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Catástrofes

Por Antonio Dal Masetto

La reciente erupción del Etna dio motivo para una charla inédita en el bar: las catástrofes y la actitud de la gente ante las furias desatadas de la naturaleza. Esta noche nos visita don Eliseo el Asturiano que como se sabe anduvo mucho y muy variado mundo.
–Me tocó pasar una larga temporada con una gente que estaba signada por las catástrofes –nos cuenta–. Primero fue una plaga de langostas. Me acuerdo de que era mediodía y de pronto se hizo de noche. Las langostas se devoraron todo, no sólo los cereales de los campos, sino incluso los malvones de las macetas y la ropa colgada en los alambres de los patios. Cómo serían de temibles las malditas que mi perro se metió bajo la cama y estuvo una semana sin salir porque no conseguía convencerlo de que las langostas ya no estaban. Lo importante de aquella experiencia fue la unión de la gente. Cuando las langostas volaron a otra parte, lo primero que hicieron fue levantar el puño e insultar al cielo por la desgracia que les había mandado. Después se pusieron a trabajar hombro con hombro para recuperar lo que se había perdido.
–Hermoso ejemplo de tenacidad –comentamos.
–Un tiempo después les tocó una inundación de esas que se ven una sola vez en la vida. Había llovido días y días. Los ríos desbordados se llevaban casas, árboles y animales. Todo pasaba flotando. Flotaban hasta las piedras. Los que tenían casas más altas y más sólidas les daban albergue a los demás y permanecían refugiados sobre los techos, repartiéndose los pocos alimentos que les quedaban con absoluta ecuanimidad. Habían subido también a los animales que pudieron salvar y cada uno de esos techos parecía el Arca de Noé. Cuando por fin se retiraron las aguas, levantaron los puños e insultaron al cielo por la desgracia que les había mandado. Después se pusieron a trabajar ayudándose unos a otros y nadie descansó hasta que cada cual recuperó lo que había perdido.
–Nuevo y bellos gesto el que acaba de contarnos.
–Y luego les tocó el terremoto. Para qué les voy a contar; la tierra se sacudía como una alfombra y se abrían una grietas terribles que se tragaban todo. Hasta se tragaron la iglesia, enterita, no quedó ni la punta del campanario. Para ser gráfico, aquella pobre gente quedó bien culo al norte. Cuando regresó la calma, una vez más levantaron los puños, recontrainsultaron al cielo y después se pusieron a trabajar codo a codo para reconstruir lo que se había perdido.
–Tercer ejemplo de fortaleza y solidaridad.
–Si bien todas esas desgracias son terribles, por fortuna son pasajeras y los hombres ayudándose unos a otros siempre saben cómo salir del paso. Pero llegó el fatídico día en que les tocó una catástrofe que sin duda es la madre de todas las catástrofes. No los invadió la langosta, no los arrasó el agua, la tierra no se abrió bajo sus pies. Lo que se abatió sobre ellos fue mucho más espeluznante y siniestro: recibieron la visita de los especuladores financieros. Y no fue un ataque ruidoso como los de la naturaleza, fue lento, sistemático y callado. Poco a poco se les fue deteriorando la industria, el comercio, la educación, el sistema de salud, todo. La gente no tenía idea de cómo debían reaccionar ni qué debían hacer. No podían levantar el puño al cielo y maldecir e insultar, porque ignoraban de dónde venía el golpe. Empezaron a tener miedo y a desconfiar unos de otros. Con esta peste les pasó lo peor que podría haberles pasado, se encontraron divididos. El otro se había convertido en el enemigo. Como no entendían lo que les estaba pasando, pensaban que la culpa la tenía el vecino, sobre todo si se trataba de alguien con alguna diferencia. Porque era rengo, porque era bajo, porque era rubio, porque era morocho, porque era joven, porque era viejo, porque no era del lugar. Y la peste se trasladó también a las casas: esposa contra esposo, hermano contra hermana, padre contra hijo. La cuestión es que se fueron volviendo cada vez más pobres y más solos, y deambulaban por las calles, taciturnos, andrajosos y humillados. Cuando me fui de ahí seguían en la misma, porque a diferencia de las otras catástrofes ésta de los especuladores financieros es de las que llegan, se instalan y no parten a buscar nuevos domicilios hasta que no hayan conseguido dejarte como limón exprimido.
–Qué lo retiró, esa sí que es una verdadera catástrofe, crucemos los dedos para que nunca se le ocurra hacernos una visita –decimos todos.

 

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