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Hugo Banzer Suárez, así en la dictadura como en la democracia

Su régimen inauguró lo que sería el Plan Cóndor y después se transformó en el arquitecto del sistema político boliviano.

Por Verónica Gago

Hugo Banzer Suárez fue el gran artífice de la política boliviana durante los últimos treinta años. El ex dictador logró aggiornarse, en tiempo y forma, a los momentos políticos de su país: supo esperar hasta el quinto intento para acceder al sillón presidencial por la vía democrática después de haberlo ocupado, 26 años antes, a fuerza de bala; mientras tanto, hizo y deshizo a su antojo la trama de la política local que funciona por una complicada red de pactos y alianzas entre las cúpulas partidarias. Pero la supervivencia de Banzer es inseparable de otros factores; entre ellos, el viraje neoliberal de parte de la izquierda boliviana que terminó aliada con quien fuera su enemigo número uno.
A Banzer siempre le gustó ligar su vida a la Argentina: alguna vez dijo haber pasado aquí sus años más felices. Fue compañero del Colegio Militar de Domingo Antonio Bussi, uno de sus émulos en el país que logró ganar una elección democrática después de haberse desempeñado en la dictadura militar. En 1971, de vuelta en Argentina, Banzer se preparó para dar el golpe de Estado el 21 de agosto de ese año, ayudado por el gobierno de Estados Unidos y las dictaduras argentina y brasileña, en un ensayo de lo que sería el Plan Cóndor. El gobierno de Agustín Lanusse le entregó 20 millones de dólares para financiar la hazaña constituida por una concertación de dos fuerzas políticas aparentemente irreconciliables: el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y la Falange Socialista Boliviana. Desde entonces, Banzer se considera un conciliador nato.
Nada mejor que un árbitro para las coyunturas que propicia la Constitución boliviana en tiempos de democracia. La normativa indica que los candidatos presidenciales que no obtienen el 51 por ciento de los votos deben someterse a la decisión del Congreso, lo que da lugar a una trama de ofertas y contraofertas para formar las coaliciones partidarias que definan, finalmente, al ganador. En esa historia de acuerdismos se tejen traiciones, despechos e infidelidades donde Banzer practicó a diestra y siniestra –literalmente hablando– sus habilidades, valiéndose de su propio partido fundado en 1979, Acción Nacionalista Democrática (ADN). Esa particular dinámica política permitió en 1989 la inédita alianza entre el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) y el ADN de Banzer, lo que aseguró que, ocho años más tarde, Banzer alcanzara por vía democrática la presidencia del país. Pero, por entonces, gracias a que el MIR pactó con quien combatió furiosamente en los ‘70, el mirista Jaime Paz Zamora accedió a la presidencia. La situación desesperó a muchos de los militantes de ambos bandos que, asombrados por la pirueta, sintieron traicionados los principios históricos y fundantes de sus partidos.
En Argentina, en cambio, el fenómeno de las mutaciones ideológicas de militantes que pertenecieron a organizaciones revolucionarias sucedió a menor escala. No se produjeron alianzas orgánicas de magnitudes con ex golpistas. Pero no faltan excepciones que confirmen la regla. Allí están los casos de Rodolfo Galimberti, Fernando Vaca Narvaja y Roberto Perdía, ex dirigentes de Montoneros, y Patricia Bullrich, dirigente de la Juventud Peronista, que se transformaron en operadores políticos del menemismo y, en el último caso, en funcionaria del delarruismo. Pero, a diferencia de lo ocurrido en Argentina, sólo en Bolivia la ingeniería política logró transformar en convivientes a quienes alguna vez se enfrentaron a muerte.
Meses antes de firmar el “Acuerdo Patriótico” con Banzer, el líder izquierdista Jaime Paz Zamora, dijo que al MIR y al ADN del general los separaba “un río de sangre”. Al tiempo, cuando hubo que explicar la reconciliación, Paz Zamora ensayó una metáfora poco feliz: “tendimos puentes democráticos sobre los ríos de sangre”, ilustró. El MIR hoy explica el episodio en su página web: “Para el MIR el entendimiento con elGral. Hugo Banzer no dejó de ser una acción delicada porque todavía subsistían visiones de confrontación excluyentes que impedían asimilar la reconversión cultural de la política boliviana. Sin embargo, para el país, el acuerdo MIR-ADN produjo la ruptura de la lógica del antagonismo que caracterizó al Estado de la Revolución Nacional (entre 1952-1982) y permitió a todos los actores del sistema político iniciar un largo período de acuerdos, pactos, alianzas y diálogos, fuera de la guerra de posiciones a la que acostumbraron al país el MNR y las dictaduras”. El acuerdo “entre el gallo (símbolo histórico del MIR) y el general” no sólo rebeló a los electores de cada partido, sino que produjo una gran corrida financiera y cierta inquietud en las Fuerzas Armadas. Entretanto, reivindicar la madurez de la clase política boliviana para lograr acuerdos fue una eficaz fórmula del olvido a favor de Banzer, quien fue acusado de 100 desapariciones (incluidas 40 en la Argentina y tres en Chile), 39 asesinatos, 429 muertes en enfrentamientos y masacres y 100 torturados.
Cuando asumió en 1997, Banzer continuó la política económica de su predecesor del MNR, Gonzalo Sánchez de Lozada, quien se hiciera famoso por hablar el castellano con acento inglés. En todo caso, Banzer no hizo más que reanimar los lineamientos de otro viejo acuerdo: el “Pacto por la Democracia” que en 1985 firmó junto al presidente por el MNR, Víctor Paz Estenssoro, lo que le permitió a éste aplicar una dura política económica manteniendo la estabilidad política del país y sentando las bases de la modernización neoliberal para Bolivia. Había sido ese año, 1985, cuando Banzer ganó por primera vez las elecciones pero el MIR todavía prefería “el mal menor” y apoyó a Estenssoro en el Congreso, lo erigió presidente y Paz Zamora entró como vice. Pero Banzer no quedó fuera de juego porque el “Pacto por la Democracia” lo incorporó en una suerte de cogobierno.
Aun cuando Banzer nunca superó el techo electoral del 24 por ciento de los votos, ha dejado su huella –y de ello se jacta– como implacable concertador de fuerzas en democracia, un equilibrista político en un país que tiene el récord de golpes de estado. Este reciclaje le permitió volver a la Argentina varias veces en calidad de presidente: primero para aplaudir el Mundial del ‘78, y luego para visitar varias veces a Carlos Menem, con quien dijo que lo unían tres principios: “la oportunidad, la dignidad y la institucionalidad”. Ahora Banzer se retira, vestido de militar, testimoniando esas particulares continuidades de la democracia.

 

 

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