RELEVOS
Raúl Alfonsín en 1987 y Carlos Menem diez años
después sufrieron el voto castigo, ese recurso
de las urnas para elegir a algo o alguien que, más allá
de sus valores específicos, sea el emblema del descontento
popular mayoritario con el gobierno de turno. Alfonsín fue
relegado por el peronismo y Menem por la alianza de radicales y
frepasistas, lo que significó en cada oportunidad que los
ciudadanos tenían un relevo a mano y, hasta cierto punto,
una opción distinta abierta hacia el futuro. Para castigar
a Fernando de la Rúa, hoy en día, ¿existe algún
punto de convergencia para el pronunciamiento mayoritario que sugiera,
a la vez, un porvenir diferente? Por lo pronto, cada vez es más
difícil distinguir las diferencias esenciales entre los partidos
que encabezaron el ranking electoral hace menos de dos años.
La actividad de Domingo Cavallo primero con el menemismo y ahora
con los sucesores, es la prueba cabal de esa similitud de identidades.
Las novedades, que las hay, son todavía una incógnita
electoral y ninguna de ellas, por el momento, tiene alcance nacional.
La ocasión es tan descomedida que, por ejemplo, en Corrientes
el sindicato de empleados judiciales está bregando por la
continuidad de la intervención hasta que una asamblea constituyente
trate, aunque sea, de modificar las bases feudales de control del
poder por una familia del lugar que funciona como una monarquía.
Al mismo tiempo, esos liderazgos nacionales indefinidos coinciden
en el momento histórico con otros factores interactivos.
El rechazo popular a los políticos y sus partidos, con fundamentos
legítimos, combina con la deliberada prédica autoritaria
de la antipolítica en cuyo nombre las prácticas
democráticas serían reemplazadas por los poderes fácticos
de los poderosos, institucionalizando de algún modo lo que
ya sucede con las relaciones perversas entre gobierno, sociedad
y mercado. Así, la necesaria austeridad en el gasto
político ha llegado a confundirse, por malicia o ignorancia,
como una cuestión central en el déficit de las cuentas
públicas, cuando en realidad ni siquiera este déficit
es el nudo principal de los dilemas económicos más
agraviantes, sino la regresiva distribución de las riquezas
nacionales. Por más que se cancelen cámaras, plazas
legislativas, cargos políticos y favoritismos rentados, la
injusticia social continuará incólume a menos que
haya una masiva transferencia de recursos desde las cumbres a las
bases de la sociedad.
En vez de aplicar imaginación y energía a ese proceso
justiciero, los partidos mayores están dedicados a elaborar
soluciones formales a los problemas de fondo. En algunos casos porque
suponen, o aspiran, a una retirada prematura del gobierno elegido
en octubre de 1999, dado que de aquella coalición triunfante
sólo quedan hilachas, y en otros porque especulan, o desean,
que la autoridad presidencial derive en autismo gubernamental, confiados
en que los poderes superiores Estados Unidos, y eventualmente,
Dios no los soltarán de la mano en medio de la oscuridad
reinante. Los más benevolentes con la actual administración,
gestionan un gobierno de unidad nacional, es decir el
que existe hoy más los peronistas que acepten, que pueda
proveer de sangre fresca para que se cumpla el mandato de cuatro
años. Salvo los que sueñan con elecciones presidenciales
anticipadas, entre otras cosas porque temen que el tiempo también
erosione sus propias chances, a los demás los próximos
comicios de octubre se le presentan más como un obstáculo
que como una vía de salida.
Ninguna de esas proposiciones o renunciamientos conmueve a los ciudadanos
que buscan soluciones a sus problemas más acuciantes, desde
el desempleo a la parálisis productiva, desde la depresión
comercial hasta la incertidumbre sin plazo fijo sobre la devaluación
o dolarización del peso o su reemplazo por bonos sin respaldo
ni valor constante. Surgen, entonces, nuevos protagonismos sociales
o se renuevan convocatorias, comolas que hizo el episcopado católico
con un texto difundido ayer en el que proclama dos convicciones:
Queremos ser nación y hoy la patria requiere
algo inédito. Con ambas definiciones, poco queda por
decir como punto de partida. Hay una tercera, sin embargo, que no
figura explícita en el mismo documento, aunque está
salvada en otras expresiones de los mismos obispos: no quieren ocupar
el espacio de mediación que le corresponde a los partidos
políticos. Están dispuestos, sí, a promover
el diálogo multisectorial y a prestar el escenario más
apto para realizarlo, porque suponen que sin cooperación
responsable de todos los que pueden influir en las decisiones que
afectan a la mayoría, seguirá el proceso de
deterioro en nuestra moral social, la cual es como la médula
de la Nación, que hoy corre el peligro de quedar paralizada.
