Por
Alejandra Dandan
Nuevamente
Fuerte Apache se trasformó en escenario de guerra. Estamos
preparados para un nuevo ataque, repetía el subinspector
Nicolini frente a uno de los teléfonos de la comisaría de
Ciudadela Norte, convertida a esa altura del día en territorio
bélico. La Bonaerense había desplazado hasta ahí
a un comando del grupo Halcón y a un ejército de unos veinte
patrulleros. La amenaza seguía latente. Algunas horas antes, el
frente de la comisaría había sido agujereado por las balas
de proyectiles FAL y ametralladoras de una de las bandas más fuertes
del complejo. Era una venganza. Los Backstreet Boys nombre elegido
por el grupo vengaban en ese ataque la muerte de José Luis
Romano, el jefe de una de las treinta bandas que aún sobreviven
en el Fuerte. El mismo que a esa hora despedían sus amigos, al
otro lado del Fuerte.
Es un clásico, dijo el comisario Hugo Alí parado frente
a la comisaría abarrotada de policías y patrulleros: En
un rato más, cuando saquen al muerto van a escuchar cómo
lo despiden a los tiros, adelantó.
El muerto estaba en la parroquia Santa Clara, la capilla ubicada en medio
del Fuerte entre las torres
que aún quedan en pie en el complejo. Ahí mismo, uno de
los frailes terminaba el responso de Joselo, como solían llamarlo.
El chico tenía 23 años y un expediente digno de un hombre
de cincuenta. La policía le adjudicó la jefatura de dos
bandas y para el comisario Alí, fue uno de los responsables del
asalto comando a la Banca Nazionale del Lavoro de la semana pasada. Joselo
murió el sábado a la mañana. A las 8.30 un ex sargento
de la Federal le disparó. De acuerdo a la información de
la fiscalía de Daniel Cangelosi, a cargo de la instrucción,
el disparo fue en legítima defensa porque el joven habría
intentado robarle a él y a Mario Ortiz, otro vecino de la zona
que a esa hora viajaba en su coche y estaba parado en la esquina de Madero
y Pueyrredón, en Liniers.
¡¡¡Por esta muerte van a caer dos rati!!!
La policía oyó ese grito el domingo poco después
del mediodía. Estaban esperando la venganza. Varios vecinos
nos previnieron que iba a haber un ataque, explicó ayer Alí
frente a las cámaras.
Además hubo otra señal clara para el grupo de diez policías
que esperaban adentro. La placita de Paso y Pasteur frente a la comisaría,
estaba vacía: los chicos del barrio no estaban jugando. A las dos
se desató un ataque tan real como los ocho impactos de bala que
agujerearon un patrullero, el frente de la comisaría y otros dos
autos particulares de Alí. Otros seis marcas de balas cayeron bajo
las ventanas de los vecinos de la seccional. Todo en tres minutos.
En la sucesión de hechos, tal como fue relatada por la policía
y por la fiscalía, no existe una lógica clara que explique
el odio de la gente del Fuerte contra la Bonaerense y no, en todo caso,
contra un objetivo de la Federal, desde donde salió el hombre que
mató a Joselo. Se la tomaron con nosotros, en venganza de
la muerte de su cabecilla porque somos fuerza de seguridad, dijo
ayer Alí buscando alguna explicación. Desde su comisaría
venían investigando los pasos de la banda, sobre todo después
del asalto de la semana pasada a la Banca Nazionale del Lavoro. Romano
fue filmado por ese hecho y ahora investigaremos si las armas disparadas
son las usadas en ese asalto también, adelantó el
comisario.
Cuando lo mataron, llevaba un arma calibre 9 milímetros que de
acuerdo a esta línea de la investigación,
fue usada también en ese robo. De todos modos, para la gente del
Fuerte la muerte del líder de los Backstreet Boys fue tan irracional
como la columna de uniformados que terminó cercándolos ayer
a lo largo de todo el día. Mientras un puñado de seis autos
y un micro repleto de vecinos se desplazaban en caravana hacia el cementerio,
dos combis del grupo Halcón los siguieron a una prudencial distancia
de cien metros. Si ustedes quieren meterse ahí les
advirtieron a los fotógrafos vayan solos: nosotros no les
garantizamos nada. Los fotógrafos habían pedido custodia
policial para entrar al complejo. Comono la consiguieron esperaron y se
sumaron a la caravana durante el viaje al cementerio.
No bastaban los escuadrones reforzando la seguridad en la comisaría:
en la puerta del cementerio aparecieron otros cien uniformados con otras
veinte patrullas para vigilar y amordazar cualquier nuevo atentado.
Allí mismo, frente a la tumba del muerto estaban todos sus familiares,
excepto dos: sus hermanos. Los dos están detenidos, acusados por
la muerte de otro policía. El agente Gastón Hertel fue asesinado
el 24 de diciembre cerca de Fuerte Apache cuando intentaba identificar
a los hermanos. Ayer los hermanos Romano le pidieron permiso a un juez
de ejecución para participar del entierro. Fuentes judiciales aseguraron
que el permiso fue denegado.
