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Discépolo, el profeta amargo de
un país que es un “Cambalache”

La obra �La cicatriz ajena� utiliza textos de Discepolín y su hermano Armando para un collage tanguero y filosamente melancólico.

Enrique S. Discépolo, lúcido
observador de una época tormentosa.
La obra cita tangos como “Yira yira”,
“Chorra” y “Malevaje”.

Por Cecilia Hopkins

El centenario del nacimiento de Enrique Santos Discépolo y el 30º aniversario de la muerte de su hermano Armando fueron las influencias del actor Héctor Giovine a la hora de escribir La cicatriz ajena. La obra es poco convencional. Es más bien “un collage de ideas, de sentimientos, de emociones dando vueltas en el ventilador del mate”, según el propio autor y actor, que hace suyas palabras de Discepolín, el más joven de sus inspiradores. Según esta estructura de patchwork, entonces, el espectáculo juega a entretejer en colorida urdimbre una multitud de citas, algunas sumamente conocidas y otras mucho menos transitadas. Se trata de textos que, en su mayoría, fueron desgajados de letras de tango e intervenciones radiofónicas de Enrique Santos, así como de obras de Armando Discépolo, como Stéfano y Babilonia. Entre ambas fuentes, Giovine construye un discurso que asumen los tres personajes principales, interpretados por él mismo, Víctor Hugo Vieyra y María de la Paz Pérez. A modo de servidores de escena con cierto valor simbólico, dos actores (Enrique Papatino y Fernando Martín) secundan al trío en la gran cantidad de escenas que componen. A un costado musicaliza cada segmento el pianista Norberto Califano. Entre diálogos hablados o cantados, se conforman breves cuadros que se intersectan o permanecen independientes entre sí, retomándose en algunos casos.
En todas las situaciones que plantea, usando palabras de uno y otro Discépolo, el espectáculo retrata a un mismo hombre, capaz de percibir su entorno con lucidez y sacar conclusiones con amarga ironía. Convencido de que nadie escapa a representar apenas la mueca de lo que se sueña ser, este hombre sabe que existen amigos que desaparecen a medida que los bolsillos se vacían, e ironiza acerca de las injusticias que acechan a cada paso porque “la razón es la del que tiene más guita”. Seguramente por eso, esta presencia que se multiplica en escena juega a imaginarse a sí mismo entrenando a sus propios hijos en las estrategias del robo, para que no queden desamparados cuando ya no esté para cuidar de ellos. Pero en el fondo, el lirismo lo tienta y se queja de que “ya no hay tiempo para mirar el cielo”. Es que el mundo que habita este personaje es esa “tierra maldita, incendiada por los cuatro costados”, en donde “el hombre mecánico desplaza a la humanidad” y “el pan es un artículo de joyería”. Un mundo que, finalmente, avanza tan velozmente que corre el riesgo de verse obligado a retornar al punto de partida y comenzar de cero.
La dirección de Enrique Dacal apuesta a entremezclar gestos y comportamientos que aluden a lo circense, al teatro de variedades y el mundo de la radio de fines de los 30, cuando Enrique Santos interpretaba a El pobrecito Zanata, aprovechando sus dotes de charlista. El mayor de los inconvenientes que plantea una estructura fragmentaria como ésta reside en su extensión desmedida. Tantos textos y retazos de canciones y tangos .-se cantan o dicen versos de “Yira Yira”, “Esta noche me emborracho”, “Malevaje”, “Uno”, “Chorra”, entre muchos otros– componen un material tan frondoso que hace muy difícil la tarea de no repetir situaciones o atmósferas.

 


 

LA MUESTRA “CIEN AÑOS DE HOMENAJE”
El hombre que iba y volvía

”Mi vida siempre fue un ir y volver”, aseguraba el autor de “Cambalache”. “Como los criminales, los cobradores y los novios, regreso siempre”. Una muestra homenaje, organizada por la Dirección de Museos, Patrimonio y Arte de la Secretaría de Cultura y Medios de la Nación, intenta desde la semana pasada reflejar su mundo íntimo, el ambiente de su creación. La exposición 100 años de homenaje (1901-2001), que permanecerá abierta hasta el 26 de agosto en el Palais de Glace (Posadas 1725, de 13 a 21 de martes a domingo, y los viernes hasta la 1 de la madrugada), propone además un recorrido por su obra, en las distintas facetas: como escritor, dramaturgo, actor, poeta y periodista. Allí se pueden ver, entre otras perlas:
El piano con el que se acompañaba, a veces para imaginar la música de sus letras.
Exhibiciones de algunas de las películas en las que participó, como El hincha.
Los programas de sus obras teatrales y los monólogos para el micro radial “Pienso y escribo”    en que confrontaba sus ideas con un personaje apodado “Mordisquito”.
Objetos personales, como manuscritos, ropa, bocetos, una máquina de escribir, su libreta de    enrolamiento, fotos familiares, partituras, discos, y una fonola de los años 30.
“Le duele como propia la cicatriz ajena” es una frase del tango “Discepolín”, de Homero    Manzi-Aníbal Troilo.
Una serie de gigantografías que ilustran su biografía.

 

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