Si algo inédito requiere la patria, en la nómina de
posibilidades ya es una realidad el espacio social que ganaron los
llamados piqueteros. A pesar de las diferencias que
recorren sus interiores y de las disímiles prácticas
sociales y políticas de sus miembros, supieron encontrar
las afinidades esenciales, en primer lugar las necesidades compartidas,
para buscar formas de organización y cuadros de dirección
que pudieran contenerlos a todos. A partir de núcleos orgánicos
pero aislados, estiraron sus manos hasta estrechar las de sus iguales
en la vasta geografía nacional y desde ahí supieron
planificar acciones coordinadas en la amplitud y la intensidad que
los hicieran visibles para el resto de sus compatriotas. Mostraron
respeto por los derechos de los demás, al tiempo que demandaban
los propios, y la prudencia indispensable para que las provocaciones
de cualquier origen no los encerrara en cualquier atajo. Esta semana
mostraron también que están dispuestos a formar parte
de movimientos más amplios que abarquen a todos los golpeados
por la crisis, porque ellos, como dicen los obispos, quieren ser
nación.
Lo cierto es que hoy nadie en el país, ni siquiera los que
quieren molerlos a palos, se atreven a negar en público la
justicia de sus demandas. Si hasta los gendarmes que tienen la misión
de reprimirlos, por boca de su comandante han reconocido que la
mitad de la fuerza cobra salarios para vivir por debajo de la línea
de pobreza. Otro tanto viven los policías bonaerenses, maldecidos
y despreciados además por la sociedad a la que supuestamente
protegen y sirven. A pesar de ese reconocimiento de la pobreza,
el Gobierno no puede ni quiere escuchar sus razones, aunque más
no sea porque cree que si las satisface molestará a los inversores
de Ohio o de Michigan, y sigue rebuscando entre trapos sucios para
encontrar las formas de sancionarlos en alguna manera. No hay corruptelas
buenas y otras malas, todas deben ser erradicadas, pero hay que
tener mala leche para empezar la búsqueda en algunos núcleos
de este movimiento, cuando toda la burocracia sindical hace y deshace
a su antojo desde hace medio siglo.
No hay adivino ni oráculo que pueda pronosticar la suerte
del movimiento de piqueteros o el desenlace del diálogo promovido
por los obispos católicos. Tampoco está trazado el
final de la ruta empezada por otras iniciativas, como la del Frente
contra la Pobreza que promovió la CTA y ya está a
punto de asentarse en alrededor de cuarenta ciudades en el país,
o la evolución de las cuatro mil organizaciones no gubernamentales,
o el movimiento de solidaridad que requiere el concurso de casi
un millón de personas por día para alimentar y abrigar
a una parte de los que nada tienen. A pesar de esa movilización
silenciosa y cotidiana, con algún estrépito de cuando
en cuando, las falencias de las instituciones políticas no
han dejado de alimentar las opciones anárquicas y autocráticas
que aletean sobre la desorientación generalizada, mientras
los partidos juegan a las internas como si fueran en serio. El Gobierno
sigue buscando las soluciones a los acertijos nacionales en el Tesoro
norteamericano o en el Fondo Monetario Internacional (FMI), sin
advertirsiquiera que el hombre de las esperanzas va desintegrándose
como si su omnipotencia de otrora fuese ahora un puñado de
sal bajo la lluvia. Si tuviera que describir a Cavallo hoy,
diría que es un tesoro nacional, algo que uno quiere conservar,
lustrar y darle brillo, confesó el presidente de Merrill
Lynch International, como quien habla de un potiche de museo. Cuánta
soberbia, cuánta necedad, cuánta antigüedad...
Por eso, cuando tantos preguntan ¿qué va a pasar?,
en lugar de mirar hacia arriba habrá que acostumbrarse a
escuchar los sordos ruidos que llegan desde abajo, porque para bien
o para mal el futuro mora en la favela, como dice la canción,
y también la poesía vive allá.
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