Por Karina Micheletto
Desde
Santa Fe
Alguna vez Santa Fe fue bautizada
ampulosamente la Atenas de Sudamérica. Corrían
los años 60 y un intenso movimiento cultural agitaba las aguas
de la ciudad. Al frente estaba el Instituto del Cine de la Universidad
del Litoral, en el que Fernando Birri cocinaba Tire dié y sentaba
las bases del movimiento de cine documental junto a Nicolás Sarquis,
Gerardo Vallejo, Jorge Goldemberg y Adelqui Camusso. En literatura estaban
Juan José Saer, Hugo Gola, Hugo Mandón. En plástica,
el Grupo Litoral marcaba tendencia. En la música surgían
Carlos Guastavino, los hermanos Maraño, Ariel Ramírez. El
director de Cultura de la provincia era un jovencísimo Paco Urondo.
No creo que lo de Atenas de Sudamérica, un mote
que inventó Bernardo Canal Feijoó, haya sido exagerado.
Esto ocurría en todo el país, pero aquí se concentraba
un grupo de gente que hacía punta, recuerda José Luis
Volpogni, director del Centro de Publicaciones de la Universidad del Litoral.
Para Volpogni y para los organizadores de la Feria Provincial del Libro,
lo que está ocurriendo en estos días continúa esta
tradición cultural de Santa Fe. Esta Feria, que apuesta a consolidar
un mercado librero local incipiente, comenzó hace veinte años
como una modesta feria infantil ambulante, y hoy cumple su séptima
edición profesional. Se transformó en el lugar en el que
se reúne la producción cultural de Santa Fe, y este año
espera superar los 30.000 visitantes del año pasado.
En el marco de este evento, la Universidad del Litoral organizó
un Encuentro Nacional de Narradores, que entre el miércoles
y ayer reunió a Leopoldo Brizuela, María Esther de Miguel,
Andrés Rivera, Eduardo Belgrano Rawson, Guillermo Saccomano, Silvia
Iparaguirre y Juan Forn. Brizuela, quien luego de ganar el premio Clarín
de novela en 1999 entró por la puerta grande al mundo editorial,
se encargó de aclarar que las universidades argentinas no suelen
incluirlo en encuentros como este. La academia tiene su canon, muy
fuerte y cerrado. Por principio, un escritor reconocido por el mercado
no pertenece a su mundo. La universidad sólo está interesada
en lo que le enseñaron a buscar, aquello sobre lo que puede verificar
su teoría, disparó el autor de Inglaterra, una fábula.
El problema es que la literatura que acepta es la de los autores
muertos, no hay una conexión con quienes producen en el mismo ámbito.
Los estudiantes de Letras no imaginan que quienes hacen literatura pueden
estar sentados en el mismo bar que ellos, agregó.
Durante la primera jornada del encuentro, coordinado por el periodista
Miguel Russo y por Isabel Molinas, directora del Departamento de Letras
de la UNL, Brizuela y De Miguel destacaron la labor del Centro de Publicaciones
de la Facultad, que editó las obras completas de Juan L. Ortiz,
Hugo Padeletti y Mateo Booz, entre otros, y abordaron los conceptos de
cruce de géneros y de novela histórica.
El género narrativo característico de cada sociedad
es aquel que describe la vida de los ciudadanos tal como la concibe la
élite que dicta las leyes, comenzó Brizuela. Es
obvio que muchos han sentido, desde siempre, que vivir de acuerdo con
la ley les acarrea sólo mutilación y dolor, y que la única
forma de librarse de ese dolor es encontrar palabras para nombrarlo. Nombrar
ese dolor, así, es imaginar otra ley y otro mundo posibles, y para
decirlo con una palabra lamentablemente devaluada, imaginar una utopía.
En el origen de toda literatura está este propósito político,
continuó, aclarando que no se trata simplemente de revelar
una experiencia que la historia oficial quiso dejar oculta, como suelen
promocionar las contratapas de las novelas históricas. Se trata,
sobre todo, de la convicción de que esas experiencias inexpresadas
o secretassólo pueden designarse por una lengua nueva, de acuerdo
con las leyes de un género nuevo.
De Miguel, que en sus novelas construyó personajes basados en Juan
Manuel de Rosas, Urquiza o Belgrano, renegó del concepto de novela
histórica. Me enfurezco cuando me llaman historiadora,
y me gusta poco cuando dicen que soy novelista histórica. Soy escritora,
y mi tarea es traducir lo intraducible, tomar la realidad para transformarla,
afirmó la autora de El general, el pintor y la dama. En todo
caso, uno trabaja con el historiador y no con la historia, se da cuenta
de que esa historia única e irrefutable que presenta podría
haber sido contada de otra manera, completó Brizuela. La
pretensión de contar la historia por medio de una novela sería
la de redactar otro saber. Lo que a mí me entusiasma, y lo que
creo que puedo aportar desde la literatura, es lo que las crónicas
no dicen, las hipótesis con las que puedo completar los datos aislados.
Frente a la reciente proliferación de novelas históricas,
De Miguel se refirió al problema de las obras por encargo: Los
libros salen como chorizos, se escriben novelas con temas que no dan más
que para un artículo de revista. Lo de García Hamilton,
por ejemplo, que toma un elemento ridículo de una viejita gagá
para construir un argumento, me parece poco serio, opinó
la escritora. Brizuela agregó que habría que preguntarse
por qué se ha producido este reciente interés de los lectores
por los personajes del siglo XIX. Quizás están buscando
reencontrarse con la utopía, con los personajes que planteaban
que las cosas pueden ser diferentes. Quizás están buscando
revolucionarios, opinó.
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