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La lucha fue cruel y mucha

Osvaldo Calatayud, ex director del Teatro Nacional Cervantes, falleció el martes. �La gente mira, pero no quiere ver�, opinaba.

Calatayud, de cuerpo entero.
Era director e investigador.

Por Hilda Cabrera

“Nunca hubiera imaginado este momento. No sé cómo fue... Me he metido en este lío –que es verdadero, muy serio y muy terrible–, porque el teatro está descompuesto, material y moralmente. Y esto se los digo a ustedes, que son amigos míos y compañeros del quehacer. Al Cervantes hay que hacerlo de nuevo... levantar la moral de la gente que ha trabajado durante muchos sin ningún elogio”. Esto decía Osvaldo Calatayud a Página/12 en 1994, cuando asumió como director del Teatro Nacional Cervantes y continuaba aportando su experiencia y conocimientos sobre el teatro argentino, al que amó y defendió apasionadamente en aquellos y otros difíciles momentos. Calata (como le llamaban sus amigos) murió el martes por la tarde, con el corazón y los pulmones afectados desde hace tiempo por una enfermedad que lo mantuvo recluido en su casa. Sus restos, velados en el Cervantes, fueron enterrados ayer a las 16 en el Panteón de Actores del cementerio de la Chacarita. De este director e investigador teatral quedan no sólo sus conocimientos y su pasión por el teatro. Era un gran conversador, afectuoso, un poco irónico y siempre bien dispuesto a contar con humor travieso alguna anécdota risueña vinculada a la historia del teatro argentino.
Cuando asumió como director del Cervantes (el 18/8/94) convocado por el entonces secretario de Cultura Jorge Asís, hacía diez años que estaba al frente del Instituto Nacional de Estudios de Teatro (INET) y el Museo del Teatro Argentino. Autor de numerosas mo-nografías como las dedicadas a la actriz Camila Quiroga y al actor Elías Alippi, dirigió obras con las que se sentía a gusto, como Ñaque o de piojos y actores, del valenciano Sanchís Sinisterra, y Sainetes x4, una antología del género, estrenada en el Teatro de la Ranchería. Calata se inició en la escena independiente como director en 1952 y condujo entre otras piezas Milagro en el Mercado Viejo, de Osvaldo Dragún (1964), quien fue luego nombrado director del Cervantes. Calatayud lo acompañó en la subdirección hasta que Dragún murió, sorpresivamente. En su vasta trayectoria también dirigió obras en el Instituto Di Tella y en el Teatro San Martín. A fines de 1976 partió a España. Regresó en 1982, para irse nuevamente y retornar en 1984. Ese año fue nombrado director del INET por Carlos Gorostiza, entonces secretario de Cultura. Su trabajo no fue siempre debidamente valorado a nivel institucional. De ahí el desconcierto que lo asaltaba ante el reconocimiento: el primer galardón lo recibió en 1993 (Premio María Guerrero) y el segundo en el 2000. Fue una placa en premio a su trayectoria, entregada por Daniel Ruiz, subdirector del Cervantes que lo sucedió en este cargo luego del nombramiento de Raúl Brambilla a la titularidad del coliseo.
Bromeaba entonces, diciendo que lo premiaban por trabajar, como si ésa no fuera una actitud natural cuando se desea alcanzar una meta. La suya había sido preservar el Cervantes. Se enfurecía cuando la sala era utilizado para actos extrateatrales y descubría rastros de “vandalismo”. Primero estaba el teatro y después todo lo demás. Eso justificó su asunción al cargo de director en tiempos difíciles, aquellos en los que el teatro se hallaba en “un pantano administrativo” o personajes inefables como Asís le decían “Hermano Calata, espero que nos sorprendas muy pronto con tu catarata de soluciones”. Fue en esa oportunidad en que hizo pública su opinión sobre el personal del teatro: “todavía tenemos gente que pone el hombro aunque no la elogien”. Insistía en apostar a un teatro argentino que no despreciara su historia y solía quejarse de que los argentinos no queremos lo propio. Esto lo hizo patente en un comentario sobre los revuelos que suelen generar las visitas de los famosos. Se cuidaba de no hablar demasiado sobre esos hechos, porque –decía– “después te fusilan”. El Premio Pepino el 88, que entregaba periódicamente, el INET lo hacía feliz. “No todo es tan fácil –reflexionó sobre la cultura en la Argentina–, porque la gente mira, pero no quiere ver. Por eso creo quemientras no empecemos a querer el lugar, acá no pasa nada.”

 

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