, concluiría un filósofo. Es que uno
sabe que está inoculando un virus virtuoso para toda la vida,
que en ese terreno el pibe cumplirá sin problemas
el mandato familiar y será de por vida gallina fanático,
como su padre, como su abuelo. La camiseta de fútbol viene
a ser la última identidad perdurable que llevamos a cuestas
en esta tierra de inmigrantes. Mis abuelos eran judíos practicantes;
mi viejo casi nada, nada yo y mis hijos son miti y miti. De las
identidades políticas, ni hablar... no alcanzaría
esta columna ni toda la página. En gustos, en músicas,
en referencias culturales o ideológicas... cambia, todo cambia.
Pero si usted encuentra un Wainfeld por ahí, en 1950, en
1990 y, le apuesto lo que quiera que en 2050 también, será
de River.
Desde luego lo que complacen son las glorias, los campeonatos compartidos,
las vueltas olímpicas en el Monumental. Pero también,
señores, mora una noble belleza y hasta un capital estratégico
en la derrota. Fui con Manuel y Lucas (por entonces 14 y 12 años)
a ver el fatídico Argentina 0 Colombia 5. Yo quería
pirarme de la cancha antes del final, los chicos quedarse (esos
debates son todo un tema). Nos quedamos, por añadidura, bien
cerca del arco donde los colombianos embocaron 4. Estábamos
sin auto así que tocó caminata en medio de un velorio
masivo y regreso en un bondi que no se lo regalo a nadie. En medio
de ese marasmo, los pibes se conjuraron para no hacer dos cosas:
criticar a los jugadores de su divisa y llorar. Cumplieron, desde
Núñez a Palermo. Fue duro, créanme, pero cuando
llegamos pensé por primera vez se están haciendo
hombres.
Ellos siguen en eso y uno también. En el ínterin,
renovando (quedan muy pocas otras) una rutina que compartí
con mi viejo, seguimos enbroncándonos, inventando cábalas,
compartiendo malas y buenas tardes. Pocas rutinas, pocas novedades
empardan el placer de repetir discusiones o chicanas interminables.
Debates sobre algún jugador propio que, empero, alguno odia
y otro ama. Lo que detona el esquizofrénico fenómeno
de un gol propio que es festejado por algunos parientes burlándose
del otro, aquel que ninguneó al contingente goleador un minuto
o un lustro atrás.
En la cancha es el éxtasis. Por tele más light. Pero
siempre, siempre, una fiesta de aquéllas.
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