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ESTRENOS DE LA SEMANA
Un cálido tributo fílmico europeo
al encanto y el sabor del “jazz latino”

Gato Barbieri, Paquito D�Rivera, Tito Puente, y Chucho Valdés, entre muchos otros, se lucen en �Calle 54�, del español Fernando Trueba.

Músicos de todas las generaciones
se lucen en un film atrapante.
En la calle 54 de Manhattan estaban
los estudios de grabación de Sony.

Por Horacio Bernades

Aunque a la hora de las definiciones concreten menos de lo que prometen, se sabe desde siempre que el jazz y el cine se gustan. La mutua atracción registra hitos como las composiciones de Duke Ellington para films de Otto Preminger, las bandas de sonido jazzeadas de Elmer Bernstein, algunas jam sessions en películas de Howard Hawks, la memorable intervención de Miles Davis en Ascensor para el cadalso y la filmografía entera de Clint Eastwood. Lo que estaba en falta era el jazz latino, que apenas había asomado, a mediados de los 90, en Two Much. La película fue una tontería en la que incurrió el madrileño Fernando Trueba en Estados Unidos, con Melanie Griffith y Antonio Banderas por duplicado. Había que esperar hasta la escena final para que morisquetas y corridas dieran paso a Paquito D’Rivera y Michel Camilo, improvisando en Miami junto a varios de sus socios, entre grandes sonrisas y camisas floreadas.
Ese fue el germen de Calle 54, documental en el que el realizador de Belle Epoque y La niña de tus ojos, repuesto ya del traspié hollywoodense, rinde definitivo homenaje al género de sus amores. “A comienzos de los 80, escuché por primera vez un disco de Paquito D’Rivera, y eso me complicó la vida para siempre”, se oye la voz de Trueba sobre las primeras imágenes de Calle 54. Que se llama así, porque en esa calle de Manhattan se emplaza el estudio mayor de la Sony. Allí, reunió y puso a tocar a la plana mayor del rubro. Funcionando más como productor que como cineasta, Trueba seleccionó, con ojo de conocedor (es autor de un Diccionario del jazz latino y conduce un programa radial dedicado al género) a músicos de todas las generaciones.
El seleccionado así reunido incluye a padres fundadores como Tito Puente, Bebo Valdés, Cachao y Chico O’Farrill, junto a varios de sus descendientes más jóvenes (la paulista Eliane Elias, el gaditano Chano Domínguez). En la línea media, leyendas vivientes, como el citado Paquito, Chucho Valdés o Gato Barbieri. El resultado es tan gozoso como podía esperarse. Trueba se reserva el off para presentaciones y comentarios, tajantes como epigramas. En una de sus últimas presentaciones antes de pasar a peor vida, Tito Puente es “el icono de cabellos plateados del jazz latino”. Michel Camilo, “el pianista más brillante de su generación”. Chano Domínguez “logró hacer del flamenco y el jazz una unión celestial”. Eliane Elias “es el refinamiento”.
Más una antología de grandes músicos en acción que un documental de creación, Trueba planta la cámara en un estudio algo frío, sabiendo que en cuanto suene el primer compás se va a calentar. Para eso, qué mejor que el saxo furioso de D’Rivera, la cristalina digitación de Chano, la tromba pianística de Camilo, las bufonadas de Puente y los paseos de Chucho entre el cha-cha-cha, el repertorio clásico y el swing. Calle 54 es un muestrario casi completo de los diversos mundos que la etiqueta de “jazz latino” apenas alcanza a contener. Rumba, bossa, flamenco, sinfonismo, música andina, síncopa y los más sofisticados arreglos despliegan un abanico que nadie sabe dónde empieza o termina. Desinteresado por el detrás de escena, Trueba se limita a registrar una presentación tras otra, con paréntesis intermedios. Despojada al extremo, Calle 54 está más en la línea de films musicales como The Last Waltz o Stop Making Sense que en la de, por ejemplo, Straight No Chaser, extraordinario documental producido por Clint Eastwood, donde Thelonious Monk se abstraía, se perdía o desvariaba, entre tema y tema. En lo que posiblemente sea su mayor acierto de puesta en escena, el realizador contrapone el calor y color del sonido caribeño con las calles heladas allá en el norte, transmitiendo en imágenes la idea misma de extrañamiento. Tras la aparición del Gato Barbieri, a quien no se le hace fácil hilar recuerdos, sobrevienen dos verdaderos acontecimientos: los sucesivos dúos entre Bebo Valdés y su hijo Chucho (“¡Chico, estás cada día más gordo, pareces un sapo!”) y entre Bebo y Cachao, viejos camaradas de armas. Ambos confirman que no se necesita más que un piano y un bajo para desatar el más exuberante chaparrón tropical, en medio de un estudio frío, seco y pelado.

PUNTOS

 


 

HOY EXHIBEN “OPERACION MASACRE”
En homenaje a Walsh

Operación Masacre, versión fílmica de la investigación periodística del escritor Rodolfo Walsh, que reveló los fusilamientos de inocentes a manos de militares y policías en un descampado de José León Suárez en 1956, será proyectada hoy, con entrada gratuita, en una sala de la Capital Federal. La proyección, que se inscribe en las Jornadas de Cine Nacional auspiciadas por el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, contará con la presencia de Patricia Walsh y Greta Gleyzer, quien leerá en público la famosa “Carta abierta a la Junta Militar”, que Walsh difundió el 24 de marzo de 1977, un año después del último golpe militar. El homenaje a Walsh, desaparecido el 24 de marzo de 1977 tras escribir su famosa denuncia de los crímenes y abusos de la Junta Militar,se concretará desde las 20, con entrada libre y gratuita, en el microcine ubicado en Maipú 72.
La película, dirigida por Jorge Cedrón y basada en el libro de Walsh, contó con elenco que incluía a Norma Aleandro, Walter Vidarte, Ana María Picchio, Carlos Carella y Víctor Laplace y con la narración de Julio Troxler, uno de los sobrevivientes de la masacre. “Mi película se propone una versión más realista de ciertos hechos de nuestra historia que la que podría ofrecer nuestro cine comercial”, declaró Cedrón cuando participó en 1972 en el VIII Festival Cinematográfico de Pesaro, Italia. “Se plantea a sí misma como un tema de discusión”.

 

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