Por Martín
Granovsky
No hubo ningún
ofrecimiento de los Estados Unidos, dijo ayer a Página/12
un alto funcionario de la Cancillería. Hablaba de una de las propuestas
más disparatadas de los últimos tiempos: la idea del financista
David Hale de conceder territorio argentino para una base norteamericana
que pueda insertarse en el proyecto de la Casa Blanca de una Guerra de
las Estrellas. A cambio, la Argentina tendría asegurada ayuda financiera.
Ni el Presidente ni el canciller están analizando esa propuesta,
sencillamente porque no existe, comentó el funcionario, previa
conversación telefónica con Australia, donde está
de gira el ministro Adalberto Rodríguez Giavarini.
Hale es economista jefe del Zurich Group, una monstruosa financiera que
administra 440 mil millones de dólares en acciones, bastante más
que los 280 mil millones del Producto Bruto Interno argentino. Repitiendo
un argumento que había escrito en The Financial Times, el último
domingo Hale contó a Folha de Sao Paulo que hace dos semanas
estuve en el Pentágono y allí me dijeron que precisaban
bases en todo el mundo para el proyecto. Según Hale, la
Argentina podría aportar una de las bases para el plan de
Bush, conocido como Escudo Antimisiles. Si existiese un interés
militar de los Estados Unidos en el país, muy probablemente el
mercado rebajaría sus percepciones de riesgo, se entusiasmó
Hale, para quien Washington trató financieramente mejor a Corea
del Sur y Turquía que a Tailandia e Indonesia.
La instalación de una base de ese tipo sería una medida
innecesaria, ociosa y perjudicial, dijo a este diario el diputado
aliancista Marcelo Stubrin, presidente de la Comisión de Relaciones
Exteriores. Es un proyecto ridículo, criticó.
No está en consideración por el Gobierno, donde no
sería aceptado ni sería aceptable, y además la democracia
argentina tiene un compromiso con una región convertida en zona
de paz.
El periodista Joaquín Morales Solá citó ayer una
opinión oficial según la que una base del escudo antimisiles
o un simple lugar de entrenamiento para ese plan convertirá
a la Argentina, en el acto, en un objetivo nuclear.
¿Lo llamó a usted el Departamento de Estado para sondearlo
por una posible base en la Argentina? preguntó por teléfono
Página/12 al embajador en Washington Guillermo González.
No. Ni recibí ninguna indicación ni fui consultado
por el Departamento de Estado, el Departamento de Defensa o el Consejo
de Seguridad Nacional.
Sin duda Hale, y algunos amigos suyos que, whisky en mano, tantearon informalmente
a funcionarios argentinos, trabaja con una falsa ilusión doméstica:
cambiar favores estratégicos por un pago material inmediato, y
en dólares. Ya que la abuela se quedó sin joyas, llegó
el momento de vender a la abuela. Pero la idea choca con la realidad:
La Argentina es aliada extra-OTAN.
Brasil y México no lo son. El riesgo país argentino es mayor
que el de Brasil y México.
El Departamento de Estado siempre
considera que los compromisos estratégicos con los Estados Unidos
son un deber de la Argentina y no un título que pueda canjearse
en el mercado del toma y daca. En 1991, el Gobierno argentino pidió
a Washington favores especiales porque había suspendido una exportación
nuclear a Irán. James Walsh entonces encargado de negocios,
hoy embajador aquí contestó por escrito que suspender
el embarque era lo que la Argentina debía hacer.
El vocero del Gobierno, Juan Pablo Baylac, negó a este diario que
la idea de una base para la odisea del espacio se tratara ayer en la reunión
de gabinete.
Ni siquiera la mencionó el ministro de Defensa, Horacio Jaunarena,
en una larga exposición sobre cómo se propone reducir en
varios años el gasto en salarios, que hoy insume el 85 por ciento
del total, hasta llevarlo a un 65 por ciento, para destinar al funcionamiento
el 35 por ciento y no el 15 de hoy. No hay defensa sin Estado ni
Estado sin defensa, dijo Jaunarena a sus colegas, pero aclaró
que las hipótesis de conflicto en el Cono Sur se habían
desvanecido. Según informaciones del Ministerio de Defensa, desde
el comienzo de la democracia, en 1983, hasta el 2000, el gasto en Defensa
pasó del 4 por ciento del PBI al 1,25 por ciento. En Brasil bajó
al 1,8; en Bolivia al 1,9 por ciento; en Chile al 3,9 por ciento; en Paraguay
al 1,3 por ciento y Uruguay al 1,4 por ciento. Los ministros vieron ayer
a Jaunarena más preocupado en unificar las obras sociales militares
que en negociar una base con el Pentágono.
Para qué quieren
el escudo
Por Claudio Uriarte
El proyecto de defensa antimisiles de George W. Bush es lo
más lejos que Estados Unidos haya llegado jamás a
una estrategia de superioridad militar absoluta. Esto es así
porque aspira a borrar del mapa la capacidad disuasora nuclear de
los Estados rivales, cubriendo el territorio norteamericano de un
escudo inexpugnable que le permitiría al Pentágono
-al menos teóricamente descargar un primer golpe nuclear
sin temor a represalias. Por eso es rechazado al unísono
por dos potencias nunca demasiado unidas entre sí como Rusia
y China, y por eso es cuestionado en Europa por Alemania y Francia.
El primer paso del escudo, que romperá el acuerdo ABM con
la ex URSS, probablemente este mes, es la construcción de
una base de misiles antimisiles en Alaska. Simultáneamente,
se necesitará una puesta a punto tecnológica de dos
estaciones cruciales de radar: la de Fylingdales, en el norte de
Inglaterra, y la de Thule, en el noroeste de Groenlandia. Desde
luego, el Pentágono de Donald Rumsfeld niega virtuosamente
que esté buscando la superioridad absoluta, y argumenta que
el escudo es necesario para contrarrestar la amenaza de los llamados
Estados paria, como Corea del Norte, Irán, Irak,
Libia o Afganistán, pero puede apostarse dinero a que Rusia
y China van a reanudar la carrera armamentista para hacer el trabajo
del escudo más difícil, mientras EE.UU. halla otro
ariete en Asia bajo la forma del nuevo potencial nuclear indio.
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