Un
prontuario de película
José
Luis Romano tenía 23 años y un prontuario que para algunos
penalistas parece demasiado difícil de articular en tan pocos
años de vida. De acuerdo a los datos de Hugo Alí, comisario
de la seccional de Ciudadela Norte, manejaba dos de las treinta bandas
que aún quedan en pie en Fuerte Apache. Además, cargaba
sobre su espalda una fuga. Desde hacía unos meses tenía
pedido de captura por la huida de una cárcel en Tucumán
donde estuvo detenido junto a otras nueve personas por el asalto a
un banco en junio del año pasado.
Para la policía, Romano era un especialista en robo de bancos.
Durante ese operativo sobre el banco tucumano, se descubrió
que su banda era más astuta que la media: usaban el sofisticado
sistema de correo para los envíos de fusiles y granadas.
Pero después de Tucumán, las andanzas continuaron. El
miércoles pasado, de acuerdo a la información difundida
por la policía de Ciudadela, el joven había participado
del asalto a la Banca Nazionale del Lavoro de la sucursal Mataderos,
donde un agente de policía quedó herido por una lluvia
de doce balazos.
Pero aquí no terminan los antecedentes que lo sepultaron. El
líder de Los Backstreet Boys comandó además La
Banda del Chicle. La banda usaba los chicles más pegajosos
que encontraban a mano para cambiar los números de las patentes
de los autos cuando los acondicionaban para un robo. |
FUERTE
APACHE ENTRE LA FRUSTRACION Y LA VIOLENCIA
Nada
cambió tras la implosión
Nada
ha cambiado demasiado en el barrio Ejército de los Andes Fuerte
Apache para las crónicas policiales desde aquel día
de noviembre de 2000 cuando se derrumbaron por implosión dos nudos
del complejo, equivalentes a seis torres de diez pisos. El espacio verde
que las autoridades habían prometido en el lugar de la demolición
es, en realidad, un espacio gris, otra promesa incumplida que contribuye
a alimentar la frustración en la gente del barrio.
Muchos de los ex habitantes de los nudos 8 y 9, demolidos por el Ejército,
se reubicaron en departamentos del mismo barrio. Otros buscaron nuevo
horizonte en el segundo cordón del conurbano, una casita con terreno
sin demasiadas pretensiones, a la medida de los 22.000 pesos que recibieron
como indemnización.
Un tercer grupo buscó refugio en alguna villa de la ciudad de Buenos
Aires o del conurbano.
El barrio fue construido en la década del 60 y se inauguró
en 1972. Lo bautizaron los militares como Ejército de los Andes
pero la gente prefirió llamarlo Padre Mujica: sus primeros habitantes
provenían, en su mayoría, de la villas de Retiro, donde
el cura tercermundista tenía su base de operaciones. Finalmente,
ambos nombres sucumbieron frente al cliché creado por aquel notero
sensacionalista que fue José de Zer: Fuerte Apache. La segunda
gran ola de pobladores llegó antes del mundial de 1878, producto
de la limpieza demográfica del intendente de la dictadura,
Osvaldo Cacciatore.
El barrio, ubicado en el partido de Tres de Febrero, a cuatro cuadras
de la General Paz, se convirtió en una verdadera ciudad: trece
nudos de tres torres cada uno, unidas por tiras de edificios
de tres pisos, que llegaron a reunir más de 100.000 habitantes,
siempre según estimaciones.
Con los años, Fuerte Apache fue ganando fama de barrio violento.
Y su geografía le dio características de impenetrable: así
como el Estado fue abandonando a su suerte a sus habitantes, convertidos
en ciudadanos de tercera, tampoco la policía fue capaz de ingresar
al barrio, para patrullarlo, y solo se valió de sus incondicionales
aliados, los soplones. Así nació la otra fama, la de refugio
de delincuentes, de la que hoy se siguen quejando algunos de sus habitantes.
La solución que encontró, en 1996, el entonces gobernador
bonaerense Eduardo Duhalde, fue demoler el barrio o parte de él,
como una estrategia para terminar con el delito: la culpa era de esos
edificios, más que de las condiciones que creaban los focos delictivos.
Esa amenaza, que naufragó por decisión judicial, escondía
otra razón: algunos de los edificios del complejo estaban agrietados
y su estructura corría riesgo de derrumbe. Todos los edificios
tienen grietas, caños rotos y las aberturas en falsa escuadra porque
fueron construidos con materiales de segunda. Pero los nudos 8 y 9 corrían
peligro de derrumbe, relató a Página/12 el concejal
Marcelo Ajuria, titular del bloque del ARI en Tres de Febrero.
Según el edil, los habitantes del barrio fueron estafados varias
veces: Cuando les entregaron esos edificios, cuando los indemnizaron
a todos por igual, propietarios y ocupantes, y cuando a los que quedaron
les prometieron mejoras que nunca se hicieron.
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