Por Diego Fischerman
En su espectáculo dedicado
al universo musical de la España de la Edad Media, Jordi Savall
profundiza una línea que caracterizó toda su carrera pero
que, en este caso, toma ribetes inquietantes: la noción acerca
de que las prácticas musicales de la Europa medieval y sobre
todo en España y el sur de Italia estaban absolutamente impregnadas
de la cultura árabe. La fundamentación está edificada
a partir del hecho de que casi todos los instrumentos occidentales son
de origen oriental (el oud que pasó a Europa como laúd,
el rehab como rebab o rabel) y que muchas de las formas musicales europeas
documentadas en crónicas medievales (incluyendo la imitación
improvisada que un instrumento hace de lo que cantó antes la voz,
citada en El Cantar de Roland) son muy similares a otras que aún
subsisten en Persia o en el norte africano. El paraíso perdido
al que alude el título del espectáculo remite a una Iberia
en la que las culturas cristiana, árabe y judía coexistían
y se interpenetraban. El resultado obtenido por Savall y su grupo, es,
por supuesto, una suerte de invención. No hay allí ninguna
intención de reconstrucción sino, más bien, la de
jugar a un juego altamente especulativo. Las interpretaciones de Hespèrion
XXI son, ante todo, modernas. Y el uso de instrumentos antiguos ocupa
el lugar, literalmente, de punto de partida.
Savall proyecta la idea de diáspora en dos direcciones: la espacial
y la temporal. Están por un lado esos desplazamientos donde, a
partir del decreto con el que los Reyes Católicos echaron a los
judíos de España en 1492, una cultura más o menos
asentada en un lugar fue a parar a Turquía, Grecia, Bosnia, Portugal,
los Países Bajos e incluso América. Por el otro, existe
el deslizamiento en el tiempo: viejas canciones y romances que aún
se cantan y otros más modernos que, en la misma tradición,
se fueron agregando a lo largo de los siglos transcurridos. Los textos
muestran adherencias (El Rey de Francia es la adaptación
de una balada griega, Por qué llorax blanca niña
es la mezcla entre la versión española de La boda
estorbada, una antigua canción de origen incierto, y la balada
griega La mala madre).
Tanto las mudanzas geográficas como las temporales fueron transformando
ese material primigenio y la apuesta de Savall pasa por explicitar un
continuo cultural que, en principio, o no está o hay que suponer
implícito. Por ejemplo, en la instrumentación no agrega
un piano o una guitarra eléctrica. Pero, en cambio, no tiene ningún
problema para usar arcos más modernos que los modelos de liras
o vielas elegidos, para incorporar un arpa barroca junto a la medieval,
un tambor renacentista (tocado con las manos, a la usanza oriental) o
un improbable sarod del norte de la India. De la misma manera, Driss el
Maloumi toca el oud de una manera moderna, incluyendo armónicos
y otras técnicas que, hasta donde se sabe, no aparecen documentadas
en ninguna fuente medieval, ni oriental ni occidental. Entonces, ¿qué
es lo que diferencia a Hespèrion XXI de los disparates à
la Cecil B. De Mille? ¿Hay en este caso un rigor mayor que el podría
encontrarse en una fantasía hollywoodense? La primera respuesta
posible implica el placer de la audición. Montserrat Figueras,
aún a pesar de su desastrosa dicción (nunca fue posible
entenderle nada de lo que canta y ahora tampoco), maneja a la perfección
la alquimia entre cierto gesto popular que utiliza con meditada seducción
y el estilo de canto antiguo, aprendido en la Schola Cantorum Basiliensis
(la meca para quienes quieren estudiar música antigua y el lugar
donde ella y Savall dieron su primera forma al entonces Hespèrion
XX). Pedro Memelsdorff desarrolla con la flauta dulce infinidad de recursos
de articulación, dinámicos y de fraseo y logra un estilo
de inusual complejidad. Tanto Driss el Maloumi como Ken Zuckerman muestran
un apabullante dominio del oud y el sarod y Begoña Olarvide y Arianna
Savall, en el salterio y el arpa, se desenvuelven con solvencia. La riqueza
musical, la imaginación, la sutileza en el logro de climas que
rondan la magia, convierten a este espectáculo del grupo de Savall
en una experiencia única y conmovedora, más allá
de la posible verdad histórica.
La segunda respuesta se relaciona con principios teóricos. Nadie
puede asegurar que alguna vez en la España medieval algo haya sonado
parecido a lo que Hespèrion XXI muestra sobre el escenario. Es
más, podría afirmarse lo contrario. Y, sin embargo, las
versiones del grupo están lejos de sonar disparatadas. En todo
caso, llevan hasta sus últimas consecuencias algo que está
inscripto en la propia tradición sefardí: las mezclas y
los cruces culturales como principio constructivo.
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